Las Cenizas de un Amor Prohibido
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Capítulo 4

El pomo de la puerta del baño giró lentamente. No había tiempo para pensar. Me subí al inodoro, forcé la pequeña ventana y me deslicé por la abertura justo cuando la puerta se abría de golpe. Caí dos pisos hasta un callejón sucio, aterrizando con un golpe sordo sobre una montaña de bolsas de basura que amortiguaron la caída, pero no evitaron un dolor agudo en mi tobillo.

"¡Ahí está! ¡En el callejón!", gritó alguien desde arriba.

Me levanté cojeando, ignorando el dolor punzante. Corrí por el callejón oscuro, el sonido de mis pasos y mi respiración agitada resonando en la noche. Detrás de mí, escuchaba los gritos y los pasos de los hombres de El Chacal.

Llegué a la calle principal y, sin mirar, me lancé al tráfico. Los coches frenaron con chirridos de llantas, las bocinas sonaron furiosas. Vi un taxi a punto de arrancar y me metí en el asiento trasero.

"¡Arranque, por favor, arranque!", le grité al conductor, un hombre mayor con cara de susto.

Metí la mano en el bolsillo y saqué un fajo de billetes, todo lo que llevaba encima. "Tome, todo es suyo, pero sáqueme de aquí ya."

El taxista vio el dinero, pisó el acelerador y salimos disparados, dejando atrás el hotel y a los sicarios que apenas llegaban a la acera.

Mi corazón seguía latiendo a mil por hora. Mi tobillo palpitaba de dolor. Estaba a salvo, pero solo por ahora. Me habían encontrado. Sofía les había dicho exactamente dónde estaba. La traición era activa, continua.

No tenía a dónde ir. Mis casas de seguridad estaban comprometidas. Mis contactos... ¿en quién podía confiar? El único nombre que me vino a la mente fue El Viejo Lobo. Mi antiguo entrenador. El hombre al que le había dado la espalda por Sofía.

Busqué su número en mi viejo teléfono, uno que guardaba por nostalgia. Recé para que no lo hubiera cambiado.

Sonó una, dos, tres veces.

"¿Bueno?", respondió una voz grave y familiar.

"Lobo... soy yo. Ricardo."

Hubo un largo silencio al otro lado de la línea. Pensé que me iba a colgar.

"Sabía que este día llegaría, muchacho", dijo finalmente, su voz sin sorpresa, solo con una profunda tristeza. "¿Dónde estás?"

Le di mi ubicación aproximada. "Estoy en problemas, Lobo. Graves problemas."

"Lo sé. La calle habla. Me dirijo hacia allá. Apaga ese teléfono. Te encontraré."

La llamada terminó. Sentí una pequeña oleada de alivio. Había una persona en el mundo que todavía estaba de mi lado.

Le pedí al taxista que me dejara en una concurrida estación de autobuses. Me mezclé con la multitud, cojeando, tratando de parecer un viajero más. Cada rostro me parecía sospechoso.

Una hora después, que se sintió como una eternidad, un viejo coche destartalado se detuvo a mi lado. El Viejo Lobo estaba al volante. Sus ojos, hundidos en un rostro arrugado por el tiempo y las preocupaciones, me examinaron de arriba a abajo.

"Sube", dijo simplemente.

Me metí en el coche. Olía a cuero viejo y al linimento que siempre usaba para sus articulaciones. Era un olor a hogar, a un tiempo más simple.

"Me vendieron, Lobo", dije, mi voz quebrada. "Sofía... ella me vendió."

Él asintió lentamente, sus manos nudosas firmes en el volante. "Lo supuse. Esa mujer siempre tuvo veneno en la sangre. Te lo advertí."

"Lo sé. Fui un idiota."

"Sí, lo fuiste", dijo sin rodeos. "Pero ahora no es tiempo para lamentos. Es tiempo de sobrevivir. Te llevaré a un lugar seguro, fuera de la ciudad. Nadie te encontrará allí. Podrás recuperarte, pensar."

Condujo durante horas, saliendo de la ciudad hacia el campo. El sol comenzaba a salir, tiñendo el cielo de naranja y púrpura. Me quedé dormido, agotado física y emocionalmente, por primera vez en lo que pareció una vida.

Desperté en una pequeña cabaña de madera en medio de la nada. Mi tobillo estaba vendado. El Viejo Lobo estaba sentado en una silla junto a la cama, limpiando una vieja escopeta.

"¿Dónde estamos?", pregunté.

"En el fin del mundo", respondió. "Aquí el único que te va a encontrar es el diablo, y dudo que se atreva a meterse conmigo."

Me quedé allí varios días. Lobo cuidó de mí. Me trajo comida, me curó el tobillo, pero sobre todo, me escuchó. Le conté todo, desde la conversación que escuché hasta la persecución. Él escuchaba en silencio, asintiendo de vez en cuando.

Una tarde, mientras mirábamos el atardecer desde el porche, me dijo: "La rabia es un buen combustible, Ricardo. Pero te quema por dentro si no la controlas. La venganza es un plato que se sirve frío, pero la justicia... la justicia es un fuego que purifica. Decide qué es lo que buscas."

Sus palabras se quedaron conmigo. Venganza. Justicia.

Sofía y Mateo no solo me habían traicionado, habían intentado destruirme. Habían desatado a El Chacal sobre mí.

El Chacal... el hombre que casi acaba con mi carrera en el ring con un golpe ilegal. El hombre que me guardaba un rencor profundo.

En ese momento, en esa cabaña perdida, supe lo que tenía que hacer. No se trataba solo de sobrevivir. Se trataba de volver. De recuperar mi nombre, mi honor.

Y de hacer que aquellos que me pisotearon pagaran por lo que habían hecho. No con una simple lección, como la que Sofía quería darme. Sino con una lección final, una que nunca olvidarían.

La recuperación había comenzado. Y con ella, la planificación de mi regreso. El Halcón había sido herido, pero no estaba muerto. Y pronto, volvería a volar.

                         

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