Si por contrato, Amor inesperado.
img img Si por contrato, Amor inesperado. img Capítulo 5 Hora de cumplir
5
Capítulo 7 Naven Fort img
Capítulo 8 Observada img
Capítulo 9 Desobediente img
Capítulo 10 Pequeña Morgan img
Capítulo 11 Casada con un Fort img
Capítulo 12 Una metáfora img
Capítulo 13 Escondiendo un pequeño tesoro img
Capítulo 14 Ejercicios img
Capítulo 15 Dar un paseo img
Capítulo 16 No es lugar para buscar compañía img
Capítulo 17 Un pequeño accidente img
Capítulo 18 Soñando con su esposo img
Capítulo 19 Un beso real img
Capítulo 20 Fue un viaje img
Capítulo 21 Les diré quien es ella img
Capítulo 22 Una condición clara img
Capítulo 23 Sus dudas aumentan img
Capítulo 24 Situación complicada img
Capítulo 25 Virginidad entregada img
Capítulo 26 La abuela Fort img
Capítulo 27 El regreso de Brenda Cortez img
Capítulo 28 Mensajes img
Capítulo 29 Solitario img
Capítulo 30 Algo ha cambiado img
Capítulo 31 Un castigo img
Capítulo 32 Su esposa ha salido img
Capítulo 33 Asistir a una fiesta img
Capítulo 34 En la habitación de su esposa img
Capítulo 35 Su mentira img
Capítulo 36 Un mal día img
Capítulo 37 Un nuevo encuentro img
Capítulo 38 Un enfrentamiento img
Capítulo 39 El precio del silencio img
Capítulo 40 Sus dudas img
Capítulo 41 Necesita aire img
Capítulo 42 Más lejos que nunca img
Capítulo 43 Muy peligroso img
Capítulo 44 Irse img
Capítulo 45 Lo quieres img
Capítulo 46 Dormir era otra batalla img
Capítulo 47 La llegada del Rey img
Capítulo 48 Comentarios img
Capítulo 49 A nadie img
Capítulo 50 Sus pensamientos inocentes img
Capítulo 51 Protección img
Capítulo 52 Un momento de olvido img
Capítulo 53 Una prisión img
Capítulo 54 Algo esta mal con ella img
Capítulo 55 Sus propias películas img
Capítulo 56 Algo ha cambiado img
Capítulo 57 Más dudas en ella img
Capítulo 58 Despertar img
Capítulo 59 Una vez más img
Capítulo 60 Domingo img
Capítulo 61 Ella se siente tan rara img
Capítulo 62 Paz img
Capítulo 63 Su lugar img
Capítulo 64 Una chispa de duda img
Capítulo 65 El peligro es negarlo img
Capítulo 66 A que estas jugando Naven img
Capítulo 67 Estas celoso img
Capítulo 68 Vivir con él img
Capítulo 69 La Guerra que iniciaste img
Capítulo 70 SETENTA img
Capítulo 71 Una pequeña conversación img
Capítulo 72 Desayuno tenso img
Capítulo 73 Accidente img
Capítulo 74 Puede enamorarse de ti img
Capítulo 75 La fragilidad de la vida img
Capítulo 76 Visitas inesperadas img
Capítulo 77 Su fragancia img
Capítulo 78 Una noche en el hospital img
Capítulo 79 Anecdotas img
Capítulo 80 Encuentro molesto img
Capítulo 81 Romper su burbuja de timidez img
Capítulo 82 Vuelta a casa img
Capítulo 83 Las miradas puestas en ella img
Capítulo 84 ¿Qué me está pasando img
Capítulo 85 La valentía desaparecio img
Capítulo 86 Él no perdona img
Capítulo 87 Paz en silencio img
Capítulo 88 Compartiendo img
Capítulo 89 Castigo img
Capítulo 90 No soy cruel img
Capítulo 91 Vas a arrepentirte img
Capítulo 92 No esperaba nada de nadie img
Capítulo 93 Un viaje de imprevisto img
Capítulo 94 Obsequio img
Capítulo 95 El día será suyo img
Capítulo 96 Arquitecta Fort img
Capítulo 97 Su noche img
Capítulo 98 Tu esposo img
Capítulo 99 Desayuno amargo img
Capítulo 100 La distancia img
img
  /  2
img

Capítulo 5 Hora de cumplir

Con paso lento y seguro, Naven se dirigió al sillon de cuero que reposa en aquella zona vip del Hipódromo, donde reposaba un teléfono fijo de diseño elegante. Se acomodó en la silla de respaldo alto, de cuero negro, y pulsó un número sin siquiera mirar.

