El Precio de Tu Amor
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Capítulo 2

A la mañana siguiente, el sol entraba por la ventana como si nada hubiera pasado. Sofía se movía por la cocina con una calma que la sorprendió a ella misma, preparó el desayuno, el café olía como siempre, pero todo era una farsa. Mantuvo la compostura, una máscara de normalidad cubría la furia que hervía por dentro.

Ricardo bajó las escaleras, fresco y sonriente.

"Buenos días, mi amor", dijo, dándole un beso en la mejilla.

El beso se sintió como el toque de una serpiente. Sofía le devolvió la sonrisa, una sonrisa vacía.

"Buenos días, cariño. ¿Dormiste bien?".

"Como un bebé", respondió él, sin saber la ironía de sus palabras.

Durante los días siguientes, Ricardo interpretó el papel del esposo perfecto. Le llevaba el café a la cama, le dejaba notas de amor en el espejo del baño, la llamaba durante el día solo para decirle que la extrañaba. Cada gesto era un recordatorio de su traición, y cada mentira alimentaba la determinación de Sofía.

Una tarde, Ricardo llegó a casa con una carpeta bajo el brazo, su rostro brillaba de emoción.

"Sofía, tengo una gran noticia", anunció. "Conseguí cerrar el negocio que tanto esperaba. ¡Nuestros problemas de dinero se acabaron!".

Sofía fingió una alegría desbordante, lo abrazó, sintiendo el latido de su corazón traicionero.

"Pero hay algo que necesito que hagas", continuó él, abriendo la carpeta. "Es solo un trámite, una póliza de seguro de vida. Con este nuevo proyecto, es un requisito. Nos protege a ambos".

Extendió los papeles sobre la mesa. Sofía vio la cifra: un millón de pesos. Y vio el nombre del único beneficiario: Ricardo. Su plan estaba en marcha, y él la estaba haciendo partícipe de su propia sentencia de muerte.

"Claro, mi amor. Lo que sea necesario", dijo ella con una voz dulce.

Al día siguiente, fueron a la oficina de la aseguradora. El lugar era frío e impersonal. Un empleado con cara de aburrimiento les explicó los detalles, aunque Ricardo no dejaba de interrumpir, diciendo que ya entendían todo. Mientras Sofía tomaba la pluma para firmar, notó que el empleado la miraba con una extraña mezcla de preocupación y lástima. Sus ojos parecían decir: "¿Estás segura de esto?".

Sofía le sostuvo la mirada por un segundo, luego bajó la vista y firmó con una caligrafía firme y decidida. Cada trazo de su nombre era un juramento silencioso. No estaba firmando su muerte, estaba firmando la de él.

Al salir de la oficina, Ricardo estaba exultante, la abrazó con fuerza.

"¡Lo sabía! Sabía que entenderías", dijo, besándola en la frente. "Y para celebrar nuestro futuro, tengo otra sorpresa. ¡Nos vamos de viaje! Un fin de semana junto al río, como en los viejos tiempos, solo tú y yo".

Sofía levantó la vista y lo miró a los ojos, su sonrisa era radiante, pero sus ojos eran fríos como el hielo.

"Me parece una idea maravillosa, Ricardo. Un viaje inolvidable".

Él sonrió, satisfecho. No tenía idea de lo inolvidable que sería. La trampa estaba puesta, y ella caminaría hacia ella con los ojos bien abiertos.

            
            

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