Justo cuando pensaba que ya nada podría sorprenderme, la puerta de la tienda se abrió, y entró él.
Mateo.
No el Mateo que yo recordaba, ese chico flaco, de hombros caídos y mirada tímida que se sentaba en el rincón del salón.
No.
Este hombre era alto, muy alto, fácil medía 1.87 metros, con un traje hecho a la medida que gritaba dinero y poder, su rostro, antes anguloso y pálido, ahora tenía facciones definidas y un aire de confianza que imponía.
Era el mismo Mateo, pero a la vez, era un completo desconocido.
Se detuvo frente a mí, y por un segundo, el mundo se detuvo. Sus ojos oscuros me analizaron, y una pequeña sonrisa, casi imperceptible, se dibujó en sus labios.
Mi corazón, ese traidor, empezó a latir con una fuerza que me asustó.
Para entender cómo llegamos a este punto, tenemos que volver al pasado, a la época de la preparatoria, cuando yo era la reina y él era solo el becado.
La preparatoria era mi reino, un lugar lleno de chicos guapos y populares. Estaba el deportista, capitán del equipo de fútbol, con músculos por todas partes, y el chico moderno, siempre con la última tecnología y ropa de marca.
Todos querían ser mi pareja para el proyecto de fin de curso.
Pero yo ya había elegido.
Mi mirada se posó en la esquina del fondo del salón, donde siempre se sentaba Mateo.
Era el mejor estudiante de la escuela, el número uno indiscutible, pero también era el más pobre. Un chico becado en una escuela de élite.
Me levanté de mi asiento, ignorando las miradas de todos, y caminé directamente hacia él.
"Oye."
Le dije, con la confianza que siempre me había caracterizado.
Él levantó la vista de su libro, sorprendido. Sus ojos, detrás de unos lentes anticuados, me miraron con cautela.
"Quiero hacer el proyecto contigo."
Anuncié, sin rodeos.
Mateo parpadeó, confundido. Pude ver cómo sus mejillas se teñían de un ligero color rojo. Era delgado, casi desnutrido, y su ropa, aunque limpia, se notaba gastada.
"¿Conmigo?"
Preguntó con un hilo de voz, como si no pudiera creerlo.
"Sí, contigo."
Confirmé, sonriendo.
Antes de que pudiera responder, una voz burlona nos interrumpió.
"Sofía, ¿qué haces con este?"
Era Raúl, otro compañero de clase, siempre celoso de la atención que yo recibía. Se acercó a nosotros con una sonrisa de superioridad.
"Es el becado, ¿sabes? El que apenas y tiene para comer."
La crueldad en sus palabras me hizo enojar. Vi cómo la espalda de Mateo se tensaba y su mirada se ensombrecía.
Me giré para enfrentar a Raúl, mi sonrisa desapareció.
"¿Y a ti qué te importa, Raúl?"
Mi voz sonó fría y cortante.
"Lo elegí a él, no a ti, así que lárgate."
Raúl se quedó callado, sorprendido por mi reacción. Nadie se atrevía a hablarme así. Me dio una última mirada de desprecio y se fue, murmurando algo entre dientes.
Volví mi atención a Mateo. Seguía con la cabeza gacha.
"No tienes que..."
Empezó a decir, pero lo interrumpí.
"Ya decidí. Serás mi compañero."
Le sonreí de nuevo, una sonrisa genuina esta vez.
"Y no acepto un no por respuesta."
Él finalmente levantó la vista, y en sus ojos vi una mezcla de gratitud y orgullo herido. Asintió lentamente.
En ese momento, no lo sabía, pero esa decisión, ese simple acto de rebeldía, cambiaría nuestras vidas para siempre. Yo, la chica rica, había decidido "nutrir" al genio pobre, sin imaginar que años después, los papeles se invertirían de la forma más inesperada.