-Fort al habla -dijo en voz baja, cuando la línea fue respondida al tercer tono.

-Vaya, Naven Fort. Qué grata sorpresa. Creí que nunca yo recibiría una llamada suya -respondió la voz ronca de Harry Meyer desde el otro lado. Se notaba que había estado bebiendo, como siempre.

-No tengo tiempo para cortesías, Harry. Estoy cerrando un acuerdo. Algo que podría interesarte.

Hubo un breve silencio.

-¿Negocios nuevos? ¿Otra empresa quebrada para absorber? -preguntó Meyer con tono burlón - No, no puede ser aquello, puesto que eres Naven Fort.

-No, tampoco soy un Dios, no olvidemos que dijeron que el Titanic nunca se hundiria, pero ahora mismo no estoy para entrar en esos conflictos, se trata de un matrimonio -soltó Naven sin vacilar-. Me comentaron hace unas semanas que tu círculo en Berlín está presionando por una imagen más sólida... más familiar. Quieren verte comprometido, "estable", para ganar el contrato con los bancos suizos, ¿no es así?

-Sí... esos malditos quieren que parezca un hombre confiable. Y una esposa decorativa siempre suma puntos. Pero que sea sumisa, bonita y discreta, ya he comprado una.

- Tengo otra de mejor porte que la que te vendieron-respondió Naven, como si estuviera hablando de un coche de lujo-. Tengo a la persona indicada para ti. Se llama Lorena Viera. Es joven, elegante, bien educada. Su familia tiene conexiones en América Latina, lo cual puede interesarte para tus inversiones futuras.

-Viera... me suena ese apellido. ¿No son los sobrinos de los Caballeros de Castilla? Me han ofrecido una de Apellido de La Cruz, pero son de escasos recursos, en cambio la Familia Viera puede darme más salidas.

-Correcto. Pero la chica no esta desamparada. Tiene voz Y voto sobre su futuro, pero es obediente.

-¿Obediente, seguro?

- Si -respondió Naven con frialdad-. Pero puedes moldearla. Alguien como tú sabrá qué hacer con una mujer que no tiene escapatoria.

Del otro lado, Harry rió. Una risa áspera, como papel desgarrado.

-Eres un hijo de puta, Fort.

-Y tú también -le respondió Naven con calma.

-¿Y qué sacas tú de esto?

-Digamos que me debes una. Y yo no olvido los favores. Además, quiero algo más.

-Adelante.

-Mantente alejado de Catalina de La Cruz. No la mires, no la toques, no la nombres. No la pongas en tu radar.

La línea enmudeció por unos segundos. Harry no era tonto. Sabía que Naven no ofrecía advertencias sin un motivo profundo.

-Vaya, vaya... ¿Qué tiene de especial la señorita Cruz? -preguntó con un deje de curiosidad morbosa.

-Nada. Pero alguien muy cercana a ella me pertenece. Y eso es suficiente.

-Entiendo... así que volvemos a los tiempos antiguos: una mujer por otra. La clásica danza del poder. Bueno, me gusta tu estilo, Fort. Cerraré este acuerdo.

-Excelente. Mis abogados enviarán el contrato mañana. Aceptas las condiciones, cumples con la ceremonia y te comportas como un caballero en público.

-Y en privado puedo hacer lo que me plazca, ¿verdad?

-No soy tu conciencia, Meyer. Pero recuerda, si arruinas esto, perderás más que una inversión.

-Tienes mi palabra.

-No me interesa tu palabra -dijo Naven mientras colgaba el teléfono sin esperar una despedida.

El lugar volvió a quedar en silencio, pero no era el mismo que antes. Había una tensión suspendida, como si el aire supiera lo que acababa de ocurrir: una vida ofrecida a cambio de otra. Un alma inocente vendida por conveniencia, otra que se ha sacrificado por intereses aún desconocidas.

