Seis Años Borrada, ¿Regreso por Ti?
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Capítulo 3

Sin dudarlo un segundo, Sofía se abalanzó hacia adelante. Con un movimiento rápido y preciso que sus años de entrenamiento habían grabado en sus músculos, apartó la mano de Guadalupe del brazo de su hija.

"¡No vuelvas a tocarla!" siseó Sofía, su voz baja y peligrosa.

Guadalupe tropezó hacia atrás, más por la sorpresa que por la fuerza. Miró a Sofía de arriba abajo, con desprecio.

"¿Y tú quién diablos eres para meterte donde no te llaman? ¿Acaso sabes quién soy yo?"

Camila, que había estado observando desde la puerta del auto con sus padrinos, corrió hacia la escena. Al ver a su madre siendo confrontada, se arrojó al suelo con un chillido exagerado.

"¡Ay, mi bracito! ¡Esta loca me empujó! ¡Padrinos, ayúdenme!"

Ricardo, Javier y Miguel salieron del coche de inmediato, sus rostros endurecidos por la ira.

"¡Oye, tú! ¿Qué crees que estás haciendo?" gritó Ricardo, acercándose a Sofía con aire amenazador.

Sofía lo ignoró. Su única preocupación era la joven temblorosa que tenía detrás. Con una suavidad que contrastaba con su furia, tomó a Isabella por los hombros y la examinó. El corazón se le encogió al ver de cerca el moretón en su mejilla y la marca roja de la bofetada. Levantó con cuidado la manga del uniforme raído de su hija.

Sus brazos estaban cubiertos de moretones viejos, manchas amarillentas y violáceas en diferentes etapas de curación. Eran heridas de días, de semanas, de años.

Un dolor agudo y una culpa abrumadora la inundaron. Mientras ella estaba lejos, salvando al mundo en una misión que ya no significaba nada, su hija vivía un infierno. Recordó sus palabras a Ricardo la noche antes de irse.

"Te la encargo, Ricardo. Es mi vida entera. Protégela como si fuera tuya."

Y él le había sonreído, con esa sonrisa que una vez amó, y le había prometido que nada ni nadie le haría daño a Isabella. La ironía era tan cruel que le quemaba por dentro.

Isabella se estremeció bajo su tacto y retiró el brazo, asustada.

"No... por favor, váyase," susurró, mirando con pánico a Ricardo y a los otros. "Me va a causar más problemas."

La sumisión en la voz de su hija, el miedo en sus ojos, fue la gota que derramó el vaso. Sofía se enderezó y enfrentó a los tres hombres que una vez llamó familia.

"¿Problemas?" repitió, su voz cargada de un sarcasmo helado. "Ustedes son los que tienen un problema muy grande. ¿Así que ahora se dedican a apadrinar matonas y a permitir que abusen de una niña indefensa?"

Ricardo se rió, una risa arrogante y vacía.

"¿Perdón? Nosotros somos los padrinos de Isabella Morales," dijo, señalando a Camila que seguía fingiendo llorar en el suelo. "Y esta... esta es solo la hija de la sirvienta, una problemática que no sabe su lugar."

"¿La hija de la sirvienta?" repitió Sofía, mirando directamente a los ojos de Javier. "¿Tú también, Javier? ¿El hombre que juró proteger mi espalda ahora se queda de brazos cruzados mientras torturan a una niña?"

Javier desvió la mirada, una sombra de incomodidad cruzó su rostro por una fracción de segundo antes de endurecerse de nuevo.

"No sé de qué hablas. Y no sé quién eres, pero será mejor que te largues si no quieres que llamemos a la policía."

"Oh, llamen a la policía," lo retó Sofía, una sonrisa peligrosa dibujándose en sus labios. "De hecho, insisto. Porque quiero presentar un informe. Secuestro, suplantación de identidad, abuso infantil, malversación de fondos... La lista es larga. Y créanme," añadió, su mirada recorriendo a los tres hombres y a Guadalupe, "tengo muy buena memoria."

Miguel, que había permanecido en silencio, dio un paso al frente.

"Mire, señora, usted no sabe nada. Esta chica, Elena, es una mentirosa y una ladrona. Le robó un collar a Camila la semana pasada. Tenemos testigos."

La acusación era tan absurda, tan evidentemente falsa, que Sofía casi se ríe. En lugar de eso, su expresión se volvió aún más fría.

"¿Un collar? ¿De verdad? ¿Y ustedes le creyeron?" miró a Ricardo. "¿Tú, que conociste a Isabella desde que nació, no puedes ver la verdad que tienes frente a tus ojos?"

Ricardo la miró con impaciencia y desdén, como si estuviera tratando con una loca. Pero por un instante, mientras sus ojos se posaban en el rostro de Isabella, algo parpadeó en su expresión. Una duda. Una confusión que duró menos de un segundo.

Javier también miró a Isabella, frunciendo el ceño. Había algo en la postura de la chica, en la forma en que aguantaba el dolor, que le resultaba vagamente familiar.

Sofía lo notó. Vio esa pequeña grieta en su armadura de indiferencia.

"Mírenla bien," insistió, su voz bajando a un susurro intenso. "¿De verdad no la reconocen? ¿Tan ciegos los ha dejado el dinero y el poder? ¿Ya olvidaron la promesa que me hicieron?"

            
            

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