A la mañana siguiente, el primer misil impactó. Un conocido portal de noticias de espectáculos, famoso por su agresividad, lanzó la exclusiva: "BOMBA: ¡La chef del momento, Elena, es una mujer casada! Engaña a su esposo con su nuevo protegido, Ricardo". El artículo principal incluía una copia escaneada y nítida de nuestra acta de matrimonio.
El teléfono de la asistente de Elena, una joven llamada Sofía, empezó a sonar como una alarma de incendios y no se detuvo. Miró la pantalla de su computadora, con los ojos abiertos como platos. "No puede ser, no puede ser", murmuraba, mientras las llamadas de periodistas, patrocinadores y ejecutivos de la cadena de televisión inundaban las líneas.
En la sala de juntas de "Gourmet Media", el conglomerado que manejaba la carrera de Elena, el pánico era palpable. El director, un hombre corpulento llamado Sr. Morales, golpeó la mesa con el puño.
"¡¿Cómo es posible que no supiéramos esto?!", rugió, su rostro rojo de ira. "¿Siete años de matrimonio secreto? ¿Tenemos un equipo de relaciones públicas o una guardería?".
Su jefa de relaciones públicas, una mujer delgada y nerviosa llamada Laura, se encogió en su asiento. "Señor, Elena siempre fue muy... privada. Insistió en manejar su imagen personal ella misma. Nos aseguró que no había... esqueletos en el armario".
"¡Esto no es un esqueleto, es un cementerio entero!", gritó Morales. "¡Toda su marca se basa en ser una mujer soltera, independiente y hecha a sí misma! ¡Ahora parece una adúltera mentirosa! ¡Los patrocinadores de valores familiares nos van a masacrar!".
La discusión se volvió un caos de voces superpuestas, todos tratando de evaluar los daños. ¿Podrían negarlo? Imposible, el acta era real. ¿Podrían decir que ya estaban separados? Tal vez, pero el anuncio del embarazo lo hacía parecer increíblemente sórdido.
"Tenemos que cortar por lo sano", dijo un ejecutivo de finanzas con frialdad. "Congelar todos los pagos de su próximo programa, revisar las cláusulas de moralidad en sus contratos. Si esto se pone peor, tenemos que estar listos para abandonarla".
La crueldad del negocio era brutal y rápida. Elena había pasado de ser su activo más valioso a una carga tóxica en cuestión de horas.
Mientras tanto, en una oficina más pequeña al otro lado de la ciudad, la agencia que representaba a Ricardo también estaba en llamas. Su agente, un hombre llamado David, un tiburón experimentado que había olido el potencial de Ricardo, ahora se mesaba el cabello con desesperación.
"¡Te lo pregunté, Ricardo!", le gritaba a su teléfono. "¿Estás seguro de que no hay nada raro con esta mujer? 'No, es la oportunidad de mi vida', ¡me dijiste! ¡Imbécil!".
Ricardo, al otro lado de la línea, sonaba confundido y arrogante. "Oye, cálmate. No es mi culpa que la loca estuviera casada. Ella me dijo que era complicado".
"¡'Complicado' no es tener un esposo escondido mientras anuncias un bebé en televisión nacional!", David casi escupió las palabras. "¡Pareces un rompehogares, un oportunista! ¡Acabas de destruir tu imagen de 'chico bueno'!".
La conversación en la agencia de Ricardo tomó un giro diferente a la de Gourmet Media. Eran más pequeños, más ágiles. No tenían tanto que perder.
"Escucha", dijo David, su cerebro ya trabajando en el control de daños. "Hay una manera de salir de esto. Solo una. Tienes que ser la víctima".
"¿La víctima?", repitió Ricardo, sin entender.
"Sí. Ella te engañó. Ella te sedujo. Ella te usó para darle celos a su esposo. Eres un joven chef talentoso que cayó en las redes de una mujer manipuladora y mayor que tú. ¿Entiendes?".
Hubo un silencio en la línea mientras Ricardo procesaba la traición que se le estaba proponiendo.
"¿Y qué pasa con el bebé?", preguntó.
"El bebé es la prueba de su manipulación", dijo David con una frialdad escalofriante. "Te atrapó. Pero tú, por honor, te ibas a hacer cargo. Eres el héroe trágico en esta historia, no el villano".
Mientras ellos planeaban cómo apuñalar a Elena por la espalda, la tormenta mediática apenas comenzaba. Los titulares iniciales eran solo la punta del iceberg. Mi contacto periodista me llamó.
"Miguel, esto es oro puro", me dijo, su voz vibrando de emoción. "Pero la gente quiere más. El acta de matrimonio es el gancho, pero necesito la historia. Necesito el dolor. ¿Qué te hizo esta mujer?".
Le dije que esperara. Que la segunda parte de la historia llegaría pronto. Que el mundo aún no había visto nada.
Colgué el teléfono y miré por la ventana de mi habitación de hotel en Oaxaca. El sol brillaba, las calles estaban llenas de color y vida. Estaba a un mundo de distancia del lodo y la suciedad que había dejado atrás.
Y sabía que lo peor para ellos aún no había llegado.
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