Al salir del salón, una multitud de reporteros me rodeó como lobos hambrientos, sus cámaras parpadeaban sin cesar y los micrófonos se clavaban en mi cara.
"¡Sofía, es verdad que hiciste trampa en el examen de ingreso?"
"Se dice que llevabas un dispositivo de comunicación oculto, ¿puedes explicarlo?"
"Como la alumna más destacada de la preparatoria, ¿por qué recurrir a un método tan despreciable?"
Las preguntas eran como martillazos, golpeándome hasta dejarme sin aliento.
No entendía nada.
Justo en ese momento, mi hermanastra Lucía y su novio, Ricardo, se abrieron paso entre la multitud.
Lucía me miró con una falsa preocupación en su rostro, pero sus ojos brillaban con un triunfo apenas disimulado.
"Sofía, hermana, ¿cómo pudiste hacer algo así? Si necesitabas ayuda, solo tenías que pedírmela".
Ricardo, que había sido mi novio antes de que Lucía entrara en nuestras vidas, me miró con total desprecio.
"Sofía, estoy tan decepcionado de ti. Pensé que eras diferente, pero eres igual que todas las demás, dispuesta a todo por el éxito".
Sus palabras me destrozaron.
La acusación de trampa, confirmada por la "evidencia" que encontraron en mi mochila, arruinó mi reputación y mi futuro.
Fui expulsada de la escuela, mi padre me miró con una decepción tan profunda que nunca más volvió a hablarme con cariño, y la universidad de mis sueños se convirtió en una fantasía inalcanzable.
Mi vida se convirtió en una pesadilla.
Durante cinco años, viví en la miseria.
Trabajé en empleos mal pagados, soportando las miradas de desprecio de quienes me reconocían.
Lucía, por otro lado, floreció.
Entró en la misma universidad a la que yo aspiraba, se convirtió en la heredera de la fortuna familiar y se comprometió con Ricardo, consolidando su estatus social.
Cada vez que veía sus fotos en las redes sociales, sonrientes y exitosos, sentía un dolor sordo en el pecho.
Un día, mientras trabajaba como mesera en un restaurante barato, los vi entrar.
Lucía llevaba un vestido de diseñador y un collar de diamantes, Ricardo la tomaba de la mano, ambos irradiando una felicidad que me parecía obscena.
Se sentaron en una mesa cercana, sin reconocerme.
Y entonces, escuché su conversación.
"Cariño, ¿aún recuerdas la cara de Sofía ese día? Fue épico", dijo Lucía con una risita.
Ricardo sonrió. "Claro que sí. La forma en que la droga que le diste en la leche la dejó completamente atontada. Fue el plan perfecto. Sin ella en el camino, todo ha sido mucho más fácil para nosotros".
"Y pensar que esa tonta creyó que yo era su hermana. Nunca supo que todo lo que quería era quitarle todo lo que tenía", añadió Lucía, tomando un sorbo de champán.
El mundo se detuvo.
La leche.
La mañana del examen, Lucía me había llevado un vaso de leche, diciendo que era para darme energía.
La bebí sin dudar.
La traición me golpeó con la fuerza de un huracán, dejándome sin aire, sin fuerzas.
Mi propia hermanastra, la persona con la que crecí, y el hombre que una vez amé, habían conspirado para destruir mi vida.
No pude contenerme.
Me levanté, tirando la bandeja con estrépito, y corrí hacia ellos.
"¡Monstruos! ¡Ustedes me arruinaron la vida!"
Me abalancé sobre Lucía, pero Ricardo me apartó de un empujón, haciéndome caer al suelo.
"¿Qué diablos te pasa, loca?", gritó, mientras Lucía me miraba con una mezcla de sorpresa y desdén.
Salí corriendo del restaurante, ciega por las lágrimas y el dolor.
Corrí sin rumbo por la calle, con el sonido de las bocinas de los coches a mi alrededor.
