Mi bebé, su traición
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Capítulo 3

La gala estaba en pleno apogeo. La música llenaba el aire y el champán fluía sin cesar. Yo me movía entre los invitados, una sonrisa falsa pegada a mi rostro. De repente, una voz chillona cortó el murmullo de las conversaciones.

"¡Vaya, vaya! Miren quién está aquí. La famosa Sofía Rojas" .

Era la madre de Mateo, una mujer que siempre me había despreciado. Estaba de pie junto a Carolina, y ambas me miraban con veneno en los ojos.

"No puedo creer que tengas la cara para mostrarte en público después de... bueno, ya sabes" , continuó la mujer, lo suficientemente alto como para que todos a nuestro alrededor se callaran y nos miraran.

Sentí cómo todas las miradas se clavaban en mí. El calor subió a mis mejillas. La humillación era asfixiante.

"Señora, por favor, este no es el momento ni el lugar" , dije en voz baja.

Carolina dio un paso al frente, con una falsa expresión de preocupación.

"Ella solo está diciendo lo que todos piensan, Sofía. Ha sido muy valiente de tu parte venir, considerando el... video" .

La palabra flotó en el aire, cargada de malicia. El recuerdo de la bodega, de las cámaras, de la violencia, me golpeó con la fuerza de un tren. Mi respiración se aceleró. El ruido de la fiesta se desvaneció, reemplazado por un zumbido en mis oídos.

"¿Qué video?" , preguntó alguien entre la multitud.

Como si fuera una señal, Carolina sacó su teléfono. "Oh, ¿no lo han visto? Es bastante... educativo" .

La pantalla de su celular se iluminó, y aunque no podía ver las imágenes, los jadeos y murmullos de la gente a mi alrededor me dijeron todo lo que necesitaba saber. Estaban viendo mi peor pesadilla, mi momento más vulnerable, convertido en entretenimiento de fiesta.

"¡Apaga eso!" , grité, mi voz rota.

Intenté arrebatarle el teléfono, pero la madre de Mateo me empujó. Perdí el equilibrio y caí al suelo. El champán de una copa cercana se derramó sobre mi vestido, manchando la tela blanca. La risa de Carolina resonó en mis oídos.

"¡Ten más cuidado, Sofía! Estás haciendo una escena" .

Me quedé en el suelo, paralizada por la vergüenza y el dolor. Las lágrimas corrían por mis mejillas sin control. Era una repetición de la misma humillación, del mismo linchamiento público, pero esta vez orquestado por mi "mejor amiga" .

Y entonces, como siempre, apareció Ricardo.

"¿Qué está pasando aquí? ¡Suelten a mi esposa!" , gritó, abriéndose paso entre la multitud.

Me ayudó a levantarme, su rostro una máscara de furia protectora. Se enfrentó a la madre de Mateo y a Carolina.

"¡Largo de mi casa! ¡Ahora! ¡No permitiré que la traten así!" .

Las expulsó de la fiesta con una actuación impecable de esposo herido y furioso. Luego me rodeó con sus brazos, me apartó de las miradas curiosas y me llevó adentro.

"Tranquila, mi amor, ya pasó. Estoy aquí" .

Pero esta vez, su "rescate" no me produjo ningún alivio. Solo una profunda y helada claridad. Vi el patrón, el ciclo enfermo que él había creado. Él permitía que el mundo me atacara, me humillara, me rompiera, solo para poder aparecer él como el salvador, el héroe, reforzando mi dependencia, mi gratitud, mi amor por él. Él me hería para luego poder curarme. Era el pirómano y el bombero, todo en uno.

La comprensión me golpeó con tal fuerza que me quedé sin aire. Miré su rostro, el rostro del hombre que había planeado cada segundo de mi sufrimiento, y sentí una oleada de náuseas. Todo mi cuerpo protestaba contra su cercanía, contra su mentira.

"Sofía, mírame. Estás a salvo" .

Pero no lo estaba. Estaba en la jaula del monstruo. La tensión, el dolor, la traición... todo fue demasiado. Mis piernas cedieron, mi visión se volvió borrosa y una oscuridad bienvenida me envolvió. Lo último que escuché fue su voz, gritando mi nombre con falsa desesperación.

            
            

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