De Joven Pobre A Esposo Adecuado
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Capítulo 4

A partir de nuestro "trato", nuestra rutina cambió y se volvió más cercana.

Ya no solo estudiábamos en la biblioteca, a veces nos quedábamos después de clases en un salón vacío.

Yo llegaba con recipientes llenos de comida deliciosa, y él, con la paciencia de un santo, me explicaba los misterios de la química y las matemáticas.

Poco a poco, vi un cambio en él. Ya no se veía tan demacrado. Sus mejillas empezaron a tener un poco de color y parecía tener más energía.

Incluso empezó a sonreír más a menudo, sobre todo cuando yo decía alguna tontería.

Y yo, para sorpresa de todos, especialmente la mía, empecé a mejorar mis calificaciones.

Las explicaciones de Mateo eran claras, lógicas. Hacía que lo más complicado pareciera sencillo. Por primera vez en mi vida, no solo memorizaba, sino que entendía.

La relación se había vuelto recíproca.

"Te estás volviendo lista, Sofía."

Me dijo un día, después de que resolví un problema de física sin su ayuda.

"Es gracias al mejor tutor del mundo."

Le respondí, dándole un codazo amistoso. Él se sonrojó, pero no apartó la mirada.

El día del examen final de física llegó. Estaba nerviosa, pero también me sentía más preparada que nunca.

Me senté en mi pupitre y miré a Mateo, que estaba a unas filas de distancia. Él me vio y asintió levemente, como dándome ánimos.

La profesora Elena, una mujer amargada que parecía tener un prejuicio especial contra los estudiantes de bajos recursos, repartió los exámenes.

A mitad del examen, me atoré en una pregunta. Entré en pánico. Miré a mi alrededor, desesperada.

Entonces, vi que Mateo tosía. Una vez. Dos veces. Y luego, estiraba su pierna y apuntaba con el pie a la opción B de su hoja de respuestas imaginaria en el suelo.

Me quedé helada. ¿Me estaba pasando la respuesta?

Dudé un segundo, pero la presión era demasiada. Marqué la opción B.

Unos minutos después, volvió a toser y apuntó a la opción C.

Gracias a su sutil "ayuda", logré terminar el examen.

Cuando salí, lo busqué con la mirada, pero ya se había ido.

Una semana después, la profesora Elena entró al salón con los resultados. Su cara era un poema.

"Sofía," dijo, con una voz cargada de incredulidad y sospecha. "Sacaste un 9.8. La segunda calificación más alta de la clase."

Toda la clase se giró a mirarme. Sentí mis mejillas arder.

"La calificación más alta, por supuesto," continuó la profesora, mirando con desdén hacia la esquina, "es de Mateo. Un 10 perfecto, como siempre."

Pero no se detuvo ahí.

"Es... sorprendente, Sofía. Tu progreso ha sido milagroso. Casi tanto como para pensar que hiciste trampa."

El aire se cortó. Raúl soltó una risita.

"No hice trampa."

Dije, con la voz temblando un poco.

"¿Ah, no? ¿Entonces cómo explicas que tus respuestas incorrectas sean exactamente las mismas que las de Mateo?"

Me quedé sin palabras. Estaba perdida.

Justo en ese momento, la puerta del salón se abrió. Era mi papá.

"¿Algún problema, profesora Elena?"

Preguntó mi papá, su voz grave y autoritaria llenando el silencio. Siempre había sido un hombre de principios y no toleraba las injusticias.

La profesora se puso pálida.

"Señor... Señor García. Solo estábamos discutiendo los... excelentes resultados de su hija."

"Escuché algo sobre hacer trampa," dijo mi papá, caminando lentamente hacia el escritorio de la maestra. "Mi hija no es una tramposa. Pero sí es una chica que se esfuerza cuando tiene al profesor adecuado."

Le lancé una mirada a Mateo. Él estaba mirando su pupitre, pero pude ver que estaba tenso.

Él se levantó.

"Fue mi culpa."

La voz de Mateo sonó clara y firme en el salón silencioso.

Todos nos giramos para mirarlo.

"Yo le pasé las respuestas a Sofía."

Me quedé en shock. ¿Por qué estaba haciendo eso? Lo iban a expulsar.

"¡No es cierto!"

Grité.

"Sí, es cierto," insistió Mateo, sin mirarme. "Ella me pidió ayuda y yo se la di. Es mi responsabilidad."

La profesora Elena sonrió con malicia. Era la oportunidad que estaba esperando para deshacerse del becado que siempre la dejaba en ridículo con su inteligencia.

"Ya veo," dijo, saboreando el momento. "Así que el estudiante modelo no es tan perfecto como parece. Un pobre diablo que recurre a la trampa para..."

"¿Un pobre diablo?"

La voz de mi papá retumbó en el salón, helada.

Se acercó a la profesora Elena hasta que ella tuvo que echarse hacia atrás en su silla.

"La única pobre diabla que veo aquí es usted, profesora. Una mujer tan llena de prejuicios que no puede aceptar que una alumna mejore, o que un chico brillante venga de una familia humilde. Está juzgando a este joven por su ropa y no por su cerebro, un cerebro que probablemente vale más que toda su carrera."

La profesora se quedó sin palabras, roja de ira y humillación.

"Mañana mismo hablaré con el director sobre sus métodos pedagógicos y su obvia discriminación," concluyó mi papá. Luego se giró hacia mí. "Vámonos, Sofía."

Mientras salíamos, escuché a Mateo decir en voz baja, casi un susurro.

"A partir de mañana, te daré clases en tu casa. Todos los días. Para que la próxima vez, no necesites mi ayuda."

Era una promesa.

Una promesa de que me convertiría en una estudiante de la que nadie pudiera dudar.

Y una prueba de que él estaba dispuesto a arriesgarlo todo por mí.

                         

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