Corazón Roto, Linaje Descubierto
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Capítulo 4

Los vi alejarse, a Marco y Estrella, una pareja perfecta de ambición y engaño. Eran tan predecibles. Su sed de poder los cegaba, creían que controlaban el juego porque recordaban el resultado de la partida anterior. Pero yo no solo recordaba el resultado, recordaba cada jugada, cada trampa, cada mentira.

Especialmente las de Estrella.

Recordé cómo, años antes de entrar en la empresa, Estrella había manipulado sus pruebas de aptitud. No era una verdadera genio de 6 estrellas. Había usado un potenciador neuronal ilegal, uno que robaba fragmentos de código y talento de otros programadores cercanos. Era un parásito tecnológico. El potenciador le dio un talento deslumbrante, pero tenía un costo terrible, una degradación neuronal a largo plazo que la volvería inestable. Ella pensaba que nadie lo sabía. Pero yo sí. Y en esta vida, usaría su secreto para destruirla.

Un torbellino de recuerdos dolorosos me asaltó. La imagen de mi hijo aplastando mi chip, sus palabras frías resonando en mi cabeza. El dolor era real, un fantasma que aún me perseguía. Pero debajo del dolor, una nueva sensación crecía, una determinación dura como el acero.

Ese niño, el que me despreció, ya no era mi hijo. En el momento en que eligió a Estrella, en el momento en que me traicionó, rompió el último lazo que nos unía. En esta vida, él nacería de la mujer que admiraba, tendría el "linaje noble" que tanto anhelaba. Y yo estaría allí para ver cómo su sueño se convertía en su peor pesadilla.

"Señorita Rojas."

Una voz suave me sacó de mis pensamientos. Un asistente me esperaba. "El señor Diego la está esperando."

Me guio por un pasillo tranquilo, lejos del bullicio del salón principal, hasta una pequeña oficina con una gran ventana que daba a un jardín interior.

Sentado en un escritorio, rodeado de pantallas que mostraban diseños gráficos de una belleza increíble, estaba un joven pálido y delgado. Tenía el pelo oscuro y los mismos ojos intensos que Marco, pero en lugar de la arrogancia de su hermano, en los suyos había una profunda melancolía. Era Diego Rivas.

Se levantó con dificultad cuando entré, una tos seca sacudió su frágil cuerpo.

"Luna Rojas," dijo con una voz sorprendentemente cálida. "Lamento que te hayan forzado a esto."

Su sinceridad me tomó por sorpresa.

"No tienes que quedarte," continuó, evitando mi mirada. "Sé lo que dicen de mí. Soy una carga. Puedo hablar con mi padre, decirle que esto es un error. Puedes irte, ser libre. No le diré a nadie."

Me ofreció una salida. Un acto de bondad inesperado en un lugar donde la bondad era una debilidad.

Miré a este hombre, marginado por su propia familia, considerado un caso perdido. Y vi la verdad. Vi al hombre que, en mi vida anterior, había intentado advertirme sobre Marco en secreto. Vi al alma noble que mi yo del futuro había aprendido a valorar demasiado tarde.

No, no me iría. Mi futuro no estaba huyendo de mis enemigos. Estaba construyendo un nuevo imperio junto a mi aliado más inesperado.

                         

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