Se levantó, caminó hacia la ventana y observó la ciudad extendiéndose más allá del cristal que mostraba toda la ciudad desde aquella vista que tenía en el Hipódromo. Madrid ardía en luces, en voces, en promesas vacías. Y allí, en medio de ese mundo corrupto, él acababa de firmar el destino de dos mujeres.

Otra, Sofía, protegida por alguien que no conocía límites... pero que comenzaba a mirarla de forma distinta.

Y sin embargo, en los ojos grises de Naven Fort no había rastro de remordimiento. Solo una certeza silenciosa.

En el tablero de ajedrez que era su vida, acababa de mover una pieza importante. Y aunque aún no sabía si la reina era Sofía, lo que sí tenía claro era que ningún otro rey la tocaría.

Sofía caminaba por los pasillos del hotel como si el suelo no tuviera consistencia. Sus pies se movían, pero su mente seguía atada a la suite, a la figura imponente de Naven Fort, a las cláusulas de aquel contrato que ahora comenzaban a marcar su destino como si fueran tatuajes invisibles.

Las luces suaves del pasillo apenas rozaban su rostro. La opulencia del hotel, sus alfombras gruesas, sus paredes forradas en seda y mármol, contrastaban con el torbellino de emociones que giraba dentro de ella. Apenas unas horas atrás había tenido un examen. Su vida parecía avanzar por dos caminos distintos: el de una estudiante universitaria común y el de una pieza en el juego de poder de los hombres más influyentes del continente.

Llegó frente a la puerta de la habitación donde Catalina descansaba. Respiró hondo antes de llamar. No quería que su amiga notara lo que estaba ocurriendo... no aún.

La puerta se abrió casi al instante. Catalina tenía una bata suave color lavanda, y sus ojos se iluminaron apenas vio a Sofía.

-¡Sofi! -exclamó, extendiendo los brazos-. ¡Pensé que te habías ido!

Sofía forzó una sonrisa.

-Claro que no. Solo necesitaba un momento para... pensar.

Catalina no insistió. Algo en los ojos verdes de su amiga -ahora más apagados, casi sombríos- le decía que debía esperar. Así que simplemente la tomó de la mano y la guió hacia el sofá junto a la ventana.

-¿Quieres té? ¿Agua? Me trajeron frambuesas frescas -ofreció con voz suave.

-Solo sentarme contigo está bien -respondió Sofía, bajando la mirada.

La habitación estaba en silencio. Catalina, aún sin comprender nada, se sentó junto a ella, sus dedos entrelazados con los de su amiga como si temiera perderla en cualquier momento.

-¿Sofi... estás segura de que estás bien?

Sofía asintió con la cabeza, pero no emitió palabra.

El reloj marcaba las cinco con veintisiete minutos. Afuera, el cielo de Madrid comenzaba a teñirse de un ámbar suave, anunciando el atardecer. Fue entonces cuando el teléfono de la habitación sonó. Catalina se incorporó de inmediato, confundida. No esperaba llamadas.

-¿Diga?

Sofía giró ligeramente la cabeza para observarla. Catalina se quedó inmóvil, escuchando.

-¿Perdón? ¿Cómo que ya no...?

El silencio se alargó. Sofía sintió su pulso acelerar.

-Entiendo. Sí, gracias -dijo Catalina, y colgó.

Volvió a sentarse, con el ceño fruncido. Giró lentamente hacia Sofía.

-Era alguien del entorno de Harry Meyer... -empezó a decir, claramente confundida-. Dijeron que el compromiso ya no era necesario. Que no habrá matrimonio. No entendí muy bien. Lo dijeron como si fuera algo resuelto desde otra esfera.

Sofía tragó saliva. Sabía que ese momento llegaría. Ya no podía guardarlo para sí.

-Cata... -susurró, tomando las manos de su amiga entre las suyas-. Yo hice algo.

Catalina la miró fijamente.

-¿Qué hiciste?

-Fui a hablar con él -respondió, bajando la mirada-. Con Naven Fort.

Los ojos de Catalina se abrieron con sorpresa.

-¿Por qué harías algo así?

-Porque no podía dejar que te obligaran a algo que tú no querías. Porque tú siempre has estado para mí. Porque eres como una hermana. Y porque... a veces la vida no nos da opciones fáciles.

