Lujuria Encubierta - Parte I
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Capítulo 4 4

-Siento que estoy aquí para un proyecto de paisajismo, y eso es lo único que debería importar.

-¿De verdad? -Sus ojos brillaron con diversión. -Una mujer tan talentosa como usted, ¿se conforma con solo diseñar jardines? Creí que buscaba desafíos.

-Y este proyecto es un desafío. Enorme.

-Lo es. Pero la vida, Trina, es mucho más que planos y plantas. Es pasión. Es riesgo. Es... vivir.

La palabra "vivir" la golpeó. ¿Estaba ella realmente viviendo? O simplemente existiendo, refugiada en la seguridad de su trabajo.

-No mezclo los negocios con... asuntos personales -dijo Trina, con más convicción de la que sentía.

-Una lástima. Porque creo que podríamos hacer cosas extraordinarias juntos. Tanto en los jardines como fuera de ellos.

El silencio se instaló entre ellos, cargado de la tensión no resuelta. Trina sintió el peso de su mirada, la presión de su propuesta. Era una oferta que prometía un nivel de intensidad que la asustaba y la excitaba a partes iguales.

Finalmente, Alejandro rompió el silencio. -Dejemos eso a un lado por un momento. Hablemos del contrato.

Trina suspiró aliviada, aunque una parte de ella se sintió extrañamente decepcionada. Volver a la seguridad de los negocios era un respiro.

-El bufete de abogados me envió una copia preliminar -dijo Trina, abriendo su maletín y sacando unos folios. -Hay algunas cláusulas que me gustaría discutir. Especialmente la de confidencialidad. Es muy estricta.

-Lo es. Y es innegociable. Este proyecto es de suma importancia para mí, y mi privacidad es primordial. No quiero que se filtre nada, ni sobre la finca, ni sobre... mis asuntos.

Su mirada se detuvo en ella cuando dijo "mis asuntos", y Trina entendió que no solo hablaba del diseño del jardín.

-Entiendo la necesidad de discreción, pero la cláusula actual me impide incluso hablar con mi propio equipo sin su consentimiento expreso. Eso dificultaría la logística.

-Su equipo solo tendrá acceso a las áreas que usted designe, bajo supervisión. Y usted será la única persona con acceso ilimitado a la propiedad. Por eso la he elegido a usted, Trina. Por su reputación, sí, pero también por su discreción. Y por algo más.

Ese "algo más" flotó en el aire, una referencia velada a la atracción que era tan palpable entre ellos.

Discutieron los términos del contrato durante una hora. Alejandro era un negociador implacable, pero justo. Cedió en pequeños detalles, pero se mantuvo firme en los puntos clave: el plazo ambicioso, el presupuesto generoso y, sobre todo, la confidencialidad absoluta. Trina, a pesar de la tensión subyacente, no pudo evitar admirar su inteligencia y su agudeza. Era un hombre que sabía lo que quería y cómo conseguirlo.

Cuando terminaron, el contrato estaba casi listo para ser firmado. Trina se sentía agotada, pero también extrañamente energizada.

-Entonces, ¿aceptará el proyecto, Trina? -preguntó Alejandro, su voz más suave ahora, con un tono que invitaba a la complicidad.

Trina dudó. El proyecto era un sueño para cualquier arquitecto paisajista. La finca era una joya, un lienzo en blanco. Pero la cláusula no escrita, la propuesta indecente, la mantenía en vilo.

-El proyecto es fascinante, Alejandro. Pero su... su otra propuesta...

Él se acercó a ella de nuevo, esta vez sin tocarla, pero su cercanía era una invasión en sí misma. -No tiene que aceptarla. El proyecto es suyo de todos modos. Pero si lo hace, Trina, le prometo que será una experiencia que jamás olvidará. Una que despertará cosas en usted que ni siquiera sabe que existen.

Su mirada se posó en sus labios, luego subió a sus ojos, y Trina sintió un calor intenso en su vientre. La tentación era un veneno dulce, una promesa de una vida más allá de la monotonía.

-Piénselo -repitió él. -Pero no tarde demasiado. La vida es corta, Trina. Y las oportunidades como esta, aún más.

Trina recogió sus cosas, su mente en un torbellino. Se despidió de Alejandro con un apretón de manos que fue más firme de lo que esperaba, un intento de reafirmar su control. Él le sonrió, esa media sonrisa que la perseguiría.

El chófer la esperaba para llevarla de regreso a Madrid. El viaje de vuelta fue diferente. Trina no miraba el paisaje, sino que se perdía en sus propios pensamientos. La imagen de Alejandro se había grabado a fuego en su mente: su mirada, su voz, la audacia de su propuesta.

Al llegar a su estudio, Laura la esperaba ansiosa. -¿Y bien, Trina? ¿Qué tal? ¿Quién es el misterioso cliente?

Trina se dejó caer en su silla, exhausta. -Es Alejandro. Y el proyecto es... monumental.

-¿Y lo vas a aceptar? ¿Por qué tanto misterio?

Trina miró por la ventana, hacia el cielo azul de Madrid. No podía contarle a Laura la verdad. No todavía.

-Sí, Laura. Lo voy a aceptar. Y el misterio... es parte del encanto.

Laura la miró con una ceja arqueada, notando algo diferente en su jefa. -Pareces... diferente.

-Lo estoy -admitió Trina, una sonrisa irónica en sus labios. -Creo que acabo de aceptar el proyecto más desafiante de mi vida. En todos los sentidos.

Esa noche, Trina no pudo dormir. La propuesta de Alejandro se repetía en su mente, una y otra vez. Sin ataduras. Sin preguntas. Solo placer. Era una oferta peligrosa, una que ponía en riesgo su profesionalismo, su reputación, su propia estabilidad emocional. Pero también era una promesa de algo que su vida había carecido durante demasiado tiempo: una pasión desbordante, una aventura sin límites.

Recordó la monotonía de sus días, la frialdad de su cama, la ausencia de un fuego que la consumiera. Alejandro era ese fuego. Era el riesgo. Era la oportunidad de sentir, de verdad.

A la mañana siguiente, antes de que el sol saliera por completo, Trina tomó una decisión. No era una decisión fácil, ni racional. Era una decisión visceral, impulsada por un anhelo profundo que había permanecido dormido durante demasiado tiempo.

Marcó el número del bufete de abogados.

-Buenos días. Soy Trina. Me gustaría confirmar que acepto el proyecto del señor Alejandro. Y sí, estoy de acuerdo con todas las cláusulas.

Colgó el teléfono, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Había cruzado una línea. Había aceptado el desafío. Y ahora, el juego de Alejandro estaba a punto de comenzar. Y ella, para su propia sorpresa, estaba ansiosa por jugarlo.

            
            

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