El director de la escuela, un hombrecillo calvo y sudoroso, salió corriendo del edificio, claramente alertado por el escándalo.
"Señora Guadalupe, señores, ¿qué sucede? ¿Está todo en orden?"
"¡No, no está en orden!" chilló Camila desde el suelo. "¡Esta mujer me agredió y está defendiendo a esta ladrona! ¡Director, expúlsela! ¡Y a esta también!" señaló a Isabella.
El director Ramírez miró a Sofía con nerviosismo. Era evidente de quién recibía las donaciones más generosas.
"Señora, le voy a pedir que se retire de las instalaciones de inmediato. Está causando un disturbio."
"No me iré a ninguna parte sin ella," dijo Sofía, señalando a Isabella con la barbilla.
Ricardo soltó una carcajada. "¿Y quién te crees que eres para llevarte a nadie? Lárgate ahora o haré que te saquen a la fuerza."
Guadalupe se acercó a Sofía, su rostro a centímetros del de ella, su aliento apestando a arrogancia.
"Escúchame bien, estúpida. Esa que está ahí," dijo, señalando a Camila, "es Isabella Morales, mi hija y la heredera de una fortuna. Y esta," dijo, empujando a la verdadera Isabella, "no es más que Elena, la hija de una delincuente que se pudrió en la cárcel. Su lugar es servirnos a nosotros. Ahora piérdete."
La insolencia, la crueldad de la mentira, fue demasiado. La paciencia de Sofía se rompió.
En un movimiento increíblemente rápido, la mano de Sofía se estrelló contra la mejilla de Guadalupe. La bofetada fue tan fuerte, tan sonora, que todos se quedaron en silencio. Guadalupe cayó al suelo, llevándose una mano a la cara, con los ojos llenos de incredulidad y furia.
"¡Mamá!" gritó Camila, corriendo hacia ella.
"¡Estás loca!" rugió Ricardo, haciendo una seña a dos guardias de seguridad de la escuela que se acercaban corriendo. "¡Agarren a esta mujer!"
Los guardias intentaron sujetar a Sofía, pero ella se movió con una agilidad que los dejó desconcertados. Esquivó un agarre y se colocó firmemente entre ellos e Isabella, protegiéndola con su propio cuerpo.
"¡No se atrevan a ponerme una mano encima!" advirtió, su voz resonando con una autoridad que los hizo dudar.
Luego, miró directamente a Ricardo, a Javier y a Miguel, y la verdad salió de sus labios como un torrente.
"¿Tan rápido se olvidaron de mí? ¿Seis años son suficientes para borrar una vida de amistad? ¿Para borrar una promesa sagrada?"
Los tres la miraron, confundidos.
"¿De qué diablos estás hablando?" preguntó Javier.
Sofía respiró hondo, y el nombre que no había pronunciado en voz alta en seis años finalmente fue liberado.
"Soy Sofía. Sofía Morales."
El silencio que siguió fue absoluto. Los tres hombres la miraron fijamente, escudriñando su rostro, buscando un rastro de la mujer que conocieron. Su cara era diferente, las cicatrices de la cirugía plástica de la misión estaban ocultas bajo una apariencia nueva, pero sus ojos... sus ojos eran los mismos. Llenos de fuego, dolor y una determinación de acero.
Ricardo fue el primero en reaccionar. Una risa incrédula y burlona brotó de su garganta.
"¿Sofía? ¿Tú? Por favor. Sofía está muerta. Murió en una misión hace años. Nos lo notificaron oficialmente."
"Una mentira que les contaron para protegerlos," replicó Sofía. "Una mentira que, al parecer, les vino muy bien."
"¡Es una impostora!" gritó Guadalupe desde el suelo. "¡Está loca! ¡Quiere robarle a mi hija! ¡Ricardo, haz algo!"
Ricardo asintió, su rostro endurecido de nuevo, la breve duda borrada por la conveniencia de la mentira.
"Tienes razón. Es solo una oportunista que escuchó la historia y quiere sacar provecho." Se dirigió a los guardias con una voz gélida. "Sáquenla de aquí. Y si se resiste, denle una lección que no olvide."
Los guardias, ahora envalentonados por la orden de un hombre poderoso, avanzaron hacia Sofía con determinación. Ella apretó los puños, lista para la pelea. No iba a dejar que la separaran de su hija. No otra vez.