Catalina negó con la cabeza, aún sin comprender.

-¿Qué le dijiste?

-Le pedí ayuda. Le rogué que te protegiera de ese compromiso. Y él lo hizo. Pero... no fue gratis.

Catalina la miraba con creciente angustia.

-¿Qué le diste a cambio?

Sofía respiró hondo, conteniendo las lágrimas.

-Acepté casarme con él.

La habitación quedó en silencio. Catalina no dijo nada. Solo se quedó mirando a su amiga, con los labios entreabiertos, como si las palabras no pudieran atravesar el nudo que se le había formado en la garganta.

-No -murmuró al fin, con voz trémula-. No. No puedes... ¿Estás diciendo que tú... que tú aceptaste casarte con Naven Fort para salvarme?

Sofía asintió.

-No podía dejar que te entregaran a Harry. Él... es peligroso. Tú no habrías sobrevivido ni un mes con él.

Catalina se cubrió la boca con una mano. Las lágrimas comenzaron a asomar en sus ojos oscuros.

-¡Pero, Sofi, tú tampoco deberías tener que...!

-No digas nada -interrumpió Sofía con suavidad-. Ya está hecho. No me arrepiento.

Catalina se levantó y comenzó a caminar por la habitación, presa de la angustia.

-Esto es una locura. ¡Una locura! Ese hombre... Naven Fort no es alguien común. ¡Tiene fama de ser implacable! Las mujeres lo rodean como polillas a una llama, y él... él nunca se queda con nadie. ¡No puede tratarte como una esposa!

Sofía la miró con serenidad.

-Lo sé. Pero puedo soportarlo. Siempre he sido fuerte. Y al menos tú estás a salvo.

Catalina se arrodilló frente a ella, tomando sus manos con fuerza.

-No sé cómo agradecerte esto... ni cómo permitirlo.

Sofía le acarició la mejilla con ternura.

-No tienes que agradecer nada. Solo prométeme que vas a ser feliz. Que vas a vivir tu vida sin cargar con esta culpa.

Catalina rompió en llanto, abrazándola con fuerza. Sofía la sostuvo, como tantas veces lo había hecho en el pasado, en días de estudio, de derrotas, de triunfos compartidos.

Y mientras ambas se abrazaban, en silencio, más allá de las paredes del hotel, en los altos edificios donde los nombres y los apellidos tejían destinos, el nombre "Morgan" comenzaba a hacer eco en el pensamiento de Naven Fort.

Un apellido que él no había esperado.

Una mujer que no encajaba en su mundo.

Pero a la que ya no podría apartar. Unas horas después habían abandonado el hotel, ya mañana Sofia acudirá a Naven nuevamente o quizás envíen por ella, pero ahora lo mejor que podía hacer era alejarse de aquel hotel.

El departamento de Sofía era acogedor y siempre olía a lavanda. Catalina lo conocía bien. Muchas noches de estudio, de risas o de llanto habían transcurrido entre esas paredes.

Catalina se quedó dormida en el sofá con una manta ligera encima. Había insistido en acompañarla, y Sofía no había tenido fuerzas para discutir. Estaba agradecida de no estar sola, aunque su mente insistía en encerrarla en un laberinto de pensamientos oscuros.

El reloj de la cocina marcaba las dos de la madrugada.

Sofía se encontraba sentada en el borde de su cama, con las piernas recogidas y un suéter de lana que apenas lograba protegerla del escalofrío que nacía dentro de ella. La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la débil luz que entraba desde la calle a través de las persianas.

No podía dormir.

Los pensamientos no la dejaban.

Su móvil estaba apagado. No por falta de batería, sino por miedo. Miedo a que sus padres llamaran. A que su madre -siempre tan intuitiva- percibiera el temblor en su voz. A que su padre -el imponente Alessandro Morgan- preguntara con firmeza qué estaba sucediendo. Porque si lo hacía, si su padre alzaba la voz con ese tono de autoridad que imponía respeto en toda sala de juntas... ella no podría mentirle.

Pero ¿cómo les diría? ¿Cómo explicaría que había aceptado casarse con un hombre que apenas conocía, solo para salvar a una amiga? ¿Cómo explicar que ese hombre no era cualquiera, sino Naven Fort, el magnate más frío y temido del mundo empresarial de España?

