Fui al baño y me solté el cabello de su apretado chongo. Dejé que cayera sobre mis hombros. Luego me quité el maquillaje mínimo y "natural" de la cara y me puse un labial rojo intenso que no había tocado desde antes de casarnos.
Al mirarme en el espejo, vi a una extraña, pero una familiar. Era la Sofía que había enterrado.
Mientras salía de la casa, pensé en todos los cambios que había hecho por él. Dijo que prefería mi cabello largo, así que me lo dejé crecer. Dijo que las faldas cortas no eran dignas, así que las doné. Dijo que mis amigos eran demasiado ruidosos, así que los veía cada vez menos. Había remodelado todo mi mundo para encajar en el suyo, y él ni siquiera se había dado cuenta.
Llamé a mi amigo, Andrés Solís. Nos conocíamos desde la universidad. Siempre habíamos tenido una especie de rivalidad amistosa, empujándonos mutuamente en clases y deportes, pero él siempre estaba ahí cuando importaba. No lo había visto mucho desde que me casé con Mateo.
-¿Sofía? ¿Eres tú? Ha pasado un tiempo -su voz era cálida y familiar.
-Andrés, ¿estás libre? Necesito un trago. Muchos tragos.
Nos encontramos en un bar en Centrito Valle, un lugar al que no había ido en años. Mis otras amigas, Laura y Mariana, nos encontraron allí. Tan pronto como me vieron, supieron que algo andaba mal.
-Dios mío, Sofía -dijo Laura, abrazándome con fuerza-. ¿Qué pasó?
Les conté todo. Toda la sórdida historia de Valeria, la viuda afligida que lentamente se estaba apoderando de mi vida.
Escucharon, sus expresiones pasando del shock a la furia pura.
-Te está tomando el pelo como quiere -dijo Mariana, golpeando su vaso contra la mesa-. El acto de la viuda afligida es un clásico. Lo hace sentir como un héroe y a ti te hace ver como la villana.
-Pero, ¿por qué se lo está creyendo? -pregunté, el alcohol me mareaba-. ¿Es tan estúpido?
Andrés había estado callado, solo escuchando. Ahora habló.
-Quizás no se trata de estupidez, Sofi. Quizás se trata del bebé.
Todos lo miramos.
-¿A qué te refieres? -pregunté.
-El bebé -repitió-. Ella dice que es de su hermano. ¿Estamos seguros de eso?
La pregunta quedó flotando en el aire, fea y afilada. Todos lo habíamos estado pensando, pero él fue el primero en decirlo en voz alta.
No quería creerlo. Era demasiado horrible. Pero la forma en que Mateo la defendía, la forma en que ponía sus necesidades por encima de todo... comenzó a tener un sentido enfermizo.
Pedí otro trago. Y otro. El mundo comenzó a inclinarse y a volverse borroso. El dolor era un rugido sordo en mis oídos. Solo quería que se detuviera. Lo último que recuerdo es a Andrés tratando de quitarme las llaves.
Entonces, hubo un alboroto en la puerta. Levanté la vista, mi visión nadaba.
Era Mateo.
Parecía furioso. Se acercó a nuestra mesa, sus ojos fijos en Andrés.
-¿Qué estás haciendo con mi esposa?
-Llevándola a casa, ya que tú claramente no lo haces -dijo Andrés, levantándose para enfrentarlo.
Mateo lo ignoró. Me agarró del brazo, sacándome del reservado.
-Nos vamos.
Estaba demasiado borracha para protestar. Me medio arrastró, medio cargó fuera del bar y me metió en su coche. El viaje a casa fue silencioso y tenso.
A la mañana siguiente, me desperté en nuestra cama con un dolor de cabeza punzante. Todavía llevaba la ropa de la noche anterior.
Bajé tambaleándome por un poco de agua. Valeria estaba en la cocina, tarareando.
Se giró y me dio una sonrisa compasiva.
-Oh, ya despertaste. Mateo estaba tan preocupado por ti anoche. Te cargó hasta la cama. Realmente se preocupa por ti, ¿sabes?
Sus palabras eran dulces, pero sus ojos se burlaban. Estaba disfrutando esto.
Entonces lo vi. En la barra, junto a la cafetera, había un solo vaso y una caja de aspirinas. Pero al lado había una elegante charola de desayuno, llena de hot cakes y fruta, claramente destinada a Valeria. Me había traído aspirinas, pero a ella le había preparado un festín.
No me había llevado a la cama porque le importara. Lo había hecho porque estaba enojado de que estuviera haciendo una escena pública. Era control de daños.
-Estaba tan preocupado -repetí, mi voz goteando sarcasmo-, ¿que me dejó una caja de aspirinas y luego fue a prepararte un desayuno de tres tiempos?
La sonrisa de Valeria se desvaneció. Sabía que había visto a través de su pequeña actuación.
-Crees que eres muy lista, ¿verdad? -dije, acercándome-. Crees que lo tienes comiendo de tu mano. Pero solo eres un parásito, Valeria. Y esta casa ya no te va a alimentar.