No Soy Tu Hija
img img No Soy Tu Hija img Capítulo 3
4
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
img
  /  1
img

Capítulo 3

"No puedo creer que seas así, Ximena" , dijo mi padre, su voz era un gruñido bajo y amenazante, y dio un paso hacia mí. "Después de todo lo que hacemos por ti, ¿así nos pagas? ¿Poniendo ideas raras en la cabeza de tu hermano?"

Mi madre se unió al ataque, su voz goteaba decepción fingida.

"Tu padre trabaja todo el día para que no te falte nada, y yo me desvivo por ustedes. ¿Y tú? Con egoísmos, con envidias. Debería darte vergüenza, de verdad. Tu hermano, tan chiquito, es más agradecido y comprensivo que tú. Parece que la hija nos salió peor que el hijo."

Sus palabras eran un intento de ponerme una soga de culpa al cuello, una táctica que antes siempre funcionaba, pero ahora, sus acusaciones sonaban huecas, ridículas. ¿Qué hacían ellos por mí? ¿Darme las sobras? ¿Vestirme con ropa de segunda mano? ¿Recordarme constantemente que yo era un gasto, una molestia?

Recordé la vez que mi padre, borracho y enojado porque había perdido una apuesta, me lanzó un cenicero de vidrio a la cabeza. La sangre me corrió por la cara, y yo solo pude llorar en silencio en mi cuarto. Mateo, que lo vio todo, corrió a los brazos de mi madre, asustado, y ella lo consoló a él, ignorándome por completo. Más tarde, me dio un trapo para que me limpiara la herida y me dijo: "No hagas tanto drama, a tu padre se le pasaron las copas, no es para tanto". Nunca me llevaron al doctor, y la cicatriz, escondida bajo mi cabello, todavía estaba allí, un recuerdo permanente de mi lugar en esa casa.

Recordé todas las veces que tuve que mentir por ellos, que tuve que decirles a los vecinos que los moretones en mis brazos eran por caídas jugando, que tuve que sonreír cuando nos visitaba la familia para que todos pensaran que éramos la familia perfecta. Yo era su escudo, su coartada, la que absorbía toda la oscuridad para que Mateo pudiera vivir en la luz.

Y ya no quería hacerlo.

La niña que murió asfixiada había pagado el precio final por su "comprensión". Yo no estaba dispuesta a pagar ni un centavo más.

"No quiero ir en la caja" , dije, mi voz era firme, vacía de emoción. "No voy a hacerlo."

Me di la vuelta y abrí el pequeño ropero para sacar mi única mochila, una que estaba vieja y desgastada. Empecé a meter mis pocas pertenencias: dos cambios de ropa, mi cepillo de dientes y un libro que me había regalado una maestra en la escuela. No había mucho más que empacar, mi vida entera cabía en esa pequeña mochila.

Mis padres me miraron con incredulidad, como si me hubiera salido un tercer ojo.

"¿Y tú crees que vas a ir? ¿Después de este berrinche?" , se burló mi padre. "Te quedas aquí. Castigada. A ver si así aprendes a respetar."

"Bien" , respondí sin mirarlos.

Mi madre soltó una risa amarga.

"Perfecto, quédate. Así nos ahorramos tu pasaje de verdad y no tenemos que andar cargando cajas" , dijo con veneno. Luego, alzó la voz para que Mateo la escuchara desde su cuarto. "¡Mateo, mi amor! ¡Vente, vámonos de compras! Como tu hermana no quiere venir, con el dinero que nos ahorramos te vamos a comprar ropa nueva y esos tenis que tanto querías."

Escuché los pasos apresurados de Mateo, que entró corriendo a la sala, gritando de alegría.

"¡Sí! ¡Ropa nueva! ¡Gracias, mami! ¡Gracias, papi!"

Mi madre me lanzó una última mirada, una mirada llena de desprecio y triunfo.

"A ver si aprendes, Ximena. La gente egoísta y malagradecida se queda sola y sin nada."

Salieron por la puerta, sus risas y las exclamaciones felices de Mateo resonando en el pasillo, dejándome atrás, en el silencio de la casa. Me quedé parada en medio de mi cuarto, con la mochila a medio llenar en las manos. Tenían razón en una cosa, me había quedado sola, pero por primera vez en mi vida, no sentía tristeza por ello, sentía una extraña calma, la calma de quien sabe que ha tomado la única decisión posible para sobrevivir.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022