Sofía conocía los rumores. Todos los conocían en Madrid, y ella allí metida hasta el fondo con él.

Un hombre que movía fortunas con una llamada, que cerraba contratos sin parpadear, que no titubeaba en destruir reputaciones o empresas enteras si eso le otorgaba una mínima ventaja. Naven Fort era un rey sin corona, uno que no necesitaba título alguno porque el mundo ya se inclinaba a su paso.

Y ahora, ella, Sofía Morgan, se había convertido en parte de su juego.

Hundió el rostro entre las manos.

El corazón le latía tan fuerte que sentía que no podría sostenerlo mucho más. Aquel nombre -Fort- le producía una mezcla de respeto, miedo y... una inquietud que no sabía identificar. No era solo su poder. Era la manera en que la había mirado, la frialdad en sus ojos, la calma con la que hablaba, como si todo -incluso ella- fuera parte de un tablero.

Ahora tenía otras dudas ¿Naven Fort conocía a su familia? ¿Los Morgan conocen a los Fort? Sofía deseó poder preguntárselo a alguien, deseó que la respuesta estuviera en un libro, en un correo, en algo que pudiera leer sin tener que enfrentarse directamente a él. Después de todo ella no era una simple chica, era conocedora de lo que implica el apellido de sus padres.

Muy pronto estaría comprometida públicamente y se imaginaba la ira de su padre, la duda de sus hermanos.

Se abrazó a sí misma, el cuerpo tiritando no solo de frío, sino de incertidumbre.

¿Y si se arrepentía? ¿Y si ya era demasiado tarde para retroceder?

Miró hacia el sofá. Catalina dormía tranquila, con el rostro relajado, como si al fin hubiera podido soltar todo el peso que la asfixiaba. Esa paz era la única razón por la cual Sofía no se permitía romper en llanto.

Se levantó despacio, caminó hasta la cocina y sirvió un vaso de agua. Sus manos temblaban ligeramente. El cristal tintineó al rozar el fregadero.

"Estás bien, Sofía", se dijo a sí misma.

Pero no lo estaba.

No cuando al cerrar los ojos aparecía Naven frente a ella, con su traje oscuro, su expresión impenetrable, y esa voz grave que parecía emitir órdenes incluso cuando hablaba en tono bajo.

¿Qué esperaba de ella? ¿La trataría como a una socia más, o como una pieza decorativa para sus intereses? ¿Habría alguna clase de límite, o todo era parte del precio?

Apoyó la frente contra el refrigerador, intentando calmarse, observó las fotografías de sus pequeños sobrinos, Alexander, Alessio y Abigail.

Tenía miedo. Pero también determinación. Una parte de ella -pequeña, pero persistente- se negaba a quebrarse. Era una Morgan. Su padre siempre le había dicho: "Sofía, nunca olvides quién eres. Cuando te enfrentes al mundo, no serán tus palabras, sino tu postura la que marque la diferencia."

Y eso era lo que intentaría hacer.

Volvió a su habitación, se sentó en el suelo, abrazada a una almohada. Se permitió llorar. En silencio. Lágrimas que no eran de arrepentimiento, sino de cansancio. De confusión. De humanidad.

A las 4, se asomó a la ventana. El cielo comenzaba a palidecer.

Una nueva mañana estaba por llegar.

Hora de cumplir

El amanecer se filtraba por los ventanales del departamento, tiñendo todo de un dorado tenue. Sofía había dormido poco o nada, pero en su rostro se leía una decisión que, aunque aún temblorosa, ya no se podía disolver.

Catalina aún dormía en el sofá, y Sofía no quiso despertarla. Había una última conversación que debía tener antes de que el mundo entero cambiara a su alrededor. Se encerró en su habitación, tomó aire profundamente, y marcó el número que conocía de memoria desde que aprendió a hablar.

La llamada tardó en conectar, pero al fin, la voz grave y serena de su padre respondió del otro lado.

-¿Sofía? ¿Qué ocurre, hija?

Ella tragó saliva, sujetando el móvil con ambas manos.

-Papá, mamá... necesito hablar con ustedes. Es importante.

