La Libertad: Mejor Recompensa
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Capítulo 1

El aire del aeropuerto se sentía pesado, cargado con el perfume barato de las tiendas libres de impuestos y la ansiedad de las despedidas, pero esa tarde, para Elena Rojas, olía a traición.

Diego Vargas bajó del avión como si descendiera del Olimpo, con sus lentes de sol de diseñador y esa sonrisa que antes le pertenecía solo a ella, ahora, esa sonrisa era para la mujer que colgaba de su brazo.

Sofía del Castillo, la actriz "revelación" del momento, una chica cuya juventud era casi un insulto, caminaba a su lado con una seguridad que no se había ganado.

Los flashes de las cámaras estallaron, los reporteros se arremolinaron como moscas sobre la miel, gritando preguntas que a Elena le sonaban como un eco lejano.

"¡Diego! ¡Unas palabras sobre el premio!"

"¡Sofía! ¿Es cierto que serás la nueva protagonista?"

Diego levantó una mano, pidiendo silencio con la autoridad de un rey, su voz resonó en el terminal.

"Gracias a todos por venir, sí, hemos traído un premio para México, pero el verdadero premio lo traje a mi lado."

Miró a Sofía con una devoción que Elena no había visto en años, una devoción que le revolvió el estómago.

"Les presento a Sofía del Castillo, mi futura esposa y la estrella de mi próxima gran película."

El mundo de Elena se detuvo por un segundo, el ruido se desvaneció, solo quedó el zumbido de esas dos palabras: futura esposa.

Años de trabajo, de construir una productora desde cero, de apoyarlo en cada fracaso y celebrar cada victoria, todo se reducía a ese momento, a ser reemplazada por una cara nueva y un cuerpo joven.

Elena, parada a unos metros de distancia, mantuvo la compostura, su rostro era una máscara de profesionalismo, asintió con una dignidad que le costó cada fibra de su ser, mientras sentía cómo los cimientos de su vida se agrietaban.

El equipo de producción, su equipo, compuesto casi en su totalidad por mujeres que ella misma había reclutado, formado y empoderado, no fue tan discreto.

Carmen "La Curiosa" García, la genio del vestuario, apretó los puños hasta que sus nudillos se pusieron blancos.

Luisa "La Lince" Hernández, la jefa de fotografía cuyo ojo clínico captaba la verdad que las palabras escondían, bajó la cámara y miró a Diego con un desprecio helado.

Rosa "La Rebelde" Pérez, la guionista con la pluma más afilada de la industria, simplemente negó con la cabeza, una mueca de asco en sus labios.

Ellas eran su verdadera familia, y su indignación era un bálsamo para la herida abierta de Elena.

Más tarde, en la primera junta de pre-producción, la tensión se podía cortar con un cuchillo.

Sofía llegó tarde, con un café carísimo en la mano y una actitud de superioridad que llenó la sala.

"Bueno, estuve revisando el guion de Rosa," dijo, dejando caer el libreto sobre la mesa con desdén, "y creo que necesita una visión más... global, ¿saben? Algo más moderno, he estado en festivales internacionales, sé lo que busca el mercado ahora."

Se dirigió a Carmen.

"Y el vestuario, querida, es un poco... localista, necesitamos algo con más clase, más europeo."

Luego se giró hacia Luisa.

"Tu fotografía es buena, muy técnica, pero le falta alma, le falta esa crudeza que solo se aprende en las grandes capitales del arte."

Cada palabra era un ataque directo, un intento de desmantelar el trabajo y la reputación de mujeres que llevaban años demostrando su valía, Sofía no estaba criticando, estaba marcando territorio, intentando humillarlas para establecer su propia autoridad inexistente.

Elena escuchaba en silencio, observando, analizando.

No veía a una artista, veía a una niña asustada, recitando líneas que probablemente Diego le había enseñado, usando palabras como "global" y "moderno" como escudos para ocultar su propia inseguridad y su falta de conocimiento real.

Sofía era un producto, uno muy bien empaquetado, pero hueco por dentro.

Mientras Sofía seguía con su monólogo sobre su "visión artística", Elena sintió una punzada de duda, no sobre su equipo, sino sobre Sofía.

Había algo en su historia que no cuadraba, afirmaba haber estudiado en las mejores escuelas de Nueva York y Londres, pero su conocimiento técnico era superficial, sus referencias culturales eran clichés sacados de revistas.

¿Quién era realmente Sofía del Castillo?

La pregunta quedó flotando en el aire de la sala, una pregunta que Elena se prometió a sí misma responder.

Esto ya no era solo una traición personal, se estaba convirtiendo en una batalla profesional, y Elena, "La Leona", nunca había rehuido una pelea.

            
            

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