Elena respondía a todos con la misma calma y cortesía, agradeciendo la preocupación, pero sin dar detalles.
Esa noche, su verdadero círculo de confianza se reunió en su departamento, el lugar que antes compartía con Diego y que ahora se sentía extrañamente vacío y grande.
Carmen llegó con una botella de tequila del bueno, Luisa trajo quesadillas caseras y Rosa una pila de películas clásicas.
No era una fiesta de lástima, era un consejo de guerra.
"Ese infeliz," dijo Carmen mientras servía el tequila, "después de todo lo que hiciste por él, de cómo lo levantaste cuando nadie creía en sus proyectos locos."
"Y la otra," añadió Luisa, mordiendo una quesadilla con furia, "esa niña insolente, hablando de 'visión global' como si nosotras hubiéramos aprendido a hacer cine ayer, no tiene idea de lo que es la 'chamba' de verdad."
Rosa, siempre la más directa, miró a Elena a los ojos.
"Estamos contigo, jefa, hasta el final, solo dinos qué hacer, si quieres que le reescriba el guion para que su personaje sea mudo, lo hago."
Una pequeña sonrisa se dibujó en el rostro de Elena por primera vez en todo el día.
Sintió una ola de calor en el pecho, un calor que no venía del tequila, era la lealtad, la sororidad, el saber que no estaba sola.
Levantó su caballito.
"Tranquilas," dijo, su voz firme, "no se preocupen por mí, y mucho menos por ellos."
Bebió el tequila de un trago, sintiendo cómo el fuego le recorría la garganta.
"Diego está ciego, cegado por la novedad y por su propio ego, y Sofía... Sofía es un fraude."
Carmen, Luisa y Rosa la miraron, sorprendidas.
"¿Un fraude?", preguntó Carmen.
"Sí," confirmó Elena, "toda su historia, sus estudios en el extranjero, su experiencia... es mentira, he estado haciendo algunas llamadas."
Dejó que la información se asentara.
"No vamos a pelear en su terreno, no vamos a caer en provocaciones, vamos a dejar que ellos mismos se destruyan, y mientras tanto, nosotras vamos a trabajar."
La mañana siguiente, el plan silencioso comenzó a ejecutarse.
Sofía llegó al set con aires de directora, intentando dar órdenes sobre la disposición de las luces.
"No, no, así no," dijo con impaciencia a un técnico, "quiero una luz más... cinematográfica."
El técnico, un hombre curtido con veinte años en el oficio, la miró sin entender.
"¿Señorita, me puede decir si quiere un fresnel, un kino flo, un HMI? ¿Qué temperatura de color busca? ¿Quiere difusión o un haz directo?"
Sofía se quedó en blanco, su vocabulario "global" no incluía términos técnicos reales.
Se sonrojó y balbuceó algo sobre "sentimiento" y "emoción", el técnico simplemente se encogió de hombros y miró a Luisa, quien con un gesto sutil de la cabeza le indicó exactamente qué hacer.
El resto del equipo siguió el ejemplo, cada vez que Sofía intentaba imponer su autoridad, se encontraba con un muro de profesionalismo y preguntas técnicas que no podía responder.
Le pedían especificaciones que desconocía, le hablaban en la jerga del set que nunca había aprendido, la ignoraban cortésmente, volviendo siempre a los líderes de departamento que Elena había formado, a Carmen para el vestuario, a Luisa para la fotografía, a Rosa para cualquier duda sobre el guion.
Sofía se sentía como una extraña en su propia película, su poder era una ilusión, y la frustración comenzaba a hervir debajo de su fachada de superioridad.
Esa tarde, en el santuario del departamento de Elena, el equipo se reunió de nuevo.
La atmósfera era diferente, había una chispa de emoción en el aire.
"Funcionó," dijo Luisa con una sonrisa maliciosa, "la dejamos hablando sola todo el día, creo que en un momento estuvo a punto de llorar."
"Y mi primo el abogado ya tiene algo," anunció Rosa, sacando unos papeles de su mochila, "los contratos de la productora, Elena, los redactaste de una manera brillante, cada inversión, cada activo, cada pieza de equipo que se compró con el dinero que tú conseguiste... legalmente, está a tu nombre."
Carmen añadió, "Y mi contacto en la agencia de talentos me confirmó lo de Sofía, nunca estudió en Nueva York, la expulsaron de una escuela de actuación de medio pelo en Los Ángeles por plagio, su nombre real ni siquiera es Sofía del Castillo."
La revelación cayó en la habitación como una bomba.
Elena asintió lentamente, las piezas del rompecabezas encajaban.
No solo estaban lidiando con una traidora y una arribista, estaban lidiando con una mentirosa profesional.
"Bien," dijo Elena, su voz tranquila pero cortante como el acero, "entonces, el juego ha cambiado, es hora de que empecemos a trabajar en nuestro propio proyecto."
Sacó un guion de un cajón, uno que había estado guardando para el momento adecuado.
"Se llama 'La Jaula de Oro'," dijo, "y es la historia de una mujer que lo pierde todo, solo para descubrir que la libertad era su verdadero premio."
Las tres mujeres la miraron, sus ojos brillando de emoción y determinación.
La rebelión había comenzado.