Fin de una Confianza Pura
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Capítulo 2

El aire en la habitación se sentía pesado, casi no podía respirar.

"No fue un error", le dije a Alejandro, mi voz sonaba firme, "ella está tratando de seducirte".

Él se quedó en silencio al otro lado de la línea, la atmósfera se congeló por completo.

Unos segundos después, escuché la voz de Valeria, ahora con un tono lastimero y sollozante.

"Alejandro, ¿tu novia piensa que soy ese tipo de persona? ¿Cómo puede decir algo así de mí? Solo fue un accidente...".

Su voz se quebraba, y casi podía imaginarla con los ojos llenos de lágrimas, con el hombro desnudo asomando por la camisa, una imagen de pura inocencia herida.

Era una actuación perfecta, y lo peor era que Alejandro parecía estar cayendo en ella.

"Sofía, ya basta", me dijo él, con un tono que mezclaba cansancio y una extraña ternura condescendiente, como si le hablara a una niña caprichosa, "Valeria es nueva y un poco torpe, no seas tan dura con ella".

Sentí una oleada de rabia, no podía creer que me estuviera tratando así, como si yo fuera la que estaba exagerando.

Antes de que pudiera responder, el timbre de nuestra casa sonó.

Me quedé helada. ¿Quién podría ser a estas horas?

Fui a abrir la puerta y me encontré a Valeria parada en el umbral, llevaba puesta una camisa de hombre demasiado grande que apenas le cubría los muslos, sus piernas largas y blancas quedaban completamente expuestas, su cabello estaba húmedo y su cara mostraba una expresión de profunda preocupación.

"Sofía, de verdad lo siento mucho, vine en persona a disculparme", dijo con voz suave, "no quiero que haya malentendidos entre tú y Alejandro por mi culpa".

Su descaro me dejó sin palabras, no solo había enviado la foto, sino que ahora se presentaba en mi casa a medianoche, vestida de esa manera, para "aclarar" las cosas.

Alejandro, que seguía en la videollamada, vio la escena y su voz se suavizó.

"Valeria, no tenías que molestarte en venir hasta acá", le dijo, y luego se dirigió a mí, "Sofía, no estamos peleando, ¿verdad? Solo es un pequeño malentendido".

Cuanto más intentaba minimizar la situación, más crecía mi enojo, me sentía completamente invalidada.

"¡Alejandro!", le espeté, incapaz de contener más mi frustración, "¿todavía no terminas tus cosas? ¡Date prisa!".

La presión en la habitación se volvió insoportable, Alejandro frunció el ceño, molesto por mi tono.

Valeria me miró con sus grandes ojos llorosos, como si yo fuera la villana que la estaba atormentando.

"Hermano Alejandro...", susurró, usando un término cariñoso que me revolvió el estómago.

Luego, bajó la cabeza, como si su orgullo hubiera sido herido de muerte, y se dio la vuelta para irse, caminando lentamente bajo la luz de la luna, una figura de desolación y fragilidad.

Pero yo sabía que todo era un teatro, un juego muy bien calculado.

            
            

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