Un Amor Más Que Sangre
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Capítulo 1

Morí aplastada bajo el sol, con el cuerpo destrozado por una explosión.

Mi suegra, la mujer que me crió como a una hija, murió conmigo.

Todo por culpa de mi esposo, Ricardo, un cobarde que nos abandonó por otra mujer, y de esa mujer, Brenda, cuya malicia nos empujó a la tumba.

Ese fue el final de mi vida anterior.

Pero ahora... ahora estoy de vuelta.

El mismo sol calcinante, el mismo campo polvoriento y la misma escena de pesadilla.

Mi suegra, Elena, está pálida como un fantasma, con un pie plantado firmemente en el suelo, sin atreverse a moverse ni un milímetro.

Bajo su zapato gastado, una mina terrestre espera en silencio.

El ligero "clic" que hizo al pisarla todavía resuena en mis oídos, un eco del pasado que se ha convertido en mi presente.

«Sofía, hija... llama a Ricardo», suplica Elena, con la voz temblorosa, llena de un pánico que conozco demasiado bien. «Él sabe de estas cosas, fue soldado, él puede ayudarnos».

Sus ojos, normalmente llenos de calidez, ahora están inundados de terror.

La miro, y el recuerdo amargo de la traición me quema la garganta.

Llamar a Ricardo.

En mi vida pasada, le rogué. Le supliqué por teléfono mientras Elena lloraba de miedo. Su respuesta fue fría, llena de desprecio. Dijo que era un drama, que estábamos exagerando.

Se negó a venir.

Y por su culpa, morimos.

«No», digo, con una firmeza que sorprende incluso a mí misma.

Mi voz es seca, dura.

«A ese hombre no le voy a llamar».

Elena me mira confundida, el miedo luchando contra la sorpresa.

«Pero, hija, es el único que puede...».

«No lo hará, mamá», la interrumpo, usando el título que siempre le he dado, el que se ganó con años de amor y cuidado. «No le importamos. ¿Ya lo olvidó?».

El recuerdo de Ricardo yéndose de la casa con Brenda, sin mirar atrás, sin una palabra para la madre que lo crio o para la esposa que lo había apoyado, flota entre nosotras.

El abandono nos dejó en la miseria, luchando por sobrevivir mientras él vivía una nueva vida de lujos.

Los vecinos empiezan a arremolinarse a una distancia prudente. Susurran entre ellos, sus caras una mezcla de lástima y morbo.

«Pobrecita doña Elena».

«¿Y el hijo? ¿Dónde está el bueno para nada de Ricardo?».

«Dicen que anda con esa mujer rica, la tal Brenda. Se olvidó de su madre».

Las palabras son como avispas zumbando a mi alrededor, pero no me afectan.

Solo tengo ojos para la mina y para la mujer que está parada sobre ella.

El sol me golpea la nuca, el sudor me corre por la espalda. Todo es idéntico. La posición del sol, el vestido floreado de Elena, el miedo en el aire.

Esto no es un sueño. No es un recuerdo.

He renacido.

He vuelto al día de nuestra muerte.

Una extraña calma se asienta sobre mí. El pánico inicial se disuelve, reemplazado por una resolución fría como el acero. Si el destino me ha dado una segunda oportunidad, no la desperdiciaré.

No cometeré los mismos errores.

Esta vez, Ricardo no decidirá nuestro destino.

Yo lo haré.

            
            

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