-¡Es solo una camisa! Por el amor de Dios, sé razonable. -Dio un paso hacia mí-. Sus hormonas están por todas partes. Eres mujer, deberías entenderlo. Ten un poco de empatía.
-Mi empatía se agotó anoche cuando le estabas masajeando los pies -le espeté. Mi voz se estaba volviendo más fuerte-. Esta es mi casa. Mi matrimonio. Y ya me cansé de compartirlo.
Mateo me agarró del brazo. Su agarre era fuerte.
-Basta. Estás haciendo una escena.
-Suéltame -dije entre dientes.
Me ignoró.
-Estoy haciendo esto por mi hermano -dijo, su voz baja e intensa-. Este es su bebé. Es mi deber cuidar de ellos. Es lo último que nos queda de él.
Seguía repitiendo eso, "mi deber", "mi hermano", como si excusara todo. Como si mis sentimientos fueran un inconveniente para su noble sacrificio.
-Entonces puedes cumplir con tu deber en otro lugar -dije, liberando mi brazo de un tirón-. Nos vamos a divorciar.
De hecho, se rio. Fue un sonido corto, agudo e incrédulo.
-¿Un divorcio? No seas ridícula. ¿Qué, quieres más dinero? ¿Un coche nuevo? Bien. Te compraré un coche nuevo. Solo deja esta tontería.
Pensó que podía comprar mi silencio. Comprar mi sumisión. Como siempre lo había hecho.
Por el rabillo del ojo, vi a Valeria deslizarse a su lado. Puso una mano suave en su brazo.
-Mateo, no te enojes con ella -susurró, con la voz temblorosa-. Es mi culpa. Estoy causando tantos problemas. Debería haber sabido que esto sería demasiado difícil para Sofía.
Sus ojos estaban llenos de lágrimas falsas. Miró de Mateo a mí, una imagen perfecta de una víctima triste e incomprendida.
-Quizás debería irme -dijo, con la voz quebrada-. No soporto ser la razón por la que su matrimonio se desmorone.
Comenzó a llorar, con sollozos suaves y delicados. Mateo inmediatamente la rodeó con su brazo, atrayéndola en un abrazo protector. Me fulminó con la mirada por encima de su cabeza.
-¿Ves lo que hiciste? -siseó.
Algo dentro de mí se rompió. Los años de frustración silenciosa, de ser ignorada y menospreciada, salieron a la superficie.
-¿Lo que yo hice? -pregunté, mi voz peligrosamente tranquila-. Hablemos de lo que tú hiciste, Mateo. ¿A qué hora llegaste a la cama anoche después de tu "charla" con Valeria? ¿A la medianoche? ¿A la una de la mañana?
Se puso rígido.
-¿Y la noche anterior? ¿Y la semana anterior? ¿Cuántas noches has pasado consolándola de sus "pesadillas"? -Hice comillas en el aire con los dedos.
Valeria sollozó más fuerte contra su pecho.
-¿Qué tan normal es, Mateo, que un hombre le masajee los pies a su cuñada? ¿Que ella lo espere afuera del baño? ¿Dejar que use su ropa por la casa frente a su esposa?
Cada pregunta era una bala, y pude ver que daban en el blanco. Su rostro pasó de la ira a la palidez.
-¡No es mi culpa! ¡No debí haber venido! -gimió Valeria, apartándose de él-. Empacaré mis cosas. Me iré. Todo es mi culpa.
Fue una actuación perfecta. Amenazaba con irse, sabiendo que él nunca la dejaría. Lo estaba convirtiendo en el héroe que tenía que salvarla de la esposa cruel.
Y tal como lo planeó, Mateo se volvió hacia ella, toda su atención centrada en calmarla.
-No, Valeria, no digas eso. No vas a ir a ninguna parte. Este es tu hogar ahora.
Ni siquiera me miró. Era como si yo no existiera.