Compré todos los medicamentos, la comida especial, una cama suave. Convertí mi estudio de arte en una enfermería para gatos. Cada dos horas, le daba su medicina con un gotero. Lo envolvía en una manta térmica y le susurraba palabras de aliento. Cuidarlo me dio un propósito, una rutina que me sacaba de la cama cada mañana. Verlo mejorar un poco cada día, ver cómo su pelaje empezaba a brillar y sus ojos recuperaban la curiosidad, era un bálsamo para mi propio espíritu herido.
Pero la vida real no se detiene. Tenía que trabajar. Un hotel de lujo en el centro me había comisionado un gran mural para su lobby. Era un proyecto importante, el más grande de mi carrera. A pesar del cansancio y el dolor que a veces me paralizaba, necesitaba el dinero y, más que eso, necesitaba sentirme útil, sentir que todavía era Ximena, la muralista, y no solo una mujer enferma y abandonada.
Llegué al hotel con mis bocetos bajo el brazo. El gerente me saludó con entusiasmo y me guio hacia la pared principal del lobby. Era un espacio enorme, imponente. Mientras discutíamos los colores y la escala, escuché una risa familiar.
Mi corazón se detuvo.
Giré la cabeza.
Allí estaban. Ricardo y Sofía, sentados en la mejor mesa del restaurante del hotel, que se abría hacia el lobby. Él le acariciaba la mano sobre la mesa. Sofía estaba grabando un video para sus redes, describiendo con adjetivos exagerados el platillo que Ricardo acababa de preparar para ella.
"Y esta espuma de aguacate, mis amores, es simplemente... ¡celestial! Ricardo no es un chef, es un dios."
Él la miraba con una adoración que me revolvió el estómago. Era una actuación para la cámara, pero también era real. Vi cómo le acomodaba un mechón de cabello detrás de la oreja, un gesto que antes era mío.
El gerente del hotel notó mi mirada.
"Ah, sí. El chef Ricardo y Sofía. Son la pareja del momento. Él está asesorando a nuestro restaurante y ella es nuestra embajadora de marca. Tenemos mucha suerte de tenerlos."
Sentí que el aire me faltaba. El mundo se encogió hasta ser solo esa mesa, esa escena de traición pública.
Me obligué a concentrarme en mi trabajo. Desplegué mis bocetos sobre una mesa cercana. Eran diseños inspirados en los agaves, en la tierra, en la fuerza silenciosa de las plantas que crecen en condiciones adversas. Eran oscuros, sí, llenos de azules profundos y verdes terrosos. Eran un reflejo de mi estado de ánimo.
De repente, una sombra se cernió sobre mí.
"¿Qué es esto?"
Era Sofía. Se había acercado sin que yo me diera cuenta, con Ricardo a su lado como un guardaespaldas.
Señaló mis bocetos con una uña perfectamente manicurada.
"Es un poco... deprimente, ¿no crees? Para un lobby de hotel. La gente viene aquí a relajarse, no a pensar en la muerte."
Su sonrisa era dulce, pero sus palabras eran afiladas.
Ricardo miró los dibujos con el ceño fruncido.
"Tiene razón, Ximena. Es demasiado oscuro. No va con la imagen del hotel."
"Es mi estilo," respondí, mi voz más firme de lo que me sentía. "Es lo que me pidieron."
"Bueno, pues el cliente ahora soy yo," dijo Ricardo con arrogancia. "Soy el asesor principal. Y digo que no funciona. Tienes que hacer algo más alegre, más... como Sofía. Lleno de luz."
Sofía sonrió, victoriosa. Se inclinó sobre la mesa, su perfume caro invadiendo mi espacio.
"No te lo tomes a mal, linda. Es solo una crítica constructiva."
Me quedé allí, humillada, mientras ellos se daban la vuelta y regresaban a su mesa. Mis bocetos, el trabajo de semanas, se sentían como basura. El gerente del hotel, que había presenciado todo, se acercó a mí, incómodo.
"Lo siento, Ximena. La decisión final es del chef Ricardo."
Recogí mis cosas, sintiendo las miradas de todos sobre mí. Justo cuando estaba por irme, Sofía se levantó y caminó hacia mí. Pensé que venía a regodearse más, pero su expresión era casi compasiva.
"Oye, de verdad lo siento," dijo en voz baja, asegurándose de que nadie más la oyera. "A veces Ricardo puede ser muy protector conmigo, se pone intenso."
Hizo una pausa, y luego vino el golpe final.
"Es que nuestra relación es muy pública, muy expuesta. Entiendo que lo de ustedes siempre fue más... discreto, ¿no? Casi un secreto. Debe ser difícil para ti."
Secreto.
La palabra resonó en mi cabeza. Nunca lo habíamos mantenido en secreto. Simplemente éramos privados. O eso creía yo.
Su sonrisa falsa me lo dijo todo. Ella no solo me había robado a mi esposo, también estaba reescribiendo mi historia, convirtiéndome en una nota a pie de página, en un secreto vergonzoso.