Un segundo después, la voz de su madre se unió a la llamada. -¿Sofía? ¿Estás bien? ¿Pasó algo? -preguntó Alicia, siempre tan perceptiva.

-Estoy bien... -empezó ella, su voz algo tensa-. No me ha pasado nada. Pero necesito que escuchen con atención lo que voy a decirles. Y que me prometan que no van a interrumpirme.

Un silencio expectante cruzó la línea.

-De acuerdo -dijo Alessandro con tono pausado.

-He tomado una decisión. Sé que parecerá precipitada, irracional, incluso desconcertante, pero la he pensado. Y necesito que confíen en mí. No les voy a dar muchas explicaciones por ahora, pero sí una verdad absoluta: esto no es una obligación. Es algo que yo decidí.

Se escuchó un leve crujido del lado de su padre. Estaba claramente conteniendo algo.

-Voy a casarme -soltó finalmente, con una firmeza que la sorprendió incluso a ella misma-. Y les pido... no, les ruego... que no intenten detenerlo. No llamen a nadie. No investiguen. No interfieran. Solo necesito que me apoyen.

Del otro lado, el silencio fue un abismo.

-¿Cómo que vas a casarte? -preguntó finalmente Alicia, con una voz suave, confundida, como si creyera no haber escuchado bien.

-Es lo que quiero, mamá.

-¿Con quién? -inquirió Alessandro con una severidad que no logró disimular.

Sofía cerró los ojos.

-No puedo decírselo ahora. No aún. Pero... es alguien que no esperaban. Solo necesito que confíen en mí. Ustedes me enseñaron a ser fuerte, a tomar mis decisiones. Esta... esta es la mía. Por favor.

Del otro lado, se oyó un murmullo apagado. Probablemente sus padres hablaban entre ellos, o simplemente intercambiaban miradas mudas, como solían hacer cuando la situación era más grande que cualquier palabra.

Finalmente, Alessandro exhaló profundamente.

-¿Estás segura?

-Sí -respondió Sofía sin dudar.

-Entonces... está bien. No moveremos un dedo -dijo él finalmente-. Pero si en algún momento necesitas salir de eso... tendrás nuestro respaldo. Solo dilo.

Sofía sintió cómo se le apretaba el pecho.

-Gracias... -susurró-. Solo necesito eso. Que me crean, que me esperen. Todo saldrá bien. Confío en mí.

-Y nosotros en ti -añadió Alicia con un suspiro tembloroso-. Aunque no entienda nada de esto... te amamos.

La llamada terminó. Sofía se dejó caer sobre la cama con el móvil aún en la mano. Una lágrima solitaria le recorrió la mejilla, pero no era de tristeza. Era alivio.

Había cruzado el primer umbral.

Fue entonces cuando el timbre del departamento sonó, cortando el momento como una cuchilla.

Sofía abrió la puerta con una sensación de presentimiento clavada en el estómago.

Un hombre alto, vestido de negro, con gafas oscuras y expresión inescrutable, se plantó ante ella. Llevaba un auricular discreto en la oreja y hablaba como si cada palabra fuera una orden.

-Señorita Sofía Morgan. Vengo de parte del señor Naven Fort. Se me ha ordenado escoltarla hasta el Hotel en donde el Señor Naven Fort la esta esperando, para posteriormente dirigirse al Registro Civil.

No hubo preguntas. No hubo explicaciones varias, solo la información justa y necesaria.

Sofia respiro profundamente. Tomó una hoja de papel, escribió una nota rápida con letra temblorosa, y se la tendió al lado a Catalina.

"Voy al Registro Civil. No te preocupes. Me comunicaré contigo apenas pueda. Gracias por estar."

Y Sofía, sin mirar atrás, caminó junto al guardaespaldas hasta el auto negro estacionado frente al edificio.

Era el principio del fin de su antigua vida.

Una boda sin flores, sin música, sin familia.

Solo un contrato, dos nombres, y un destino marcado por el apellido Fort. Aquel era el pensamientos mientras avanzaban .

El silencio de la suite presidencial era abrumador. Cada rincón estaba decorado con detalles sobrios y costosos: mármol oscuro, acabados dorados, obras de arte modernas colgando de las paredes. Pero Sofía no veía nada. Estaba sentada en el sofá junto a la ventana, con las piernas juntas y las manos entrelazadas sobre sus rodillas. El reloj marcaba más de dos horas desde que había llegado.

