El paisaje blanco a su alrededor parecía un reflejo de su mundo interior: vacío y frío. Ya no le importaba si Mateo o sus padres se preocupaban por ella, ya no le importaba si Sofía vivía o moría. Solo quería que todo terminara.
[Recordatorio: le quedan seis días de vida.]
La voz del sistema resonó en su cabeza, tan impersonal como siempre.
[La capacidad de autocuración ha sido retirada. Las lesiones actuales no sanarán.]
Luna bajó la vista hacia sus rodillas, la tela delgada de su vestido pegada a la piel. Podía sentir la hinchazón y el dolor punzante que comenzaba a reemplazar el entumecimiento. Sus rodillas ya estaban amoratadas y probablemente sangrando bajo la tela. Sin los poderes curativos del sistema, cada herida, cada maltrato, dejaría una marca permanente en su cuerpo moribundo.
Más tarde, una sirvienta vino a buscarla, no por preocupación, sino con una orden.
"Señorita, el Regente ordena que vaya a la cocina a prepararle una sopa medicinal a la señorita Sofía."
La arrastraron de vuelta a la casa, sus piernas apenas respondiendo, y la empujaron hacia la cocina. El calor del fuego le provocó un dolor agudo en la piel congelada. Con manos temblorosas, comenzó a preparar la sopa, siguiendo una receta que ella misma había ideado, una que supuestamente fortalecía el cuerpo.
Cuando la cena estuvo lista, la obligaron a servirla. En el comedor, la escena era nauseabundamente familiar. Sofía, envuelta en una manta de piel, se acurrucaba contra Mateo.
"Mateo, me siento débil", se quejó Sofía con voz lánguida. "¿Puedes darme de comer?"
Mateo, sin dudarlo, tomó la cuchara y comenzó a alimentar a Sofía con una ternura que Luna nunca había recibido. Cada cucharada era una tortura, una burla a sus dieciocho años de anhelo.
Sus padres sonreían, complacidos. "Qué bueno que tienes a Mateo para cuidarte, mi niña", dijo su madre.
Entonces, Sofía miró a Luna, sus ojos brillando con una idea cruel.
"Hermanita, he oído que las oraciones escritas con sangre son las más poderosas", dijo, su voz falsamente dulce. "Mateo y yo nos amamos tanto, pero siempre siento que algo falta. ¿Podrías escribir una oración de amor para nosotros con tu sangre? Así los dioses bendecirán nuestra unión para siempre."
Luna se quedó helada. La habitación se quedó en silencio.
Su padre fue el primero en hablar. "Es una excelente idea. Luna, tu sangre siempre ha tenido propiedades especiales, seguro que funcionará."
Él se refería a los elíxires curativos que Luna solía crear con la ayuda del sistema, elixires que, por supuesto, todos creían que eran obra de Sofía.
"Hazlo, Luna", la presionó su madre. "Es lo menos que puedes hacer por tu hermana."
Luna miró a Mateo, buscando una pizca de humanidad en sus ojos. No encontró ninguna. Vio indiferencia, fastidio, como si su presencia fuera una molestia.
Una pregunta desesperada escapó de sus labios. "¿Por qué no te divorcias de mí y te casas con ella? Así podrían estar juntos sin tener que recurrir a estas farsas."
La expresión de Mateo se endureció. "Deja tus celos infantiles. No sabes el daño que tus palabras le hacen a Sofía."
Se acercó a ella y le habló en voz baja, para que solo ella pudiera oír. "Haz lo que te pide y prometo perdonar tu comportamiento de hoy. Sabes que no me gusta cuando te portas mal."
La amenaza era clara.
Dos sirvientes la sujetaron por los brazos mientras un tercero le traía papel, tinta y una pequeña daga afilada. La forzaron a sentarse a la mesa. La mano de su padre se posó sobre la suya, guiando la daga hacia su muñeca.
Luna no luchó, simplemente cerró los ojos. Sintió el frío del metal contra su piel, seguido de un dolor agudo y el calor de la sangre brotando. La obligaron a mojar una pluma en su propia herida y a escribir las palabras que Sofía dictaba, una oración empalagosa y falsa sobre un amor eterno.
Las letras rojas manchaban el papel blanco. La habitación comenzó a dar vueltas. La pérdida de sangre, combinada con el dolor y la debilidad de su enfermedad, era demasiado.
Luna se desmayó, cayendo de la silla al suelo.
Cuando despertó, estaba de nuevo en su habitación. Un médico anciano estaba guardando sus instrumentos.
"La pérdida de sangre ha debilitado su ya frágil condición", le dijo el médico a Mateo, que estaba de pie junto a la ventana. "Su cuerpo está fallando. Siendo generoso, le quedan unos pocos días de vida."
Mateo se giró, su rostro era una máscara de incredulidad y desprecio.
"¿Días de vida? No sea ridículo, doctor. Mi esposa tiene una constitución increíblemente fuerte, puede curarse de cualquier cosa."
Miró a Luna con asco. "Siempre te ha gustado el drama. Fingir estar al borde de la muerte solo para llamar la atención. Es patético."
Ni siquiera consideró la posibilidad de que el médico dijera la verdad. Para él, ella era invencible, una fuente inagotable de milagros para Sofía.
"Voy a ver cómo está Sofía", dijo, su tono suavizándose al mencionar el nombre de su hermana. "Ella sí que está realmente enferma y necesita mi atención."
Se fue sin mirar atrás, cerrando la puerta tras de sí.
Luna se quedó mirando el techo, una amarga comprensión asentándose en su corazón. Ni siquiera su muerte los conmovería. Para ellos, ella no era una persona, era una herramienta. Y ahora, la herramienta estaba rota.