Un Amor Más Que Sangre
img img Un Amor Más Que Sangre img Capítulo 2
3
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
img
  /  1
img

Capítulo 2

A pesar de mi negativa, la bondad de nuestros vecinos no se hizo esperar.

Don Ramiro, el dueño de la tiendita de la esquina, un hombre mayor con manos callosas y un corazón noble, se acercó con cuidado, manteniendo la distancia.

«Sofía, niña, no seas terca. Déjame le marco yo. Ese cabrón tendrá que venir por su madre», dijo, sacando un viejo celular de su bolsillo.

No me opuse. Sabía que era inútil. Sabía cuál sería la respuesta de Ricardo, pero quizás Elena necesitaba escucharlo por sí misma para finalmente entender la clase de monstruo que había criado.

Don Ramiro marcó el número que Elena le dictó con voz temblorosa. Puso el altavoz.

El teléfono sonó una, dos, tres veces.

Finalmente, una voz arrastrada por la impaciencia contestó.

«¿Bueno? ¿Quién habla? Estoy ocupado».

Era él. La voz de Ricardo, la misma que una vez me susurró promesas de amor eterno, ahora sonaba lejana y fastidiada.

«Ricardo, soy Ramiro, el de la tienda», dijo el hombre con urgencia. «Es tu mamá, Elena. Necesitas venir rápido. Está en peligro».

Hubo un silencio al otro lado de la línea, seguido de una risa burlona y cruel.

«¿Mi mamá? ¿Qué nuevo drama se inventó ahora para que vuelva? Dígale que no tengo tiempo para sus jueguitos, estoy en algo importante».

«¡No es un juego, muchacho irresponsable!», gritó don Ramiro, perdiendo la paciencia. «¡Tu madre pisó una mina en el campo de atrás! ¡Una de esas porquerías que dejaron los militares hace años!».

La respuesta de Ricardo fue una puñalada helada.

«Ah, ¿una mina? Pues qué mala suerte. Que se quite con cuidado y ya. No es mi problema. Además, seguro es Sofía la que está inventando todo esto para joderme. Díganle de mi parte que se busque a otro pendejo para sus teatros».

Y colgó.

El silencio que siguió fue más pesado que la tierra misma.

Las palabras de Ricardo, amplificadas por el altavoz del teléfono, resonaron en el aire caliente, cargadas de un veneno que hizo que todos los presentes se quedaran mudos.

Vi cómo el último ápice de esperanza se desvanecía del rostro de Elena.

Sus hombros se hundieron.

Gruesas lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas arrugadas, silenciosas y devastadoras.

«Mi hijo... mi propio hijo...», susurró, con la voz rota por un dolor tan profundo que me partió el alma. «Perdóname, Sofía. Perdóname por haberte traído a esta familia. Perdóname por haber criado a un monstruo».

Se estaba rindiendo. El abandono de su hijo la estaba matando más rápido que la mina bajo su pie.

Me acerqué a ella, ignorando las advertencias de los vecinos.

Puse mis manos sobre sus frágiles hombros.

«Mamá, escúchame», le dije, mi voz firme para contrarrestar su temblor. «No es tu culpa. Tú me diste un hogar cuando no tenía a nadie. Tú me has querido más que mi propia madre. No tienes nada de qué disculparte».

Ella sollozó, incapaz de hablar.

«Él no nos va a derrotar», continué, mirándola directamente a los ojos. «Ni él, ni su amante, ni esta maldita cosa en el suelo. Estamos juntas en esto, como siempre. ¿Me oyes?».

Mi mente voló hacia el pasado, a cuando yo era una adolescente huérfana y asustada.

Elena me encontró, me acogió en su humilde casa, me alimentó, me vistió y me dio el amor de una madre que nunca tuve.

Ella me defendió de Ricardo cuando él empezaba a mostrar su lado cruel.

Ella fue mi único apoyo, mi única familia.

No iba a dejar que muriera.

No otra vez.

La vida que me dio valía más que la mía. Si tenía que sacrificarme para salvarla, lo haría sin dudarlo.

Mi decisión estaba tomada.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022