Me acerqué, movida por mi instinto de enfermera y por una compasión que me costaría la vida.
Cuando abrió los ojos, unos ojos oscuros y profundos que parecían contener galaxias enteras, me quedé sin aliento.
Estaba confundido, asustado. No recordaba nada.
Me dejé seducir por su belleza y su aparente vulnerabilidad. Lo llevé a mi casa, limpié sus heridas, le di de comer y le ofrecí mi sofá.
Los siguientes meses fueron los más felices de mi vida.
O eso creía yo.
Cocinábamos juntos, veíamos películas hasta tarde, paseábamos por el parque. Me enamoré perdidamente de él, de su sonrisa torcida, de la forma en que me miraba como si yo fuera la única persona en el mundo.
Le di todo de mí, mi tiempo, mi afecto, mi escaso sueldo.
Hasta que un día, la realidad me golpeó en la cara.
Una caravana de camionetas negras y blindadas se detuvo frente a nuestro modesto edificio. Hombres con trajes negros y armas ocultas bajaron y formaron una fila.
Ricardo, que había salido a comprar el pan, se quedó paralizado en medio de la calle.
Un hombre mayor, con un aire de autoridad implacable, se acercó a él. Era Jorge, su secretario.
"Patrón, es hora de volver a casa."
Ricardo me miró, y en ese instante, su rostro cambió. La confusión desapareció, reemplazada por una frialdad y una arrogancia que nunca había visto.
Era otro hombre. Era Ricardo "El Patrón" Morales.
Me quedé en la puerta, temblando, mientras él caminaba hacia las camionetas. Antes de subir, se volvió hacia mí.
Jorge se me acercó y me tendió un cheque.
"El Patrón le agradece sus cuidados. Son cinco millones de pesos."
Miré el papel, luego a Ricardo. Mi corazón estaba hecho pedazos.
"No quiero tu dinero" , susurré, con lágrimas corriendo por mis mejillas. "Yo te amo."
Rompí el cheque en mil pedazos y los arrojé al aire.
Ricardo me miró con un desprecio que me quemó el alma. Soltó una carcajada y subió a la camioneta sin decir una palabra más.
Ese fue el principio del fin.
Desesperada y humillada, intenté buscarlo. Fui a los periódicos, a la televisión. Quería contar mi historia, exponer al hombre que me había engañado.
Fue el peor error de mi vida.
Al día siguiente, mi cara estaba en todos los tabloides. "Enfermera Interesada Intenta Chantajear a Millonario" . Fotos mías sacadas de mis redes sociales, manipuladas para hacerme parecer una cazafortunas. Mi reputación quedó destruida. Me despidieron del hospital. Mis amigos me dieron la espalda.
Creí que lo había perdido todo, pero Ricardo aún no había terminado conmigo.
Una noche, sus hombres derribaron la puerta de mi apartamento. Me sacaron a la fuerza y me llevaron a una mansión gigantesca en Jalisco.
Allí, Ricardo me esperaba.
"Ya que tanto querías ser mi mujer, te concederé el deseo" , dijo, con una sonrisa cruel. "Nos casaremos."
La boda fue una farsa, una humillación pública. Me obligó a usar un vestido de novia mientras él ni siquiera se presentó en el altar. Firmamos los papeles en su despacho, con sus abogados como testigos.
El matrimonio fue un infierno.
Me encerró en esa jaula de oro. Me ignoraba durante semanas, y cuando aparecía, era para recordarme lo insignificante que era. Me obligaba a asistir a sus fiestas, a sonreír y a fingir que era la esposa feliz, mientras él se acostaba con otras mujeres delante de mí.
Su amante favorita era Isabella, una modelo famosa y despiadada que disfrutaba torturándome.
"¿De verdad creíste que un hombre como Ricardo se fijaría en alguien como tú?" , me decía, mientras se probaba las joyas que él le regalaba. "No eres más que un chiste, un capricho que ya se le pasó."
Me hundí en una depresión profunda. Lloraba día y noche, pero a nadie le importaba.
Intenté escapar varias veces, pero sus guardias siempre me encontraban y me traían de vuelta. El castigo era siempre el mismo: más aislamiento, más crueldad psicológica.
Hasta que no pude más.
La última vez que lo vi, le supliqué que me dejara ir.
"Por favor, Ricardo, déjame ir. Te juro que desapareceré, no volverás a saber de mí."
Él me miró desde su sillón de cuero, con un vaso de tequila en la mano.
"Tú quisiste esto, Sofía. Disfruta de tu vida de lujos."
Esa noche, subí a la azotea de la mansión. El cielo de Jalisco estaba lleno de estrellas. Por un momento, recordé al chico amnésico que cocinaba conmigo en mi pequeño apartamento.
Y luego salté.
Mi último pensamiento fue de arrepentimiento. No por morir, sino por haber sido tan tonta. Por haber elegido el amor en lugar de los cinco millones de pesos.
Y entonces, desperté.
En mi cama, en mi apartamento, un año antes de que todo comenzara.
Con una segunda oportunidad.
Y esta vez, no cometería el mismo error. Esta vez, el objetivo era claro.
El dinero.