La fiesta continuó sin mí.
Mateo notó mi ausencia después de una hora.
Al principio, solo sintió molestia.
Sofía siempre hacía estas cosas, se ponía sentimental y arruinaba el ambiente.
Pensó que estaría en la terraza, sintiendo lástima de sí misma.
"Iré a buscarla," le dijo a su socio, con una expresión de fastidio.
Pero no la encontró en la terraza.
Tampoco en el baño de damas.
Una pequeña inquietud comenzó a crecer en su interior, una que rápidamente aplastó con su arrogancia habitual.
Llamó a su asistente, un joven llamado Javier.
"¿Has visto a Sofía?"
Javier parecía nervioso.
"Señor Rivas... la señora Sofía se fue hace más de una hora. Tomó un taxi."
La cara de Mateo se endureció.
¿Se había ido? ¿Sin su permiso?
La rabia le subió por el cuello, caliente y rápida.
La humillación pública de que su mujer lo abandonara en su propia fiesta era insoportable.
Pero rápidamente recompuso su expresión. No iba a dejar que nadie viera su furia.
"Bien," dijo, con una calma forzada. "Déjala. Ya volverá arrastrándose."
Se giró y vio a Isabella, que lo observaba desde la distancia con una expresión calculadora.
Le hizo una seña para que se acercara.
Ella acudió de inmediato, con esa sonrisa sumisa que él tanto despreciaba y a la vez necesitaba.
"Ven," le dijo, tomándola del brazo con más fuerza de la necesaria. "Baila conmigo."
La llevó a la pista de baile, ignorando las miradas curiosas de los invitados.
Mientras bailaban, él la apretó contra su cuerpo y cerró los ojos.
El perfume de Isabella era diferente, pero si se concentraba lo suficiente, podía imaginar que era ella.
Podía imaginar que era Ana.
"Ana," susurró en su oído, su aliento olía a whisky caro.
Isabella no se inmutó. Estaba acostumbrada.
"Sí, Mateo," respondió ella, siguiendo el juego.
Él sonrió, una sonrisa triste y perdida.
Estaba borracho, no solo de alcohol, sino del recuerdo de un amor que había idealizado hasta convertirlo en una obsesión.
Para él, Isabella no era más que un cuerpo cálido, un recipiente para sus fantasmas.
Y Sofía... Sofía era solo un inconveniente. Una mujer útil para darle un heredero, pero fácilmente reemplazable.
O eso creía él.
La noche terminó con Mateo llevando a Isabella a un hotel.
Mientras ella dormía a su lado, él se quedó despierto, mirando el techo.
Una imagen fugaz de Sofía, con su vestido rojo y su mirada desafiante, cruzó su mente.
La apartó con irritación.
Ya se le pasaría el berrinche.
Todas lo hacían.