Javier Torres entró, con el ceño fruncido y una expresión de profundo asco en el rostro. Sus zapatos italianos, hechos a la medida, se ensuciaron con el lodo y las hojas secas del patio.
Su mirada recorrió el lugar con desprecio, como si cada rincón de esta hacienda en ruinas fuera un insulto personal.
"Qué lugar tan asqueroso."
Murmuró, más para sí mismo que para los guardaespaldas que lo seguían como una sombra.
"Es increíble que esa mujer haya podido esconderse aquí por tres años."
Uno de sus hombres, con traje negro y rostro inexpresivo, se acercó.
"Señor Torres, hemos revisado la casa principal, las caballerizas y la bodega, no hay rastro de la señora Rojas."
Javier apretó la mandíbula, la vena de su sien latió con furia.
"¿Que no hay rastro? ¡Imposible! Esa víbora es experta en esconderse, busquen de nuevo, revisen cada maldito centímetro de este basurero, ¡quiero que la encuentren ahora!"
Los hombres se dispersaron de inmediato, sus movimientos eran eficientes y fríos, como si estuvieran buscando a un animal y no a una persona. Los gritos de "¡Elena Rojas, salga ahora!" resonaban en el aire viciado de la hacienda, pero solo el viento les respondía.
Javier sacó su celular, su rostro se suavizó por un instante al ver el nombre en la pantalla.
"Mi amor, tranquila, ya estoy aquí. La encontraré, te lo prometo."
Escuchó por un momento, su expresión se tornó sombría de nuevo.
"No, todavía no aparece, esa mujer es una cobarde, siempre lo ha sido, pero no te preocupes, Sofía, no me iré de aquí sin su riñón, te lo juro."
Colgó la llamada y su furia regresó con más fuerza, gritó al aire, como si yo pudiera escucharlo desde algún escondite secreto.
"¡Elena! ¡Sé que me estás escuchando! ¡Deja de jugar a la víctima y sal de una vez! ¡Sofía te necesita!"
Su voz estaba llena de un odio que me helaba hasta los huesos, incluso en mi estado de alma errante. Para él, yo no era más que un obstáculo, una bolsa de órganos para su amada Sofía.
De repente, una figura desgarbada y sucia salió de detrás de unos matorrales, era Pedro, un vagabundo al que todos en el pueblo llamaban "El Borracho" . Olía a pulque barato y a tierra húmeda.
Se tambaleó hacia Javier, con los ojos enrojecidos y una extraña valentía en su vozarrón.
"Usted no debería estar aquí, patrón."
Javier lo miró con asco.
"¿Y tú quién carajos eres para decirme qué hacer? Lárgate de mi propiedad si no quieres problemas."
Pedro negó lentamente con la cabeza, su mirada se fijó en un punto específico del patio, justo debajo de un viejo árbol de jacaranda.
"La señora ya no está, patrón, ella ya se fue."
El asistente de Javier se rio con burla.
"Este borracho está loco, señor, no le haga caso."
Javier sonrió con crueldad.
"¿Que ya se fue? ¿A dónde se pudo haber ido sin un centavo? Seguramente está escondida en algún agujero como la rata que es."
Se acercó a Pedro, invadiendo su espacio personal con una arrogancia intimidante.
"Escúchame bien, viejo inútil, si sabes dónde está y no me lo dices, te juro que haré que te arrepientas de haber nacido."
Pero Pedro no se inmutó, solo mantuvo su mirada fija en aquel pedazo de tierra bajo el árbol.
"Ella está descansando, patrón, por fin está en paz."