Esperamos en un silencio tenso, mi padre con la mandíbula apretada, mi madre retorciendo un pañuelo en sus manos. Yo permanecí quieta, mi rebozo favorito sobre mis hombros, una armadura tejida con los colores de mi tierra.
Casi una hora después, la puerta se abrió de golpe. Ricardo entró, pero no venía solo. A su lado, con una sonrisa desafiante en los labios, estaba Ximena. Llevaba un vestido rojo brillante, demasiado llamativo para la ocasión, una mancha de color vulgar en la sobriedad del salón.
La madre de Ricardo se puso de pie de un salto, su rostro una máscara de furia contenida.
"Ricardo, ¿qué significa esto? Esta no es una reunión social."
"Madre, relájate," dijo él con una arrogancia que nunca antes le había visto. "Ximena es parte de esto. Ella es el futuro. Quiero que todos lo entiendan de una vez."
Se volvió hacia mí, su mirada ahora desprovista de cualquier culpa, reemplazada por una determinación cruel.
"Sofía, lo que te ofrecí anoche ya no es suficiente. Hablé con Ximena. Ella no aceptará un segundo lugar. Ella quiere ser la única, la esposa, la futura primera dama. Y eso es lo que le voy a dar."
Cada palabra era un golpe. La esperanza que había albergado, por pequeña que fuera, de que entrara en razón, se desvaneció. El sueño de mi vida, el futuro por el que había trabajado, se derrumbó en ese instante, reducido a cenizas por su egoísmo. Sentí el dolor físico de la pérdida, una presión en el pecho que me dificultaba respirar.
Mi padre se levantó, su voz un trueno contenido. "Gobernador, ha perdido el juicio. Ha insultado a mi hija y a mi familia."
Ricardo se rió, una risa desagradable y hueca.
"Por favor, señor. No sea tan dramático. Esto es amor. Algo que su hija, con su carácter frío y reservado, nunca podría entender." Se giró hacia mí. "Deberías estar feliz por mí, Sofía. Pero sigues con este berrinche, tan mezquina, tan de pueblo. Estás haciendo el ridículo."
Su insulto en chino, una afectación que usaba para parecer más sofisticado, fue la gota que colmó el vaso. No respondí. En lugar de eso, lentamente, con un gesto deliberado, me quité el anillo de compromiso que él me había dado. Una esmeralda grande y ostentosa, elegida más por su valor que por su belleza. Lo coloqué suavemente sobre la mesa de caoba pulida que nos separaba. El sonido fue casi inaudible, pero resonó en la habitación como un disparo.
Fue mi única respuesta. Un rechazo silencioso y absoluto.
La cara de Ricardo se contrajo de ira. "¡No puedes hacer eso! ¡El compromiso no se rompe así!"
"Ella puede y lo hará," intervino su madre, su voz cortante como el hielo. "Has traído la vergüenza a esta casa, Ricardo."
"¡Es mi vida!", gritó él, perdiendo la compostura. "¡Y es mi cumpleaños la próxima semana, y mi regalo para mí mismo es la felicidad! ¡Y mi felicidad es Ximena!"
Ximena, que había permanecido en silencio hasta entonces, sonrió con aire de suficiencia y se aferró al brazo de Ricardo.
La mención de su cumpleaños, un intento tan patético de justificar su crueldad, me dio la fuerza que necesitaba. Me levanté, mi espalda recta como una vara.
"Primera Dama," dije, dirigiéndome a su madre e ignorando por completo a Ricardo y a su amante. "Le pido disculpas por esta escena tan desagradable. Mi familia y yo nos retiramos. Pero antes, necesito hablar con usted. A solas."
La Primera Dama me miró, un destello de respeto en sus ojos fríos. Asintió bruscamente.
"Ricardo, Ximena, fuera de aquí. Ahora."
Él intentó protestar, pero la mirada de su madre lo silenció. Salió de la habitación arrastrando a Ximena, quien me lanzó una mirada triunfante y venenosa antes de desaparecer.
Cuando estuvimos solas, con mis padres esperando fuera, me enfrenté a la mujer más poderosa del estado.
"Señora," comencé, mi voz firme y clara. "Mi familia ha sido humillada. El compromiso entre su hijo y yo se ha roto por su deshonor. No por el mío."
Ella me observó, su rostro impasible. "Lo sé, niña. He sido testigo de ello. Mi hijo es un necio."
"Aprecio sus palabras," continué, "pero la humillación pública requiere una reparación pública. Mi honor y el de mi familia deben ser restaurados."
Mantuve su mirada, sin flaquear. El aire en la habitación estaba cargado de tensión, el futuro pendiendo de un hilo. Ya no era solo una cuestión de un corazón roto, era una cuestión de justicia. Y estaba dispuesta a todo para conseguirla.