Después de que me dejó, me convertí en su madrastra
img img Después de que me dejó, me convertí en su madrastra img Capítulo 3
4
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
img
  /  1
img

Capítulo 3

La arrogancia de Ricardo era un veneno que lo consumía todo.

"¿No me crees?", dijo con una sonrisa cruel. Se giró hacia los dos hombres corpulentos que habían entrado detrás de él y permanecían en silencio junto a la puerta, sus guardaespaldas personales. "Ustedes dos. Quítenle a ese niño."

Los hombres intercambiaron una mirada incómoda. Uno de ellos, el más viejo, carraspeó.

"Señorito Ricardo... es solo un niño. Y ella es..."

"¡Ella no es nadie!", gritó Ricardo, rojo de ira. "¿Y desde cuándo mis empleados me cuestionan? ¡Les ordené que le quitaran a ese niño! ¿O quieren que los despida ahora mismo?"

El guardaespaldas más joven dio un paso vacilante hacia mí.

"Señora, por favor, no haga las cosas más difíciles..."

"No van a tocar a mi hijo," dije, retrocediendo un paso, manteniendo a Mateo pegado a mi pecho. Mateo había empezado a llorar, asustado por los gritos.

Ver la vacilación de sus hombres enfureció aún más a Ricardo.

"¡Inútiles!", espetó. "Si no pueden hacerlo ustedes, lo haré yo."

Se abalanzó sobre mí. No para golpearme, sino para arrancar a Mateo de mis brazos. Luché con todas mis fuerzas, girando, usando mi cuerpo como escudo. Era una danza torpe y desesperada en medio del lujoso salón.

En medio del forcejeo, Camila lanzó un gritito agudo.

"¡Ay!"

Se desplomó en el suelo, agarrándose el tobillo.

"¡Me empujó! ¡Ricardo, Sofía me ha empujado!"

Era una mentira descarada. Yo no la había tocado, estaba demasiado ocupada protegiendo a mi hijo. Pero Ricardo se tragó el anzuelo sin dudarlo.

Aprovechó mi distracción de una fracción de segundo. Me agarró del brazo con una fuerza brutal y me apartó. Con la otra mano, sujetó a Mateo.

"¡Suéltalo!", grité, el pánico apoderándose de mí.

"¡Ahora vas a aprender a respetarnos!", me amenazó Ricardo, su rostro a centímetros del mío, su aliento apestando a soberbia. "Primero, te arrodillarás y le pedirás perdón a Camila. Ahora."

Miré a mi hijo. Ricardo lo sostenía con brusquedad, y Mateo lloraba desconsoladamente, llamándome. "¡Mami! ¡Mami!". El corazón se me partió en mil pedazos. No tenía opción. La seguridad de mi hijo era lo único que importaba.

Lentamente, con la humillación quemándome por dentro, doblé las rodillas y me arrodillé en el frío suelo de mármol.

"Perdón, Camila," musité, sin mirarla.

Ricardo sonrió, triunfante.

"No es suficiente. Quiero que lo digas como si lo sintieras. Y quiero que admitas que este niño es un error que nunca debió entrar en esta casa."

Levanté la vista, mis ojos llenos de lágrimas de rabia.

"Por favor, Ricardo. Ya basta. Devuélveme a mi hijo."

"¿Devolvértelo?", se rió. "Tal vez debería hacerle un favor a la familia Vargas y deshacerme de esta vergüenza yo mismo."

Su mano se movió hacia el cuello de Mateo. No era una caricia. Era una amenaza. El aire se me heló en los pulmones. El mundo se detuvo. Mi hijo estaba en peligro mortal a manos de este monstruo.

"¡No!", grité, un sonido desgarrador que salió de lo más profundo de mi alma. "¡Haré lo que quieras, pero no le hagas daño! ¡Te lo suplico!"

            
            

COPYRIGHT(©) 2022