Corazón por Corazón: Venganza
img img Corazón por Corazón: Venganza img Capítulo 4
5
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
img
  /  1
img

Capítulo 4

Desperté con el sabor a tierra en la boca y un dolor sordo en todo el cuerpo.

El sol de la tarde me pegaba en la cara, y por un momento no supe dónde estaba.

Luego, los recuerdos del mercado volvieron de golpe: la humillación, el dolor, el abandono.

Me incorporé con dificultad. Estaba en un callejón sucio, a un lado del mercado. Alguien debió arrastrarme hasta aquí para quitarme de en medio.

Mi ropa estaba sucia, mi cabello lleno de polvo.

Me sentía invisible, desechable.

Llegué a la hacienda caminando, arrastrando los pies. La caminata fue larga y penosa.

La casa estaba en silencio.

Subí a mi habitación y me dejé caer en la cama, el agotamiento era total, físico y emocional.

Cerré los ojos, deseando desaparecer.

Fue entonces cuando sentí algo suave rozar mi mano.

Abrí los ojos y vi a un pequeño gato atigrado, flaco y con ojos verdes muy grandes.

Se había colado por la ventana abierta y me miraba con una curiosidad cautelosa.

Estiré la mano lentamente, y él, después de dudar un segundo, se acercó y frotó su cabeza contra mis dedos.

Comenzó a ronronear, un sonido vibrante y reconfortante en el opresivo silencio.

En ese momento, ese pequeño animal fue la única criatura en el mundo que me ofreció un gesto de amabilidad sin pedir nada a cambio.

Las lágrimas que no había podido derramar en el mercado comenzaron a fluir libremente.

Lloré por mi soledad, por mi miedo, por el niño que llevaba dentro y por el gato que ronroneaba a mi lado.

Lo llamé Sombra, porque había aparecido desde la oscuridad para darme un poco de luz.

Los días siguientes, Sombra se convirtió en mi único confidente.

Le hablaba en susurros, le contaba mis planes de escape, mis miedos. Él simplemente escuchaba, acurrucado en mi regazo, su calor una pequeña ancla en mi tormenta.

Una tarde, mientras estaba sentada junto a la ventana con Sombra, escuché la voz de Ricardo en el pasillo.

Hablaba por teléfono, y su tono era serio, profesional.

Normalmente habría intentado ignorarlo, pero algo en sus palabras captó mi atención.

"Sí, doctor, entiendo. La prioridad es mantenerla saludable. Sin estrés, buena alimentación... Sí, claro que lo entiendo. El donante debe estar en óptimas condiciones para el trasplante" .

¿Donante? ¿Trasplante?

Mi corazón se detuvo.

Continuó hablando de análisis, de compatibilidad, de la urgencia debido al "delicado estado del corazón de Sofía" .

Y de repente, todo encajó.

La verdad, tan monstruosa y retorcida, me golpeó con la fuerza de un rayo.

Nunca se trató del bebé.

El bebé era una excusa, una cortina de humo.

La "maldición" de la infertilidad de Sofía, la necesidad de un heredero... todo era una mentira.

Yo no era una incubadora.

Era una pieza de repuesto.

Me estaban engordando, manteniéndome "saludable" , no por el niño, sino por mi corazón.

Querían mi corazón para dárselo a Sofía.

La náusea me subió por la garganta, agria y violenta.

Tuve que taparme la boca para no gritar.

Sombra, sintiendo mi angustia, maulló suavemente y se frotó contra mi mejilla.

Más tarde esa noche, Ricardo entró en mi habitación con una bandeja de comida.

Era un plato de carne y verduras, una comida nutritiva y balanceada.

"Come" , dijo, su voz falsamente amable. "Tienes que estar fuerte. Por el bebé" .

Lo miré a los ojos, pero ya no veía al hombre que amé, ni siquiera al monstruo que me odiaba.

Veía a un carnicero evaluando a su ganado.

Mi mano temblaba mientras señalaba el plato.

"No tengo hambre" .

Su sonrisa se desvaneció, reemplazada por la impaciencia.

"Elena, no estoy jugando. Tienes que comer" .

Lentamente, deliberadamente, estiré el brazo y empujé la bandeja.

Cayó al suelo con un estrépito, la comida esparciéndose por la alfombra cara.

Ricardo me miró, atónito por mi abierto desafío.

Yo le sostuve la mirada, mi corazón latiendo con una furia fría y lúcida.

Ya no había miedo.

Solo había la certeza de que estaba viviendo en una pesadilla mucho peor de lo que jamás había imaginado.

Todos sus gestos de "preocupación" , todas sus órdenes de que me cuidara, no eran por un hijo que ni siquiera le importaba.

Eran para asegurarse de que el órgano que planeaban arrancarme estuviera en perfectas condiciones.

Me había convertido en un sacrificio humano, y ni siquiera lo sabía.

                         

COPYRIGHT(©) 2022