Destino Escrito de Nuevo
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Capítulo 2

La fiesta que siguió fue un torbellino de caras sorprendidas y felicitaciones forzadas. Mateo, a mi lado, se sentía tan fuera de lugar como yo, pero aguantó con una estoica dignidad. Aceptaba los saludos con un movimiento de cabeza, sin sonreír, sus ojos nunca muy lejos de mí, como si intentara descifrar un rompecabezas.

Encontré un momento para escapar al jardín trasero. Necesitaba aire. La noche había caído, pero el aire seguía siendo denso.

"¿Se puede saber qué fue todo eso?"

La voz de Ricardo me sobresaltó. Estaba de pie en la sombra, su silueta recortada por la luz que salía de la casa. Su tono ya no era de sorpresa, sino de una furia contenida.

"Fue mi elección, Ricardo. Ya la escuchaste," respondí, sin voltear a verlo.

"No te hagas la estúpida conmigo, Sofía," se acercó, su voz un siseo. "Tú y yo sabemos que nos pertenecemos. Deja este jueguito ridículo con el ranchero ese y ven conmigo. Podemos anunciar que fue un error, una confusión."

Me reí, una risa seca y sin alegría.

"¿Un error? El único error de mi vida fue haber creído en ti."

"¿Qué estás diciendo?" su voz subió de tono. "¿Es por algo que hice? ¿Es por Carmen? Te juro que ella no significa nada para mí."

Las mismas mentiras. Las mismas excusas baratas que le creí en mi vida pasada.

Me giré para encararlo. "No me importa Carmen. No me importas tú. A partir de hoy, tú y yo no somos nada. Aléjate de mí y de mi prometido."

Su rostro se contrajo en una mueca de desprecio. "¿Tu prometido? ¿Ese muerto de hambre? ¿Crees que él puede darte lo que yo te ofrezco? Te arrepentirás de esto, Sofía. Te lo juro."

Justo en ese momento, una figura apareció en el umbral.

"Ay, Ricardo, aquí estás. Te estaba buscando."

Era Carmen. Llevaba una copa de vino y caminaba con un contoneo exagerado. Al verme, su sonrisa se volvió maliciosa. Se acercó a mí, como si fuera a decirme algo en confianza.

"Felicidades, Sofía. Qué... valiente de tu parte."

Y entonces, "tropezó" . El vino tinto de su copa voló por el aire y aterrizó de lleno en mi vestido blanco.

"¡Ay, qué torpe soy! ¡Lo siento tanto!" exclamó, con una falsa angustia.

En mi otra vida, me habría disculpado yo, habría intentado limpiar el desastre, humillada.

Esta vez no.

Antes de que pudiera reaccionar, Ricardo se interpuso entre nosotras, pero para defenderla a ella.

"¡Sofía, ya basta! ¿No ves que fue un accidente? Siempre tienes que hacer un drama de todo."

Me miró a mí, la víctima, con acusación, mientras ponía una mano protectora en el hombro de Carmen, quien se escondía detrás de él con una expresión de miedo fingido.

La escena era tan ridícula, tan calcada de mis peores recuerdos, que sentí una calma helada apoderarse de mí.

"¿Un accidente?" pregunté, con una voz peligrosamente tranquila.

Miré a Carmen, luego a Ricardo, y finalmente llamé a uno de los capataces que estaba cerca.

"Ramón, por favor, acompaña a la señorita Carmen fuera de mi propiedad. Y asegúrate de que no vuelva a entrar."

Carmen se quedó boquiabierta. "¿Qué? ¡No puedes hacerme esto!"

Ricardo explotó. "¡No te atreves, Sofía! ¡Ella es mi invitada!"

"Pues entonces vete con ella," le dije, mirándolo directamente a los ojos. "Tú tampoco eres bienvenido aquí. Ni ahora, ni nunca."

El capataz, un hombre leal a mi abuelo, no dudó. Tomó a Carmen del brazo con firmeza. Ella se resistió, gritando, pero fue inútil. Ricardo, lívido de rabia, me lanzó una última mirada cargada de odio y se fue detrás de ella, gritando su nombre.

Los vi desaparecer en la oscuridad. El jardín quedó en silencio. La mancha de vino en mi vestido era como una herida abierta, pero por primera vez, no sentía dolor. Sentía poder.

Me quedé sola, mirando la mancha roja. Era la sangre de mi vida pasada, una marca que ahora yo había decidido cómo y cuándo limpiar. Respiré hondo, el aire llenando mis pulmones. El viejo amor, el que me había matado, dolía como un miembro fantasma, un eco de un dolor que ya no me pertenecía. Pero la sensación de haber cortado el lazo, de haber tomado el control, era mil veces más fuerte.

Se había acabado. Realmente se había acabado.

            
            

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