La Venganza de las Gemelas
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Capítulo 4

El director, un hombre calvo y con una barriga prominente llamado señor Morales, me miraba con desaprobación desde el otro lado de su escritorio. La maestra Laura estaba a su lado, con una expresión de víctima ofendida.

"Señorita," comenzó el director, "su comportamiento ha sido inaceptable. Agredir verbalmente a una maestra, destruir propiedad de la escuela... Esto amerita una suspensión, quizás incluso la expulsión."

No dije nada. Solo esperé. Sabía que no tardarían en llegar.

Diez minutos después, la puerta de la oficina se abrió. Mis padres entraron. Mi padre vestía un traje caro y mi madre llevaba un bolso de diseñador. No parecían preocupados. Parecían poderosos.

"Señor y señora de la Vega," dijo el director, levantándose. "Gracias por venir tan rápido. Tenemos un problema serio con su hija."

Mi padre no le devolvió el saludo. Miró a la maestra Laura y luego a mí.

"El único problema serio aquí," dijo mi padre, su voz tranquila pero con un filo de acero, "es la incompetencia de su personal."

El director parpadeó. "¿Disculpe?"

"Mi hija, Sofía," continuó mi padre, aunque sabía que se refería a mí, Elena, "ha sido víctima de un acoso sistemático y brutal en su escuela. Un acoso que la llevó a un intento de suicidio. Y su maestra, la señora aquí presente, fue testigo de todo y decidió ignorarlo."

"¡Eso no es cierto!" chilló la maestra Laura. "Yo no vi nada."

Mi madre, que había estado en silencio, sacó su celular. Lo puso sobre el escritorio del director. En la pantalla, se veía una conversación de un grupo de chat de padres.

"Tenemos testimonios de otros padres, señora Laura," dijo mi madre con frialdad. "Testimonios de niños que vieron cómo usted permitía que Perla y su grupo atormentaran a mi hija día tras día. ¿Quiere que los leamos en voz alta?"

La cara de la maestra Laura se puso pálida.

"Además," intervino mi padre, dirigiéndose al director, "el casillero de mi hija fue vandalizado. Un acto criminal que ocurrió en su propiedad. Y en lugar de investigar, usted decide culpar a la víctima, que finalmente tuvo el valor de defenderse."

"Su hija destruyó mis cosas..." gimió la maestra.

"Y mi hija casi pierde la vida," replicó mi padre, fulminándola con la mirada. "Creo que estamos de acuerdo en qué es más grave. Ahora, tenemos dos opciones, señor Morales. La primera es que usted tome medidas inmediatas. Suspenda a las acosadoras, inicie una investigación formal sobre la negligencia de la maestra Laura y emita una disculpa pública a mi familia."

El director tragó saliva. "¿Y la segunda opción?"

"La segunda opción," dijo mi padre, sonriendo sin humor, "es que nuestro abogado, que por cierto es el mejor de la ciudad, presente una demanda contra esta institución por negligencia, daño psicológico y poner en riesgo la vida de una menor. Y créame, no solo buscaremos una compensación económica que dejaría a esta escuela en la quiebra. Nos aseguraremos de que su reputación y la de la maestra Laura queden destruidas para siempre."

El silencio en la oficina era pesado. El señor Morales miraba a mi padre, luego a mi madre, y finalmente a mí. Vio en nuestros rostros que no estábamos bromeando. Vio el poder y la determinación.

"Tomaremos la primera opción," dijo finalmente el director, derrotado. Se giró hacia la maestra Laura. "Señora, está suspendida de sus funciones hasta nuevo aviso. Por favor, recoja sus cosas y váyase."

La maestra Laura lo miró con los ojos desorbitados, pero no se atrevió a discutir. Salió de la oficina casi corriendo.

Mis padres y yo salimos de la escuela poco después. En el auto, el silencio se rompió.

"Hiciste bien, Elena," dijo mi padre, sin apartar la vista de la carretera.

"Sofía nunca lo habría hecho," dije en voz baja. "Ella... ella encontró el diario," añadí, refiriéndome a mi madre. "Leyó lo que Sofía escribió. Que no quería causarnos problemas."

Mi madre, desde el asiento del copiloto, se giró para mirarme. Había lágrimas en sus ojos, pero no eran de tristeza. Eran de una furia helada.

"Esa niña...," susurró, "sufrió en silencio para protegernos. Para proteger nuestro... estilo de vida. La bondad de tu hermana es una joya, Elena. Y esa gente intentó pisotearla como si fuera basura."

Asentí, entendiendo perfectamente. La bondad de Sofía era lo que nos mantenía cuerdos, lo que le daba un propósito a nuestra extraña existencia. Y ellos la habían quebrado.

La justicia de los hombres era lenta, débil e insuficiente. La suspensión de la maestra y las acosadoras era solo el principio. Un pequeño aperitivo.

El plato fuerte aún estaba por servirse. Y yo sería la chef.

                         

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