El Precio del Silencio: Mi Hijo Casi Perdido
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Capítulo 2

Los matones del político se quedaron tiesos, como estatuas de sal, al ver la reacción del alto funcionario. El que me había empujado tragó saliva, su bravuconería desapareció de golpe.

El funcionario, a quien luego supe que se llamaba Licenciado Morales, me ayudó a levantarme con una delicadeza que me desarmó.

"Señora, por favor, acompáñeme a mi oficina. Necesitamos hablar."

Mientras caminábamos hacia el imponente edificio, uno de sus asistentes recogía con cuidado cada pedazo del álbum roto. Los matones no se movieron, simplemente se subieron a su coche y se fueron a toda prisa, como cucarachas cuando se enciende la luz.

La oficina del Licenciado Morales era grande y silenciosa, olía a libros viejos y a café recién hecho. Me ofreció un vaso de agua, pero mis manos temblaban tanto que apenas podía sostenerlo.

"Ese hombre de la foto," dijo, señalando la imagen de mi bisabuelo, "fue un héroe. Un hombre íntegro que luchó por los ideales que fundaron esta nación. Mi propio abuelo luchó a su lado."

La conexión era real. La historia de mi familia, que yo había ignorado por tanto tiempo, era ahora mi única defensa.

Le conté todo. La beca, la humillación pública, la complicidad de Ricardo, el intento de suicidio de Mateo. Cada palabra salía con un dolor sordo, pero también con la fuerza de la verdad.

El Licenciado Morales escuchaba en silencio, su rostro endureciéndose con cada detalle. Cuando terminé, se quedó pensativo por un largo momento.

"Esto es inaceptable," dijo finalmente, su voz era un trueno contenido. "La corrupción y el abuso de poder son un cáncer que debemos extirpar. Le doy mi palabra, señora... Sofía. Le doy mi palabra de que se hará justicia."

Llamó por teléfono. Habló con una autoridad que nunca había presenciado. Mencionó nombres, departamentos, ordenó una investigación inmediata y exhaustiva.

"Quiero al político Vargas y al señor Ricardo Álvarez en mi oficina mañana a primera hora. Y quiero el expediente completo de la beca de la escuela de arte sobre mi escritorio en una hora."

Colgó. Me miró con una mezcla de compasión y respeto.

"Ahora, hablemos de su hijo. ¿En qué hospital está?"

Le di el nombre del hospital público donde Mateo luchaba por su vida. El Licenciado Morales hizo otra llamada.

"Necesito el mejor equipo médico para un joven llamado Mateo. Trasládenlo a una habitación privada en el hospital Médica Sur. Yo cubro todos los gastos."

Las lágrimas que había contenido por tanto tiempo finalmente corrieron por mis mejillas. No eran lágrimas de dolor, sino de un alivio tan profundo que dolía.

Alguien me estaba escuchando. Alguien me creía.

Al día siguiente, me presenté en la oficina del Licenciado Morales. Ricardo y el político Vargas ya estaban allí. El político intentó mostrarse seguro, sonriendo con falsedad, pero sus ojos no podían ocultar el nerviosismo.

Ricardo, por su parte, evitaba mi mirada. Se veía pálido bajo su bronceado artificial. La fama no le servía de nada en esa habitación.

"Señores," comenzó el Licenciado Morales sin rodeos, "he sido informado de una grave irregularidad en la asignación de una beca de estudios. Una irregularidad que ha tenido consecuencias devastadoras."

El político intentó interrumpir. "Licenciado, debe haber un malentendido. Mi hijo Santiago ganó esa beca limpiamente. Esta mujer... está despechada, inventa historias."

Ricardo, por fin, habló, su voz era un susurro culpable. "Es verdad. Sofía y yo tuvimos una relación, pero las cosas no funcionaron. Ella no acepta que seguí con mi vida."

Me miró, suplicante, como si esperara que yo confirmara su mentira para salvarle el pellejo. Pero la Sofía que agachaba la cabeza ya no existía.

"Tú no seguiste con tu vida, Ricardo. Tú nos pisoteaste para poder subir un escalón más. Te aliaste con este hombre para robarle el futuro a tu propio hijo."

"¡Eso es mentira!" gritó el político. "¡Mi hijo tiene más talento! ¡Exijo una prueba!"

"La prueba ya se hizo," dijo el Licenciado Morales, su voz cortante como el hielo. Dejó caer sobre la mesa el expediente de la escuela. "Y el resultado fue claro. Mateo obtuvo la calificación más alta. La decisión fue revertida por una 'donación' anónima a la escuela, hecha desde una de sus empresas, señor Vargas."

El político se quedó sin palabras. El sudor perlaba su frente.

"Y usted, señor Álvarez," continuó Morales, dirigiéndose a Ricardo. "Usted firmó una declaración jurada afirmando que su hijo no tenía el interés ni la capacidad para aceptar la beca, y que cedía el lugar. ¿Es eso correcto?"

Ricardo se encogió en su silla. Era un muñeco roto, un mariachi sin su trompeta.

"Yo... me presionaron," balbuceó.

"Te presionaron para destruir a tu hijo," le dije, mi voz llena de un desprecio que no sabía que podía sentir. "Te ofrecieron un contrato discográfico más grande, una gira internacional. Ese fue el precio de la vida de Mateo."

El Licenciado Morales se puso de pie. Su sombra parecía cubrir toda la habitación.

"Señor Vargas, su carrera política ha terminado. Se abrirá una investigación por tráfico de influencias y corrupción. Y usted, señor Álvarez, prepárese para enfrentar no solo el desprecio del público, sino también las consecuencias legales de sus actos. La Secretaría de Cultura no patrocina a artistas que encarnan lo peor de nuestra sociedad."

Se giró hacia mí. "Sofía, la beca le será restituida a Mateo. La escuela emitirá una disculpa pública y el director será destituido. Haremos todo lo posible para reparar el daño."

Salí de esa oficina sintiendo que podía volver a respirar. La justicia existía. Era lenta, a veces se escondía, pero existía.

Fui directamente al hospital. Mateo ya estaba en una habitación privada, luminosa y limpia. Había despertado. Estaba débil, pero sus ojos, al verme, recuperaron una pequeña chispa de su antigua luz.

"Mamá..."

"Estoy aquí, mi amor. Estoy aquí." Le tomé la mano. "Lo recuperamos, Mateo. La beca es tuya. Lo logramos."

Una lágrima rodó por su mejilla. Pero esta vez, no era una lágrima de dolor.

Era el comienzo de nuestra nueva vida.

            
            

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