Corazón Roto, Linaje Descubierto
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Capítulo 2

El sistema de estrellas de nuestra sociedad era brutalmente simple, definía tu valor, tu carrera y tu futuro. Desde programadores de interfaz de 1 estrella hasta los legendarios desarrolladores de IA de 6 estrellas, cada nivel representaba un salto cuántico en prestigio y poder. Y la genética era clave, la creencia era que la unión de dos talentos de alto nivel garantizaba una descendencia aún más poderosa.

Por eso la elección de Marco en mi vida pasada fue un escándalo. Él, un ejecutivo de 5 estrellas, me eligió a mí, una programadora básica cuyo único mérito era ser bonita. Todos susurraban que había sido un error, que estaba tirando por la borda el futuro de su linaje.

Recuerdo cómo me esforcé entonces, trabajé el doble, el triple, para demostrar que era digna. Soporté las miradas de desprecio de sus colegas y la falsa compasión de mi hermana. Cuando nació nuestro hijo, un prodigio de 7 estrellas, sentí que por fin había callado a todos. Qué ingenua fui. Solo me había convertido en una incubadora exitosa, un recipiente que ya no era necesario.

Ahora, en el salón de selección, la historia se repetía, pero con un guion diferente. Marco eligió a Estrella, la opción lógica, la que todos esperaban. La unión de un ejecutivo de 5 estrellas y una desarrolladora de IA de 6 estrellas prometía un heredero fuera de serie.

La gente aplaudía, felicitando a Marco por su sabia decisión. Nadie se dio cuenta de la ironía. Estrella, mi hermana, no venía de un linaje noble como pretendía. Nuestra familia era humilde, trabajadora, sin estrellas ni prestigio. Su talento de 6 estrellas era una anomalía, un golpe de suerte que ella había sabido explotar al máximo, construyendo una imagen de elegancia y pedigrí que era completamente falsa.

Mientras Estrella bajaba del escenario, pasó a mi lado. Se detuvo por un segundo, lo suficiente para que nadie más lo notara.

"Lo siento, hermanita," susurró, su voz era pura miel envenenada. "Es lo mejor para la familia. Conmigo, el linaje de Marco estará seguro."

La miré sin expresión. La antigua Luna habría llorado, se habría sentido traicionada. La nueva Luna solo sentía un frío desprecio.

"No te preocupes por mí, Estrella," respondí con calma.

El Director General, el señor Rivas, padre de Marco, tomó el micrófono de nuevo. Su mirada se posó en mí, no con malicia, sino con una especie de pragmatismo frío. Yo era la hermana de la nueva socia de su hijo, una pieza suelta que había que colocar en algún sitio.

"Y para Luna Rojas," anunció el Director General, su voz resonando en el salón silencioso. "Dada su habilidad como programadora de interfaz, será asignada como socia de mi hijo menor, Diego Rivas."

Un murmullo recorrió la sala.

Diego Rivas. El "enfermo". El otro hijo del Director General, un brillante diseñador gráfico cuyo cuerpo frágil y su salud precaria lo mantenían alejado del centro de poder de la empresa. Emparejarme con él era un exilio, una forma de decirme que mi valor era nulo, que solo servía para cuidar a un inválido.

Marco y Estrella me miraron desde el otro lado del salón. En sus rostros vi la misma expresión, una mezcla de lástima y satisfacción. Me estaban desterrando al rincón más oscuro de la empresa, y no podían estar más felices por ello.

Pero yo sabía algo que ellos no. Sabía el verdadero potencial que se escondía en Diego. Y sabía que su "castigo" acababa de convertirse en mi mayor oportunidad.

            
            

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