La Venganza de La Esposa Renacida
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Capítulo 3

La puerta de la sala de juntas se abrió de nuevo y "El Jefe" entró, su presencia llenó la habitación de una tensión helada. Pasó por alto a todos los demás y se detuvo frente a mí.

"¿Es él?" , preguntó, señalando con la barbilla a un Marco magullado y desafiante.

Asentí, sin levantar la vista del suelo. "Sí. Él es Marco. Es el abogado que necesitan."

La confirmación pareció encender una mecha en Marco. Con un grito de rabia, se lanzó hacia mí. "¡Te voy a matar, desgraciada!"

No llegó muy lejos. "El Jefe" lo interceptó con un puñetazo seco en el estómago que le sacó todo el aire. Marco se dobló, tosiendo y jadeando.

"No tenemos tiempo para tus dramas de telenovela" , dijo "El Jefe" con un tono mortalmente tranquilo. Se agachó hasta que su cara quedó a centímetros de la de Marco. "Vas a defender a nuestra clienta. Vas a ganar el caso. Y vas a hacerlo ahora."

Ignacio, recuperando un ápice de su autoridad, se acercó con una carpeta. "Marco, aquí están los documentos del caso. Por favor, solo haz lo que dicen."

Marco apartó la carpeta de un manotazo, los papeles volaron por el aire.

"¡Váyanse al diablo! ¡Voy a llamar a la policía! ¡Todos ustedes se van a pudrir en la cárcel!"

"El Gordo" lo agarró por el pelo y le estrelló la cabeza contra la mesa de caoba. Un sonido hueco y nauseabundo resonó en la sala.

"Llama a quien quieras" , dijo "El Jefe" , sin inmutarse. "No me importa. Puedes mandarnos a todos a la cárcel. Pero te aseguro una cosa: si esa anciana no es defendida como se debe, ninguno de ustedes saldrá vivo de esta oficina. Ni tú, ni tu amigo el decano, ni la esposa infiel, ni los becarios. Nadie."

La amenaza, pronunciada con tanta calma, fue más aterradora que cualquier grito.

El silencio que siguió fue absoluto.

Marco, con un hilo de sangre corriendo por su frente, levantó la vista. Vio el miedo puro en los rostros de todos. Vio la determinación letal en los ojos de "El Jefe" . Vio el corte profundo en mi mano.

Y por primera vez, la duda se filtró en su mirada furiosa.

Lentamente, temblando de rabia y miedo, se arrodilló y empezó a recoger los papeles del suelo.

En ese momento, la dinámica en la sala cambió por completo. Mis colegas, que momentos antes me miraban con desprecio, ahora me veían con una mezcla de horror y lástima. Se dieron cuenta de que yo no era la mente maestra detrás de esto. Era solo otra víctima, una pieza en un juego mucho más peligroso de lo que habían imaginado.

La tensión que me había mantenido en pie finalmente se rompió. Una oleada de dolor y agotamiento me recorrió. La habitación empezó a dar vueltas, los sonidos se ahogaron y todo se volvió negro.

Me desmayé.

Lo último que sentí fue la fría certeza de que mi plan, a pesar del dolor y la humillación, estaba funcionando.

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