No es que no tuviera hambre, es que no tenía qué comer.
Mi corazón se sintió pequeño. La idea de que alguien tan brillante, tan dedicado, pasara hambre mientras yo me quejaba de que mi chef había puesto demasiada mayonesa en mi sándwich, me pareció increíblemente injusta.
Tenía que hacer algo, pero sabía que Mateo era demasiado orgulloso para aceptar caridad.
Así que al día siguiente, llegué con dos almuerzos idénticos.
"¡Ay, mi mamá se equivocó y me empacó doble!"
Dije con la actuación más natural que pude fingir.
"No voy a poder comerme todo esto, se va a echar a perder. Tómalo, por favor."
Le puse uno de los recipientes en su mesa.
Él me miró con sospecha. Sus ojos analizaron mi cara, buscando alguna señal de lástima.
"No, gracias, Sofía. No tengo hambre."
"¡Ándale! No seas así, me harías un gran favor."
Insistí, empujando el recipiente un poco más hacia él.
Dudó un momento, pero al final, lo aceptó con un murmullo.
"Está bien."
Pero no lo abrió. Lo guardó cuidadosamente en su mochila gastada.
Me pareció extraño, pero no dije nada.
Los días siguientes, seguí con la misma farsa. Siempre llegaba con "demasiada comida" y él siempre la aceptaba, pero nunca se la comía delante de mí. Siempre la guardaba en su mochila.
Empecé a preocuparme. ¿Y si no le gustaba mi comida? ¿Y si la estaba tirando a la basura para no hacerme sentir mal?
La idea me dolía. No por la comida, sino por él. Quería ayudarlo, no humillarlo.
Un viernes, después de que le diera su "almuerzo extra", no pude más. Mientras él guardaba el recipiente, lo detuve.
"Mateo."
Él se sobresaltó.
"¿Sí?"
"¿Por qué nunca te comes la comida que te doy?"
La pregunta quedó flotando en el aire tenso de la biblioteca.
Él se quedó helado, con la mano todavía en su mochila. Su rostro se puso pálido y luego rojo. Desvió la mirada, incapaz de enfrentarme.
"Yo..."
Tartamudeó, sin saber qué decir.
En ese momento, él me confrontó directamente.
"Sofía, ¿por qué haces esto?"
Su voz era baja, pero firme. Me estaba pidiendo una explicación, una de verdad.
Mi cerebro trabajó a toda velocidad. La verdad lo humillaría, la mentira ya no servía. Necesitaba una tercera opción.
"Es un trato."
Solté de repente.
Él frunció el ceño, confundido.
"¿Un trato?"
"Sí. Tú eres un genio y yo... bueno, yo necesito aprobar. Tú me das tutorías, me ayudas a estudiar, y yo te pago con comida. Comida de primera, hecha por un chef. Es un intercambio justo, ¿no crees? Así no es caridad, es un pago por tus servicios."
Lo dije todo de un tirón, sin respirar, rezando para que se lo creyera.
Mateo me miró fijamente durante un largo rato. Sus ojos inteligentes parecían estar leyendo mi alma, desarmando mi mentira piadosa.
Pensé que me iba a rechazar, que su orgullo ganaría la batalla.
Pero entonces, para mi sorpresa, una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios. Una sonrisa genuina, la primera que le veía.
"Está bien, Sofía."
Dijo, y su voz sonaba más relajada.
"Acepto el trato."
Ese día, nuestro acuerdo secreto se formalizó. Él sería mi tutor, y yo sería su... proveedora de alimentos.
Era un arreglo extraño, pero funcionaba. Y lo más importante, le permitía a él mantener su dignidad, y a mí, la tranquilidad de saber que al menos, no estudiaría con el estómago vacío.