"Mírate, Sofía," dijo, su voz era fría, cortante, desprovista de cualquier afecto que alguna vez pudo haber tenido. "Mírate en un espejo. ¿De verdad crees que todavía encajas en mi mundo?"
Sus palabras se quedaron flotando en el aire silencioso, más pesadas que cualquier grito.
Me quedé paralizada.
Sentí un frío recorrer mi espalda, un frío que no tenía nada que ver con el aire acondicionado.
Lentamente, como si mis pies pesaran una tonelada cada uno, me giré hacia el gran espejo de marco dorado que colgaba en la pared del vestíbulo.
Y me vi.
Vi a una mujer con el cabello recogido en un moño desordenado, con ojeras oscuras bajo los ojos que alguna vez brillaron con pasión por el arte y por él. Vi la palidez de mi piel, las manos resecas por los químicos, la expresión de agotamiento grabada en mi rostro.
Ya no era la vibrante artista llena de sueños.
Era un fantasma. La sombra de la mujer que Ricardo necesitaba que fuera para que él pudiera brillar.
Y en ese instante, en el reflejo de mis propios ojos, vi el final. Vi la tragedia que se avecinaba, una premonición tan clara y dolorosa como el reflejo mismo.
Vi su traición, mi desaparición y la ruina que construiríamos juntos.
...
Ese día había empezado como cualquier otro en los últimos años.
Me desperté sola. La cama a mi lado estaba fría y perfectamente tendida. Ricardo no había vuelto a casa la noche anterior.
Ya no me sorprendía, pero el vacío en el pecho seguía ahí, un dolor sordo y constante.
Me levanté y fui directo a mi estudio, un pequeño cuarto que daba a un patio interior. La luz era escasa, pero era mi único santuario.
El olor a óleo y a lienzo llenaba el aire.
Durante años, había puesto en pausa mi propia carrera. Mis sueños de exponer en galerías, de ser reconocida por mi talento, se guardaron en un cajón para que los sueños de Ricardo pudieran volar.
Él era un aspirante a director de cine, lleno de ideas grandiosas pero con los bolsillos vacíos.
Así que yo me convertí en su todo: su apoyo financiero, su ancla emocional, su cuidadora.
Trabajaba en dos empleos. Por la mañana, daba clases de arte a niños ricos que manchaban más de lo que pintaban. Por la tarde y hasta bien entrada la noche, trabajaba en una galería de arte, no como artista, sino como asistente, encargándome del inventario, de las ventas, del trabajo pesado que nadie más quería hacer.
Todo el dinero iba a sus proyectos. A sus cortometrajes, a su equipo, a las cenas con productores potenciales donde yo sonreía y asentía, interpretando el papel de la prometida devota.
Cuando sus proyectos fracasaban, cuando la desesperación lo consumía, yo era la que lo abrazaba, la que le secaba las lágrimas y le susurraba al oído que no se rindiera, que él era un genio, que el mundo tarde o temprano lo vería.
Y el mundo finalmente lo vio.
Su última película, financiada con un préstamo que hipotecaba nuestro futuro, fue un éxito rotundo. De la noche a la mañana, Ricardo se convirtió en el director del momento.
La fama y el dinero llegaron como un tsunami. Y lo cambiaron todo.
Lo cambiaron a él.
Terminé de limpiar mis pinceles y miré el lienzo a medio terminar. Era un autorretrato. Uno que no me atrevía a terminar porque no reconocía a la mujer que me miraba desde la tela.
Mi teléfono sonó, sacándome de mis pensamientos. Era Ricardo.
"Sofía, ponte guapa. Esta noche hay una gala. La premiere de la película de Martínez. Tienes que venir" .
No era una invitación, era una orden.
"Ricardo, estoy cansada. He trabajado todo el día" , mi voz sonó más débil de lo que pretendía.
"No empieces, Sofía. Esto es importante. Es networking. No puedes venir con esa cara de funeral. Y por favor, cómprate algo decente que ponerte. Usa mi tarjeta" .
Colgó antes de que pudiera responder.
Me sentí vacía. La frustración y el cansancio se mezclaban en mi estómago, creando una náusea amarga.
Fui a nuestro dormitorio, el que ahora se sentía más suyo que mío. Abrí su armario. Trajes de diseñador, camisas de seda, zapatos italianos.
Abrí el mío. Vestidos sencillos, ropa de trabajo, jeans gastados.
Él se había elevado, y yo me había quedado atrás, anclada a la realidad que habíamos construido, una realidad que él ya estaba ansioso por demoler.
Esa noche, en la gala, lo vi.
Lo vi con ella. Valentina.
Una joven actriz, hermosa, vibrante, con una ambición que ardía en sus ojos. Estaba colgada de su brazo, riendo de sus chistes, mirándolo con una adoración que era a la vez un espectáculo y una daga.
