Sofía creía que tenía un matrimonio perfecto, vivía en una pequeña casa acogedora que siempre olía a canela y a ropa limpia, su vida era sencilla, dedicada a su trabajo y a su esposo, Ricardo. Él era un hombre que parecía atento, un hombre que le traía flores sin motivo y le decía "te amo" antes de dormir, pero esa noche, todo se rompió.
Ricardo llegó tarde de una cena de negocios, sus pasos eran torpes y el olor a alcohol llenaba el aire. Sofía lo ayudó a quitarse los zapatos y lo guio a la cama, lo arropó con cuidado, como siempre hacía.
"Gracias, mi amor, eres la mejor", murmuró él, con los ojos ya cerrados.
El teléfono de Ricardo se deslizó de su bolsillo y cayó al suelo con un ruido sordo. Sofía lo recogió para ponerlo en la mesita de noche, pero la pantalla se iluminó, mostrando una serie de notificaciones. La curiosidad, una serpiente fría y silenciosa, se apoderó de ella. Nunca antes había revisado su teléfono, confiaba en él ciegamente.
Pero esa noche era diferente, algo en el aire se sentía pesado, podrido.
Con los dedos temblando, desbloqueó el teléfono, no tenía contraseña. Vio una conversación con una mujer llamada Ximena. Las primeras líneas eran besos y corazones, promesas de amor eterno. Sofía sintió un hueco en el estómago, pero se obligó a seguir leyendo.
Los mensajes se volvieron más oscuros, más detallados.
Ximena: "¿Ya está todo listo para el viaje, mi amor? No puedo esperar a que estemos juntos, sin ella".
Ricardo: "Paciencia, preciosa. La póliza de seguro ya está firmada. Un millón de pesos nos espera".
Sofía contuvo el aliento, el aire no llegaba a sus pulmones. ¿Póliza de seguro? Ella no recordaba haber firmado nada por tanto dinero. Siguió leyendo, cada palabra era un golpe.
Ximena: "¿Y cómo lo harás? Tiene que parecer un accidente, Ricardo. No podemos cometer errores".
Ricardo: "Tengo todo planeado. El viaje al río, la curva peligrosa, los frenos 'fallarán'. Será una tragedia, y yo seré el viudo desconsolado".
Ximena: "Nuestro hijo y yo te estaremos esperando. Por fin tendremos la vida que merecemos".
El teléfono se resbaló de las manos de Sofía y golpeó la alfombra. El mundo se vino abajo, las paredes de su casa perfecta se derrumbaron sobre ella, revelando una estructura de mentiras y traición. Su esposo, el hombre al que amaba, no solo la engañaba, no solo tenía un hijo con otra mujer, sino que planeaba asesinarla.
El pánico la ahogaba, se sentó en el suelo, abrazándose las rodillas, temblando sin control. Quería gritar, quería correr, pero su cuerpo no respondía. En medio de su desesperación, una voz resonó en su mente, una voz cálida y antigua, la voz de su abuela.
Su abuela, la "Curandera del Río", una mujer sabia que conocía los secretos de las plantas y los espíritus del agua. Antes de morir, le había transmitido un don, un secreto ancestral.
"Mijita", le había dicho la anciana, tomándole las manos, "tú tienes el poder del río. Cuando el peligro te aceche y no haya salida, mira a los ojos de tu enemigo y desea con toda tu alma estar en su lugar. El río te escuchará".
Sofía nunca había entendido completamente esas palabras, las había guardado como el recuerdo de una mujer a la que amaba. Pero ahora, en la noche más oscura de su vida, la promesa de ese don era un ancla en medio de la tormenta.
Se levantó del suelo, sus lágrimas se secaron y el temblor cesó. Miró a Ricardo, que dormía plácidamente, ajeno a la tormenta que había desatado. El miedo se transformó en una furia fría y calculadora. No iba a ser la víctima. No iba a dejar que él ganara.
Recogió el teléfono, lo colocó de nuevo en la mesita de noche y se acostó a su lado, fingiendo dormir. El plan de Ricardo seguiría adelante, pero el final sería muy diferente.
Ella también tenía un plan.