Las Cenizas de un Amor Prohibido
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Capítulo 1

El teléfono sonó, una vibración insistente sobre la vieja mesa de madera. Era un número desconocido, pero en mi negocio, no contestar no era una opción.

"¿Bueno?"

La voz al otro lado era nerviosa, baja, casi un susurro. "Halcón, soy yo, el Flaco. De la bodega del sur."

Fruncí el ceño. Conocía al Flaco, un muchacho trabajador, siempre callado. "¿Qué pasa, Flaco? ¿Todo bien por allá?"

"No, jefe, nada está bien. Escuche, no tengo mucho tiempo. Alguien vendió su información. Su nombre completo, sus rutinas, las direcciones de sus casas de seguridad, todo. Lo están ofreciendo a los cárteles rivales."

Sentí un frío recorrer mi espalda, un frío que no tenía nada que ver con el aire acondicionado. "¿Qué estás diciendo? ¿Quién?"

"No sé quién, Halcón, se lo juro. Solo me llegó el pitazo. Dicen que es una oferta barata, casi un regalo. Quieren que lo agarren, que lo humillen."

La llamada se cortó.

Me quedé mirando el teléfono, el silencio en la habitación era ensordecedor. Traición. La palabra resonó en mi cabeza. ¿Quién podría odiarme tanto? Mis negocios eran limpios, dentro de lo que cabía. Mis hombres me eran leales.

Solo había una persona que tenía acceso a toda esa información. Una sola.

Mi prometida, Sofía.

Me negué a creerlo. Era imposible. Sofía me amaba. Me lo decía todos los días.

Me levanté, mis piernas se sentían pesadas. Tenía que hablar con ella, aclarar esta locura. Caminé hacia nuestra habitación, el corazón me latía con fuerza en el pecho.

La puerta estaba entreabierta. Escuché voces adentro. La de ella y la de su hermanastro, Mateo. Me detuve, la mano en el pomo, una sensación terrible me invadió.

"¿Estás segura de que esto funcionará, Sofía? ¿Y si se enteran de que fuimos nosotros?" La voz de Mateo era un quejido lleno de ansiedad.

"Cálmate, idiota", respondió ella, su voz, usualmente tan dulce y melódica, ahora sonaba fría y afilada. "Nadie se va a enterar. Le di la información a un intermediario. Para cuando le llegue a El Chacal, el rastro estará borrado."

El Chacal. Mi antiguo rival en el boxeo, ahora un líder de cártel sediento de sangre que me odiaba a muerte. Un nudo se formó en mi estómago.

"Pero... ¿por qué hacerlo? Ricardo confía en ti. Te adora."

Escuché la risa de Sofía, una risa corta y sin alegría. "Exactamente. Confía en mí como un perro confía en su amo. ¿Viste cómo te humilló ayer? ¿Haciéndote pedir disculpas frente a todos por ese estúpido error? A ti, mi hermano."

Mi mente voló al día anterior. Un trato casi se arruina por la impulsividad de Mateo. Hombres casi mueren. Le exigí que se disculpara con el equipo, que asumiera su responsabilidad. No fue una humillación, fue una lección de liderazgo. Pero ella lo vio de otra manera.

"Se cree el rey del barrio, el gran Ricardo Ramírez, la leyenda", continuó Sofía, su voz cargada de veneno. "Alguien tiene que enseñarle que no es más que un simple matón con suerte. Que sin mí, no es nada. Esta será una pequeña lección. Unos cuantos golpes, una buena arrastrada, y vendrá llorando de vuelta a mí, más dócil que nunca."

Mateo pareció dudar. "No sé, Sofía. El Chacal no juega. ¿Y si lo matan?"

Hubo una pausa. Luego, la voz de Sofía, aún más fría que antes.

"Y si lo matan, ¿qué? Heredo todo. Ya va siendo hora de que yo tome las riendas. Ricardo fue un buen escalón, pero ya es tiempo de subir al siguiente."

Me quedé paralizado junto a la puerta. Cada palabra era un golpe directo al pecho. El aire no me llegaba a los pulmones.

El amor que sentía por ella, la confianza ciega que le había profesado, todo era una mentira. Una farsa cruel y calculada.

Yo no era su prometido. No era su amor.

Era su herramienta. Su peón.

Su perro.

El dolor era tan intenso que me dobló. Me apoyé contra la pared, tratando de respirar, pero cada bocanada de aire se sentía como vidrio roto en mis pulmones. El mundo que había construido, el futuro que había soñado con ella, todo se había derrumbado en un instante, reducido a cenizas por las palabras que acababa de escuchar.

Ya no había dudas. Ya no había confusión.

Solo una certeza helada y terrible: la mujer que amaba me había vendido para que me destruyeran.

            
            

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