Jorge parecía ser exactamente eso. Era pragmático, o eso creía yo. Hablaba de planes a cinco y diez años, de inversiones, de la importancia de un buen seguro de vida. Me ofrecía seguridad, un puerto tranquilo después de la tormenta que había sido mi infancia.
Empezamos a salir. Nuestras citas no eran románticas en el sentido clásico. Hablábamos de política, de economía, de nuestros planes de carrera. Cuando me propuso matrimonio, no hubo una serenata bajo la luna. Lo hizo en su coche, después de una cena de negocios, presentándome un plan financiero para nuestro futuro juntos. Y yo acepté. Acepté la promesa de una vida sin sobresaltos.
Nos casamos y nos mudamos a una casa bonita en un buen barrio. Todo era como lo había planeado. Establecimos desde el principio que todos los gastos serían compartidos al cincuenta por ciento. El crédito hipotecario, los servicios, la despensa. A mí me pareció justo y moderno. Era una prueba más de que éramos un equipo, socios en el proyecto de nuestra vida.
Nuestra vida era ordenada, casi monótona, pero yo estaba contenta con esa monotonía. Teníamos nuestras rutinas. Desayunábamos juntos leyendo las noticias, nos mandábamos un par de mensajes durante el día, y cenábamos viendo alguna serie. Los fines de semana, a veces salíamos con amigos o visitábamos a nuestras familias. Era una vida estable. Una vida segura.
El primer indicio de que algo no encajaba vino en una de esas reuniones, una parrillada en casa de uno de sus socios. Todos habían bebido más de la cuenta. Yo estaba sentada un poco aparte, hablando con la esposa de otro abogado, cuando escuché a uno de los amigos de Jorge, ya bastante borracho, hablar en voz alta.
"¡Salud por Jorge! El hombre que lo tiene todo", dijo, levantando su vaso. "Aunque, entre nos, nadie, pero nadie, ha querido a una mujer como Jorge quiso a Laura Vega. ¡Esa mujer era fuego, era un tornado! Lo tenía loco, güey. Completamente loco".
Otro amigo le dio un codazo para que se callara, mirando de reojo hacia donde yo estaba. El borracho se encogió de hombros y cambió de tema, pero ya era tarde. El nombre, "Laura Vega", se quedó flotando en el aire, cargado de un significado que yo no entendía del todo.
Esa noche, cuando volvimos a casa, no le dije nada. Esperé. Días después, mientras preparábamos la cena, lo mencioné de la forma más casual que pude.
"El otro día, en la fiesta de Ricardo, escuché a alguien mencionar a una tal Laura Vega", dije, mientras cortaba verduras. "¿Quién es?"
Jorge se tensó. Lo vi en la forma en que sus hombros se pusieron rígidos.
"Nadie importante", respondió, sin mirarme. "Una vieja amiga. De la universidad".
"Parecía más que una amiga, por cómo hablaban de ella", insistí, con la voz tranquila.
Él dejó el cuchillo sobre la tabla y se giró hacia mí.
"Fue mi novia, Sofía. Hace mucho tiempo. Se acabó. No significa nada".
Esa noche, mientras él dormía, busqué su nombre en internet. Laura Vega. Periodista de investigación. Premios, artículos, fotos en lugares peligrosos. Era intrépida, idealista, todo lo que yo no era. Y era hermosa. Vi fotos de ellos juntos, de hacía años. Se veían intensos, apasionados. El tipo de amor que yo había evitado toda mi vida.
La conversación quedó ahí, pero la sombra de Laura Vega se instaló en nuestra casa. A veces, lo encontraba mirando a la nada, perdido en sus pensamientos, y yo sabía en quién estaba pensando. No era celos lo que sentía, era una advertencia. Una alarma silenciosa que me decía que la base de nuestra vida "estable" no era tan sólida como yo creía.
Unos meses después, antes de decidir tener un bebé, decidí enfrentarlo una última vez. Estábamos en la sala, la luz de la noche entraba por la ventana, creando largas sombras.
"Jorge", le dije. "Necesito que seas completamente honesto conmigo. Si Laura Vega volviera a tu vida mañana, ¿qué pasaría?"
Él tardó en responder. Miró por la ventana, hacia la oscuridad.
"Eso no va a pasar, Sofía. Ella vive en otro mundo".
"Esa no es una respuesta, Jorge", insisté. "Quiero saberlo. Porque si vamos a traer un hijo a este mundo, necesito saber que nuestro mundo es real, que no es solo un plan B para ti".
Él se acercó, me tomó las manos. Sus manos estaban frías.
"Tú eres mi esposa, Sofía. Tú eres mi vida ahora. Te lo prometo".
Sus palabras sonaban ensayadas. Pero yo quería creerle. Quería tanto que mi vida planificada fuera real, que decidí aceptar su respuesta. Decidí ignorar esa pequeña voz en mi interior que me gritaba que estaba cometiendo un error.
Poco después, quedé embarazada. Y durante un tiempo, pareció que todo estaba bien. Jorge se mostraba entusiasmado. Compramos la cuna, pintamos el cuarto del bebé. Laura Vega pareció desvanecerse de nuestras vidas. Se convirtió en un fantasma del pasado, en una historia que decidí olvidar.
Qué tonta fui.