"No voy a hacer nada de eso, suegra", respondí con una calma que la descolocó por completo. "Y para que lo sepa, no hay dinero que mover. Jorge vació nuestra cuenta conjunta antes de irse. Se llevó hasta el último centavo. Doscientos mil pesos".
El número la dejó sin aire. Abrió la boca para decir algo, pero no le salieron las palabras.
"Eso... eso no puede ser. Él lo necesitaría para el viaje, para ayudar a...", empezó a excusarse.
"No", la interrumpí. "No lo necesitaba. Podría haber usado sus tarjetas de crédito, o pedido un préstamo. Decidió dejarnos sin nada. A mí y a su hija recién nacida".
Ella empezó a llorar, un llanto silencioso y amargo. Sacó su teléfono con manos temblorosas.
"Me llamó", susurró. "Ayer. Desde un número desconocido. Se escuchaba terrible, Sofía. Dijo que estaba herido, que lo habían asaltado y le quitaron todo. Dijo que Laura también estaba herida. Me pidió dinero, me suplicó que le mandara dinero".
Asentí lentamente, sin mostrar ninguna emoción.
"A mí también me llamó", confesé. "Y le colgué. Después bloqueé el número".
La expresión de mi suegra pasó de la tristeza al horror absoluto. Me miró como si yo fuera un monstruo.
"¿Cómo pudiste?", chilló, poniéndose de pie. "¿Es tu esposo! ¡El padre de tu hija! ¿No tienes corazón?"
"Corazón es lo que a él le faltó cuando me dejó aquí, a punto de dar a luz, para irse a buscar a otra mujer", respondí, mi voz seguía siendo un témpano de hielo. "Venga, quiero mostrarle algo".
La tomé del brazo y la guié hacia la pequeña oficina que compartíamos. Encendí la computadora y busqué el archivo de la cámara de seguridad de la entrada. Le di play al video de esa noche.
Ella vio todo. Vio las noticias en la televisión con el rostro de Laura Vega. Vio a Jorge, su hijo, caminar como un loco por la sala. Vio cómo yo me doblaba de dolor, cómo el agua de la fuente manchaba el suelo. Vio cómo él me miraba, y aun así, tomaba su maleta y se iba. El audio era claro. Se escuchaba mi advertencia. Se escuchaba su promesa vacía.
Mi suegra se tapó la boca con la mano, sus ojos fijos en la pantalla. Cuando el video terminó, se derrumbó en la silla, sollozando sin control.
Me arrodillé frente a ella, pero no para consolarla.
"Él tomó una decisión, suegra", le dije, mirándola directamente a los ojos. "Eligió a Laura por encima de mí, por encima de su propia hija. Él eligió ese camino, y ahora tiene que caminarlo solo y enfrentar las consecuencias".
Ella me miró, con los ojos rojos e hinchados.
"Pero es mi hijo...", gimió.
"Y Luna es mi hija", respondí. "Y mi único deber ahora es protegerla a ella. De él, de su irresponsabilidad, y si es necesario, de ustedes".
Me levanté y la ayudé a ponerse de pie. Su cuerpo se sentía frágil, vencido.
"Quiero que sepa una cosa más", añadí, mientras la acompañaba a la puerta. "En cuanto la ley me lo permita, voy a solicitar el divorcio por abandono de hogar. Y voy a vender esta casa. Él tomó su mitad del dinero en efectivo, yo tomaré mi mitad con la casa. Es lo justo".
Ella no dijo nada más. Salió de mi casa como un fantasma, dejando atrás un silencio denso. Cerré la puerta y me recargué en ella, soltando el aire que no sabía que estaba conteniendo. Miré a Luna, que se había vuelto a dormir.
"Somos tú y yo, pequeña", le susurré. "Solo tú y yo".