Fantasma De La Madre
img img Fantasma De La Madre img Capítulo 3
4
Capítulo 4 img
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
Capítulo 11 img
Capítulo 12 img
Capítulo 13 img
Capítulo 14 img
Capítulo 15 img
Capítulo 16 img
img
  /  1
img

Capítulo 3

Flotando en el aire, invisible, impotente, observé todo.

Mi nombre es Elena Rojas y estoy muerta.

Mi espíritu, atado a esta tierra por el odio y el amor inquebrantable por mi hijo, fue testigo de la crueldad de Javier, el hombre al que una vez amé.

Vi cómo destrozaba la humilde cruz que Pedro había hecho para mí, vi cómo pisoteaba mi tumba sin el menor rastro de remordimiento, vi cómo usaba el nombre de mi pequeño Diego para tratar de herirme, sin saber que ya nada podía lastimarme más que mi propia muerte.

Cuando Javier y sus matones se fueron, Pedro se arrastró de vuelta a mi tumba. Su rostro estaba hinchado y sangraba por la nariz, pero sus lágrimas no eran por su propio dolor.

Lloraba por mí.

"Señora Elena... perdóneme..."

Sollozaba mientras recogía los trozos de madera rota.

"No pude protegerla, no pude hacer nada..."

Mi corazón etéreo se contrajo de pena. Pedro era la única persona que había llorado mi muerte, el único que me recordaba con cariño. Lo conocí un día de lluvia, estaba tirado en la calle, temblando de frío y hambre. Javier pasó a mi lado y dijo "qué asco de gente" . Yo me detuve, le compré un café caliente y un pan, y le di todo el dinero que traía en mi bolsa.

Desde ese día, Pedro se convirtió en mi guardián silencioso, siempre rondando la hacienda, asegurándose de que nadie me molestara durante mi encierro. Él fue el único testigo de mi final.

Un torbellino de recuerdos me envolvió, tan vívidos como si estuvieran sucediendo ahora mismo.

La terraza de la villa. El sol de la tarde. Sofía Vargas, la amada de la infancia de Javier, estaba frente a mí. Su rostro, que para Javier era el de un ángel, para mí era la máscara de un demonio.

Me había acusado de provocar su aborto espontáneo, una mentira podrida. Javier, ciego de amor y furia, me creyó culpable sin siquiera escucharme y me encerró en esta hacienda olvidada. Pero a Sofía no le bastó con eso.

"Javier nunca te amó, Elena. Siempre fui yo," dijo con una sonrisa triunfante. "Pero mientras tú respires, eres una mancha en nuestra felicidad."

En ese momento, el celular de Javier, que ella sostenía, sonó. Era él. Sofía contestó, su voz se volvió dulce y melosa. "Sí, mi amor... todo está bien... pronto estaremos juntos para siempre."

Luego, colgó y me miró.

"¿Escuchaste? 'Mi amor' . Esa palabra nunca fue para ti."

Y con una fuerza que no esperaba, me empujó.

Caí desde la terraza. El golpe contra el suelo de piedra fue brutal, sentí mis huesos romperse, pero no morí. Quedé tirada, medio paralizada, un amasijo de dolor y desesperación.

Pensé que todo había terminado, pero Sofía no estaba satisfecha. Horas después, cuando la oscuridad cayó, regresó. No venía sola. Dos hombres, con miradas vacías y manos sucias, la acompañaban.

"No puedo creer que sigas viva, eres más resistente que una cucaracha," dijo, agachándose a mi lado. "Pero no te preocupes, vamos a terminar con esto. Antes, mis amigos quieren jugar un poco. Consideralo un regalo de despedida."

Lo que siguió fue un infierno que ninguna palabra puede describir. Me violaron sobre la tierra fría, mientras Sofía observaba con una sonrisa de placer en su rostro. Cada grito mío era música para sus oídos.

Cuando terminaron, estaba rota, no solo en cuerpo sino en alma. Me arrastraron, dejando un surco de sangre en el suelo, hasta un hoyo que ya habían cavado bajo el árbol de jacaranda.

"¿Sabes por qué tengo que hacer esto, Elena?" susurró Sofía en mi oído, su aliento olía a victoria. "Porque quiero todo lo que es tuyo, tu casa, tu dinero, tu esposo... y sobre todo, quiero que tu hijo me llame 'mamá' ."

Me arrojaron al hoyo. La primera palada de tierra cayó sobre mi rostro, llenando mi boca, mis ojos. Traté de gritar, pero solo salió un gemido ahogado.

Mi último pensamiento antes de que la oscuridad me consumiera por completo fue para mi hijo, mi pequeño Diego.

"Diego... mi amor... mamá te ama..."

Ese amor y el odio feroz hacia mis verdugos fueron lo que me anclaron a este mundo. Mi espíritu se negó a partir. No podía descansar, no hasta que Javier supiera la verdad, no hasta que Sofía pagara por su crimen, no hasta que mi hijo estuviera a salvo de esa mujer.

                         

COPYRIGHT(©) 2022