Camila estaba en el centro de la sala, riendo, radiante. Llevaba un espectacular vestido rojo, uno de mis diseños más icónicos, de la última colección que presenté antes de... todo. Era el vestido estrella, el que todos los críticos habían alabado. Mi vestido.
Se veía como la dueña del lugar. Como la dueña de mi vida.
Me acerqué, sintiendo todas las miradas sobre mí. Mateo se puso a mi lado, su mano en mi espalda como si fuera un dueño guiando a su mascota.
"Sofía, qué bueno que viniste," dijo Camila, su voz goteando falsa dulzura. "Ese vestido rojo te queda increíble," le dije, mi voz plana.
Ella sonrió, una sonrisa triunfante.
"¿Te gusta? A Mateo le pareció que era perfecto para la ocasión. Un homenaje a tu... legado."
Mateo intervino rápidamente.
"Camila ha hecho un trabajo increíble manteniendo la empresa a flote, Sofía. Ha reinterpretado tus viejos diseños, les ha dado un nuevo aire."
"¿Reinterpretado?" repetí. "Eso es una copia."
La sonrisa de Camila vaciló por un segundo.
"No seas amargada, hermanita. Se llama inspiración. Además, alguien tenía que hacerlo. La marca se estaba hundiendo contigo."
Su tono era el de una niña inocente, pero sus ojos eran dagas. Se acercó más, bajando la voz para que solo yo la escuchara.
"Deberías agradecerme. Sin mí, el apellido Ramírez no sería nada en el mundo de la moda hoy en día."
Me quedé sin palabras. La audacia, el descaro. Me pisoteaba la cara con una sonrisa.
Recordé cómo Mateo siempre me había disuadido de ir a eventos sociales. "Quédate en el taller, Sofía, es donde eres brillante", "Deja las relaciones públicas para mí, tú eres el talento creativo". Ahora entendía por qué. No quería que yo brillara. Quería mantenerme encerrada, produciendo los diseños que él y Camila planeaban robar. Me aisló para que, cuando cayera, nadie estuviera allí para sostenerme.
La cena fue una tortura. Me sentaron en un extremo de la mesa, como a una invitada incómoda. Camila estaba al lado de Mateo, en el lugar que solía ser mío. Todos la elogiaban, celebraban su "visión" y su "éxito".
Mi suegro, el patriarca de la familia Vargas, se levantó para un brindis.
"Por Camila," dijo, levantando su copa. "Por traer honor y prosperidad a esta familia. Ha demostrado ser una empresaria mucho más astuta y estable de lo que esperábamos." La indirecta fue tan directa como una bofetada.
Luego, Mateo se levantó.
"Y en honor a su increíble trabajo, he decidido proponer al consejo algo que creo que todos apoyarán. Nombrar a Camila como CEO y Directora Creativa permanente de 'Ramírez Designs'."
El aplauso fue atronador.
"Y para simbolizar esta transición," continuó, mirando directamente a Camila, "le daremos la propiedad total de todas las colecciones pasadas. El legado de Sofía, ahora en tus manos para que lo lleves al futuro."
Eso era todo. No solo me robaban el futuro, sino que le regalaban mi pasado. Mi trabajo, mis creaciones, mi alma. Todo entregado a ella en una bandeja de plata, mientras yo observaba, impotente.
Sentí que la silla desaparecía debajo de mí. El zumbido en mis oídos era tan fuerte que ahogaba los aplausos. Vi a Diego, mi hijo, al otro lado de la mesa. Él también aplaudía, aunque su mirada estaba fija en su plato. No se atrevía a mirarme.
La humillación era completa, pública y absoluta. Habían tocado mi límite.