El cálculo de un desamor
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Capítulo 1

Llegué a la casa de Mateo cinco minutos antes de la hora acordada, como siempre. La casa, pegada a la popular cafetería de sus padres, "El Rincón de Elena" , olía a café recién molido y a pan dulce. Era un olor familiar, el aroma de mi infancia y de la mayoría de mis tardes de preparatoria.

Subí directamente a su cuarto, como me había indicado su mamá, Doña Elena, desde la barra de la cafetería con un gesto amable.

"Pásale, mija. Mateo ya te está esperando arriba."

Pero Mateo no me estaba esperando. O al menos, no para la clase de cálculo.

Justo antes de tocar la puerta de su habitación, escuché un ruido. Un sonido suave, un clic, seguido de una risita ahogada que definitivamente no era la de Mateo. Me detuve con la mano en el aire. No era mi asunto, pero la curiosidad me ganó. Pegué la oreja a la madera fría de la puerta.

Se escuchaban susurros. La voz de Mateo, baja y nerviosa, y la de una chica, melosa y juguetona.

Ignoré los comentarios que aparecían en mi mente, una especie de sistema de notificaciones no solicitado que últimamente me narraba la vida. Me concentré en los sonidos. No necesitaba ser un genio para saber lo que estaba pasando. Era obvio. Mateo, mi vecino y amigo de la infancia, a quien le daba clases particulares para que no reprobara el año, tenía una chica en su cuarto.

Mi primer pensamiento no fue de celos ni de traición. Fue de fastidio. Teníamos un examen importante el lunes y cada minuto de tutoría contaba. Y yo cobraba por hora.

Me crucé de brazos y esperé. No iba a interrumpir. Tampoco iba a irme. Él me pagaba por mi tiempo, y mi tiempo ya había comenzado a correr.

Finalmente, después de unos diez minutos que se sintieron eternos, la puerta se abrió de golpe. Mateo salió, con el pelo revuelto y la cara roja. Detrás de él, asomándose tímidamente, estaba Valentina. La nueva, la alumna de intercambio de la que todos hablaban. Popular, bonita y, evidentemente, la dueña de la risita que había escuchado.

Mateo se congeló al verme. Su expresión pasó del pánico a la culpa en un segundo.

"¡Sofía! ¿Qué... qué haces aquí?"

Valentina lo miró, luego a mí, y una pequeña sonrisa de triunfo se dibujó en sus labios.

"Hola" , dijo con una voz dulce, como si no acabara de salir de una situación comprometedora.

La miré sin expresión. Luego devolví la vista a Mateo, que seguía sin saber qué decir.

"Hola, Mateo" , respondí con calma. Revisé el reloj en mi muñeca. "Llevamos quince minutos de retraso para la clase de cálculo. El tiempo sigue corriendo, ¿sabes?"

Mateo parpadeó, confundido. Valentina frunció el ceño, claramente decepcionada por mi falta de drama. Esperaban lágrimas, gritos, una escena. No les di el gusto.

"¿Cálculo?" , repitió Mateo, como si la palabra fuera de un idioma extranjero.

"Sí. El examen es en tres días y todavía no entiendes las derivadas. A menos que quieras que le explique a tu mamá en qué estabas usando tu tiempo de estudio."

El color abandonó la cara de Mateo. Valentina lo fulminó con la mirada, molesta por mi pragmatismo.

Yo no era fría. Era práctica. Mi beca dependía de mis calificaciones, y mi dinero extra dependía de las horas que le daba a Mateo. El romance adolescente no pagaba la universidad.

            
            

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