Todo lo que podía pensar era en mi vida arruinada, en mis sueños rotos, en la injusticia de todo.
Ojalá pudiera volver atrás.
Ojalá pudiera tener una segunda oportunidad.
Un chirrido de llantas, un destello de luces cegadoras.
Y luego, oscuridad.
Mi último pensamiento fue de un arrepentimiento tan profundo que me consumió entera.
...
Un rayo de sol se filtraba por la cortina, molestando mis ojos.
Abrí los párpados lentamente, desorientada.
Estaba en mi habitación.
Mi habitación de la casa de mi padre, la que no había visto en cinco años.
Todo estaba igual: mis libros en el estante, mis pósteres en la pared, mi uniforme escolar colgado en la silla.
¿Había sido todo un sueño? ¿Una pesadilla terriblemente larga y detallada?
Me senté en la cama, el corazón latiéndome con fuerza.
Miré el calendario en mi escritorio.
La fecha marcada en rojo me heló la sangre.
Era el día del examen.
Justo en ese momento, la puerta de mi habitación se abrió y Lucía entró con una sonrisa radiante y un vaso de leche en la mano.
"¡Buenos días, hermanita! Te traje esto para que tengas mucha energía para tu examen. ¡Estoy segura de que te irá increíble!"
El olor dulce y empalagoso de la leche me revolvió el estómago.
Era real.
Todo había sido real. La traición, el sufrimiento, la muerte.
Y de alguna manera, había vuelto.
Tenía una segunda oportunidad.
Lucía me tendió el vaso, su sonrisa era la misma máscara de inocencia que recordaba.
En mi vida pasada, había aceptado ese vaso con gratitud, ciega a la ponzoña que contenía.
Esta vez, no.
Miré fijamente sus ojos, buscando la maldad que sabía que se escondía detrás de su fachada.
Y la vi.
Una chispa de impaciencia, un anhelo cruel por verme caer.
"No, gracias", dije, mi voz sonando más firme de lo que me sentía. "No tengo hambre".
La sonrisa de Lucía vaciló por un segundo.
"Vamos, Sofía, no seas así. Lo preparé especialmente para ti. Tienes que beberlo".
Su insistencia era la confirmación que necesitaba.
Tomé el vaso de sus manos. Por un instante, una luz de triunfo brilló en sus ojos.
Pero en lugar de beberlo, caminé hacia el pequeño lavabo de mi habitación y vertí el contenido por el desagüe.
El líquido blanco desapareció con un gorgoteo.
Me volví para mirarla.
La máscara de Lucía se había hecho añicos.
Su rostro, antes sonriente y amable, ahora estaba contraído en una mueca de incredulidad y furia.
"¿Qué... qué acabas de hacer?", siseó, su voz temblando de rabia.
La miré directamente a los ojos, una sonrisa fría formándose en mis labios.
"Dije que no tenía hambre".
En ese momento, vi la verdadera naturaleza de mi hermanastra.
Ya no era la dulce y cariñosa Lucía.
Era una serpiente, una traidora.
Y yo, renacida de las cenizas de mi vida anterior, estaba lista para aplastarla.
"Te arrepentirás de esto, Sofía", murmuró con veneno, antes de darse la vuelta y salir de mi habitación, dando un portazo.
Me quedé sola, el corazón todavía acelerado, pero esta vez no por miedo, sino por una determinación de acero.
Esta vida sería diferente.
No permitiría que me la arrebataran de nuevo.
Expondría a Lucía y a Ricardo. Recuperaría mi honor. Y alcanzaría el futuro brillante que me habían robado.
Esta vez, la historia la escribiría yo.
Miré el reloj. Todavía tenía tiempo.
Tomé mis libros y comencé a repasar, cada fórmula, cada fecha, cada concepto grabándose en mi mente con una claridad asombrosa.
La venganza era un plato que se sirve frío, y yo apenas estaba empezando a prepararlo.