Diseño un menú que es una obra de arte. Cada platillo es una sinfonía de sabores, una exhibición de técnica y creatividad. Sofía está encantada. Me presume con sus amigas, con los socios del hotel, con cualquiera que quiera escuchar.
"Elías es un genio", dice una y otra vez. "Es tan dedicado, tan leal."
Yo solo sonrío y asiento, jugando mi papel a la perfección. Nadie ve el hielo en mis ojos. Nadie siente el veneno que corre por mis venas.
La noche de la fiesta llega. El gran salón del Hotel Del Valle está deslumbrante. Candelabros de cristal, arreglos florales extravagantes, una orquesta tocando música clásica. Lo más selecto de la sociedad mexicana está aquí: empresarios, políticos, celebridades. Todos reunidos para celebrar al hombre que lleva el corazón de mi hermano.
Estoy en la cocina, supervisando los últimos detalles, cuando Laura, la asistente personal de Sofía, se acerca a mí. Su rostro es siempre profesional, impasible. Nadie sabe que es mi única aliada en esta casa. Su hermano era el mejor amigo de Mateo, y ella ha estado esperando este momento tanto como yo.
"Todo está listo, Elías", dice en voz baja. "Las cámaras que pediste están instaladas y transmitiendo a un servidor seguro. Nadie las notará."
Asiento, sin mirarla.
"Gracias, Laura. Ten cuidado."
"Tú también", responde, y se aleja.
Salgo al salón justo a tiempo para la gran entrada. Sofía está en el pequeño escenario, radiante con un vestido rojo sangre. Toma el micrófono.
"Amigos, familia. Gracias por estar aquí esta noche. Hoy es un día muy especial. celebramos un milagro. celebramos la vida. Con ustedes, mi amado hermano, Ricardo del Valle."
Las puertas dobles del salón se abren. Y ahí está él.
Ricardo del Valle. Más arrogante que nunca, con una sonrisa cínica en el rostro. Camina por el salón como si fuera el dueño del mundo. La gente aplaude. Víctores y felicitaciones llenan el aire. Mi estómago se revuelve, pero mi rostro permanece sereno.
Sofía baja del escenario y lo abraza. Es un abrazo largo, demasiado íntimo. Luego, Ricardo me ve. Su sonrisa se ensancha. Camina directamente hacia mí, con Sofía a su lado.
"Elías, cuñado", dice, su voz goteando sarcasmo. "Tanto tiempo. Te ves... bien. La vida de casado te sienta."
"Bienvenido, Ricardo", respondo, mi voz es neutra. "Nos alegra tenerte de vuelta."
Él me mira de arriba abajo, con desprecio. Luego, su mirada se detiene en una mesera que pasa con una bandeja de copas de vino tinto. Con un movimiento rápido y deliberado, choca contra ella.
La mesera pierde el equilibrio y la bandeja entera se vuelca sobre mí.
El vino tinto mancha mi filipina blanca de chef, creando una mancha oscura y grotesca justo sobre mi corazón.
El salón queda en silencio. Todos los ojos están sobre nosotros. La mesera, pálida de miedo, comienza a disculparse profusamente.
Ricardo se ríe. Una risa cruel y sonora.
"¡Qué torpe! Deberías tener más cuidado", le dice a la chica. Luego me mira. "Vaya, Elías. Qué lástima. Arruinó tu traje. Parece que te hubieran disparado."
La ira me sube por la garganta, caliente y amarga. Quiero borrar esa sonrisa de su rostro a golpes. Quiero gritarle que esa mancha no es nada comparada con la sangre de mi hermano en sus manos.
Pero respiro hondo. Calma. Todavía no es el momento.
"No te preocupes", le digo a la mesera, con una voz sorprendentemente tranquila. "Fue un accidente. No pasa nada."
Luego miro a Ricardo. Mis ojos se encuentran con los suyos.
"No te preocupes por la mancha, Ricardo. La ropa se puede lavar. Hay otras manchas que nunca se quitan."
Su sonrisa flaquea por un instante. Ve algo en mis ojos que no esperaba. Pero antes de que pueda responder, Sofía interviene, jugando su papel de pacificadora.
"¡Ricardo, por Dios! discúlpate con Elías", dice, aunque no hay enojo real en su voz. "Amor, ve a cambiarte. No dejes que esto arruine la noche."
Ella me da un beso rápido y se lleva a Ricardo, regañándolo en voz baja como una madre a un niño travieso.
Los observo alejarse. La gente a mi alrededor empieza a susurrar, volviendo a sus conversaciones. Para ellos, solo fue un pequeño incidente incómodo.
Para mí, fue una declaración de guerra.
Y acabo de devolver el primer disparo.
Me dirijo a las cocinas, no para cambiarme, sino para encontrar a Laura. La venganza no solo se sirve fría.
A veces, se sirve en público, frente a todos, en una bandeja de plata. Y el plato principal de esta noche está a punto de comenzar.