Ricardo me presentó como "una vieja amiga" , y el mundo a mi alrededor pareció detenerse.
Sentí la humillación recorrer mi cuerpo como una corriente eléctrica. Vi las miradas de compasión de algunos, las sonrisas burlonas de otros.
Valentina me dedicó una sonrisa condescendiente, una mirada que me evaluaba de pies a cabeza y me descartaba en un segundo.
No dije nada. Me di la vuelta y me fui.
Cuando Ricardo llegó a casa horas más tarde, la confrontación fue inevitable.
"¿Una vieja amiga, Ricardo? ¿Después de todo lo que he hecho por ti? ¿Después de cada sacrificio?"
Él ni siquiera se inmutó. Se quitó el saco y lo arrojó sobre un sillón, con una indiferencia que me destrozó.
"Sofía, seamos realistas. Las cosas han cambiado" .
"¿Qué ha cambiado? ¿Que ahora tienes éxito? ¿Que ahora no me necesitas para pagarte las cuentas?"
"¡No es solo eso!" , gritó, su voz resonando en las paredes. "Es todo. Es cómo te ves, cómo actúas. ¡Ya no vibras en la misma frecuencia que yo!"
Y entonces, pronunció las palabras que se grabarían en mi alma.
"Mírate, Sofía. Mírate en un espejo. ¿De verdad crees que todavía encajas en mi mundo?"
Me quedé mirándolo, sintiendo cómo la ira desplazaba al dolor.
"Tú me hiciste así" , susurré, la voz temblorosa de rabia contenida. "Cada una de mis ojeras pagó una de tus luces de rodaje. Cada una de mis manos resecas pulió tu camino al éxito" .
Él se rió. Una risa seca, cruel.
"No seas tan dramática. Siempre supe que eras buena para el sacrificio, pero no sabía que también eras buena para el chantaje emocional" .
Se acercó, su rostro a centímetros del mío. Intentó suavizar su tono, recurriendo a la manipulación que tan bien conocía.
"Mi amor, escúchame. Valentina no significa nada. Es solo... parte del juego. El negocio es así. Necesito a alguien como ella a mi lado en estos eventos. Tú entiendes, ¿verdad?"
Me tomó por los hombros, tratando de abrazarme.
"Todo esto" , dijo, haciendo un gesto para abarcar el lujoso apartamento, "es nuestro. Lo logramos" .
Nuestro.
La palabra sonó tan falsa, tan hueca.
En ese momento, algo dentro de mí se rompió. La última hebra de esperanza, de amor, de paciencia.
Me zafé de su agarre con una fuerza que no sabía que tenía. Mi mano se movió por sí sola. Agarré el pesado florero de cristal que estaba sobre la consola y, con un grito ahogado, lo estrellé contra el espejo de marco dorado.
El sonido del cristal haciéndose añicos fue ensordecedor.
Miles de fragmentos cayeron al suelo, cada uno reflejando una versión rota y distorsionada de nuestros rostros.
Ricardo me miró, estupefacto. La rabia pura reemplazó su falsa calma.
"¡Estás loca!" , gritó.
Pero yo ya no lo escuchaba. Miraba los pedazos del espejo, y en ellos no veía locura.
Veía una salida.
Fue entonces cuando lo recordé. Un recuerdo profundo, casi enterrado.
No siempre fui de este mundo.
Había llegado aquí con una misión, enviada por un "sistema" que no entendía del todo. Mi tarea era simple: vivir una vida humana, observar, aprender y luego regresar.
Era una artista, sí, pero mi verdadera esencia era otra cosa.
Conocí a Ricardo en mi primer año aquí. Él era un estudiante de cine, pobre, apasionado, con una luz en los ojos que me cautivó.
Me enamoré.
Me enamoré tan profundamente que olvidé mi misión. Le conté al sistema que quería quedarme. Que había encontrado mi hogar en sus brazos.
El sistema me advirtió. Me dijo que el amor humano era volátil, que mi decisión tendría consecuencias.
Pero yo no escuché.
Elegí a Ricardo. Elegí el amor.
Y en el momento en que tomé esa decisión, el sistema desapareció. La voz en mi cabeza se silenció. El portal a mi mundo de origen se cerró.
Estaba sola. Humana. Vulnerable.
Y lo había apostado todo por él.
Mirando los pedazos rotos del espejo en el suelo, me di cuenta de la terrible ironía.
Había renunciado a mi verdadero yo por un hombre que, en el momento en que encontró su propio éxito, me pidió que me mirara en un espejo y me diera cuenta de que ya no pertenecía a su lado.
El sistema se había ido, pero su advertencia resonaba ahora en el silencio ensordecedor de mi corazón roto.
La traición no era solo de Ricardo.
Era una consecuencia directa de mi propia elección.
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