Le habían dicho que esperara allí, que el señor Fort vendría en cualquier momento.

¿"Señor Fort"... o Naven?

Suspiró.

Miró la puerta varias veces, nerviosa. La suite era tan silenciosa que el zumbido del aire acondicionado le parecía atronador. Se levantó, caminó de un lado a otro. Se detuvo frente al espejo del tocador, acomodó su cabello, respiró hondo. Luego volvió al sofá y se obligó a mantenerse sentada.

Las manecillas del reloj avanzaron con cruel lentitud hasta que, finalmente, el picaporte giró.

Click.

La puerta se abrió con suavidad, pero para Sofía fue como un trueno.

Naven entró con paso firme, impecable en un traje gris grafito sin corbata, con el primer botón de la camisa desabrochado. No llevaba abrigo, pero traía consigo el frío del amanecer madrileña. Cerró la puerta detrás de sí sin apurarse.

Sofía se puso de pie de inmediato.

-Buenos dias-musitó, su voz apenas más alta que un susurro.

Naven no respondió. Caminó directamente hacia la mesa del bar, se sirvió un trago de whisky sin hielo y bebió sin mirarla. Luego, sin volverse aún, habló con esa voz profunda y distante que tanto la descolocaba.

-¿Sabes lo que implica este contrato? ¿Sabes que vamos a hacer este día?

Sofía lo observó, algo confundida.

-Supongo... que vivir juntos. Presentarnos como pareja frente a los medios. Ser... esposos en apariencia -respondió con cierta vacilación.

Naven giró entonces, y su mirada se clavó en la de ella como un puñal. No había ira en sus ojos, ni dureza. Solo una frialdad absoluta. Una pared infranqueable.

-Esto no es un juego, Sofía. No es una actuación. No es una novela romántica. Aquí, cada palabra firmada será ley.

Ella asintió lentamente.

-Estoy consciente.

Él dejó el vaso sobre la mesa con un gesto elegante y se acercó, sacando de su chaqueta una carpeta negra. La abrió frente a ella y colocó varios documentos sobre la mesa central. Sofía tragó saliva.

-Aquí están las cláusulas -dijo Naven-. Revisión médica incluida. Sin relaciones íntimas obligatorias. Sin acceso a mis finanzas personales, salvo lo estipulado. No puedes abandonar la ciudad sin autorización. No puedes exponer nuestra relación a terceros. Y no puedes quedar embarazada.

El último punto hizo que Sofía parpadeara.

-¿Eso... está aquí? -preguntó, incrédula.

-Todo lo está -afirmó Naven-. Si incumples alguna de las condiciones, el contrato se anula y deberás pagar una penalización.

-¿Qué tipo de penalización?

-Un millón de euros.

Sofía tragó saliva.

-¿Y qué ocurre si tú rompes el contrato?

-No lo romperé -dijo él, sin vacilar.

Era como si el mundo no le ofreciera otra posibilidad.

Ella bajó la mirada a los documentos. Las hojas estaban perfectamente impresas, con detalles precisos. Su nombre ya estaba escrito en algunas partes, solo faltaba su firma y algunos datos personales.

-Necesito escribir mis datos -dijo con voz suave.

Naven sacó una estilográfica de su bolsillo y se la ofreció. Ella la tomó con delicadeza. Al escribir su nombre, su pulso tembló ligeramente.

Sofía Morgan.

El silencio volvió a caer. Naven no reaccionó al principio. Pero cuando la estilográfica regresó a su mano y sus ojos se posaron sobre el nombre completo, algo en su expresión cambió.

Solo por un instante.

Morgan. ¿Pertenecía a alguna Dinastía Morgan importante? Solo ahora que volvía a escuchar su apellido prestó atención más de lo debido.

Repitió mentalmente ese apellido. Lo conocía. Todo el mundo en los altos círculos empresariales lo conocía. Pero no se lo esperaba allí, en ese contexto, en esa mujer que parecía tan fuera de lugar en su mundo.

-¿Morgan? -preguntó con tono seco, sin alterar su postura-. ¿Quienes son tus padres, tus familiares?

            
            

COPYRIGHT(©) 2022