La Resonancia del Amor Eterno
img img La Resonancia del Amor Eterno img Capítulo 3
4
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
Capítulo 11 img
Capítulo 12 img
Capítulo 13 img
Capítulo 14 img
Capítulo 15 img
Capítulo 16 img
Capítulo 17 img
Capítulo 18 img
Capítulo 19 img
Capítulo 20 img
Capítulo 21 img
Capítulo 22 img
Capítulo 23 img
Capítulo 24 img
Capítulo 25 img
Capítulo 26 img
Capítulo 27 img
Capítulo 28 img
Capítulo 29 img
Capítulo 30 img
Capítulo 31 img
img
  /  1
img

Capítulo 3

Luna escuchó a lo lejos las risas y la música provenientes del salón principal. Su familia celebraba. Sofía había mostrado la oración escrita con sangre a algunos nobles influyentes, y la historia de su "sacrificio" por amor se estaba extendiendo por la ciudad, consolidando su reputación como una figura casi divina, una santa. Todo gracias a los recursos que Luna les había proporcionado en secreto durante años.

En su mente, revivió sus logros robados. El manantial de aguas termales con propiedades curativas que descubrió gracias a las indicaciones del sistema, ahora conocido como el "Manantial Milagroso de Sofía". Los yacimientos de oro y hierro que señaló en los mapas, cuya riqueza ahora financiaba el lujoso estilo de vida de su familia y el poder de Mateo. La información sobre los movimientos de las tropas enemigas que le susurró a Mateo, permitiéndole ganar batallas decisivas y afianzar su posición como Regente.

Todo había sido para ellos, y a cambio, solo había recibido desprecio. Y ahora, su fama, su "divinidad", estaba cimentada sobre su sangre.

Pasaron dos días. Luna apenas se movía de la cama, conservando la poca energía que le quedaba. Su cuerpo le dolía constantemente.

Entonces, Mateo volvió a entrar en su habitación. Esta vez, traía a Sofía del brazo.

"Levántate," ordenó Mateo. "Vas a acompañar a Sofía al árbol de los deseos."

El árbol de los deseos, un antiguo y enorme ahuehuete en la cima de una colina cercana, era un lugar sagrado donde las parejas iban a pedir por su futuro.

"Sofía quiere pedir un deseo por nuestra felicidad", continuó Mateo. "Y tú, como su hermana, debes estar allí para apoyarla."

Luna recordó la única vez que había ido a ese árbol. Fue poco después de su boda, llena de una esperanza ingenua. Había escrito su deseo en una cinta roja -"Que mi esposo me ame"- y la había atado a una de las ramas más altas. Al día siguiente, encontró la cinta en el suelo, pisoteada y sucia. Más tarde descubrió que fue Sofía quien la arrancó.

La obligaron a vestirse y a caminar hasta la colina. El esfuerzo la dejó sin aliento, cada paso era una agonía. Al llegar, vio a Mateo ayudar a Sofía a escribir su deseo en una cinta dorada y atarla con cuidado en una rama prominente. Se abrazaron y se besaron, justo delante de ella, como si no existiera. Luna se limitó a observar, su corazón era un desierto.

Esa noche, cuando regresaron, no la dejaron descansar.

"El templo necesita que alguien vele la lámpara de aceite por la salud de Sofía durante toda la noche", anunció Mateo, arrastrándola hacia el pequeño templo familiar en los terrenos de la hacienda. "Tú lo harás."

La encerraron en el templo frío y oscuro. No había mantas, ni un brasero para calentarse. La única luz provenía de la pequeña llama de la lámpara. Luna se sentó en el suelo de piedra, abrazándose las rodillas, y esperó. El tiempo ya no tenía sentido.

Al amanecer, la puerta se abrió de golpe. Mateo entró, su rostro pálido y desencajado.

"¡Monstruo!", gritó, y la agarró, arrastrándola fuera.

Afuera, un grupo de guardias la esperaba. Cerca de ellos, en el suelo, yacía el cuerpo de un hombre, un conocido ladrón del pueblo, con un cuchillo clavado en el pecho. El cuchillo era de la cocina de la hacienda.

Sofía estaba allí, llorando en los brazos de su padre. "¡Yo lo vi! ¡Fue Luna! Salió a escondidas del templo y lo mató porque él la descubrió tratando de maldecirme."

Era una mentira tan absurda, tan mal construida, pero todos la creyeron.

"¡Asesina!", gritó la gente que se había congregado.

Un oficial se adelantó y desenrolló un pergamino. "Por orden del Emperador, debido a su implicación en actos de brujería y asesinato, y por la petición del Regente Mateo, quien se siente deshonrado por su esposa, se le retira a Mateo su título de Regente y a Luna, su esposa, se le sentencia a muerte por envenenamiento."

Luna miró a Mateo, confundida. ¿Él había pedido esto? ¿Había sacrificado su propio título solo para deshacerse de ella?

Mateo se acercó, su rostro una mezcla de furia y una extraña confianza. La empujó hacia los guardias.

"¡Beban el veneno!", ordenó el oficial.

Los guardias la sujetaron y le forzaron a beber un líquido amargo y espeso. Mateo la observaba, sus ojos fijos en ella, esperando. Él no creía que ella moriría. Estaba convencido de que sus poderes la salvarían, que esto era solo un castigo, un susto para que aprendiera la lección.

El veneno quemó su garganta y su estómago. Un dolor insoportable, peor que el de su enfermedad, la consumió. Se retorció en el suelo, ahogándose.

"Quiero morir", suplicó en su mente, dirigiéndose al sistema. "Por favor, déjame morir ahora."

[El proceso de muerte no puede ser alterado. Debe esperar cuatro días más.]

El mundo se volvió negro.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022