La Enfermera Embarazada del CEO
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La Enfermera Embarazada del CEO

Carla Cadete
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Capítulo 1 Cap. 1

Capítulo 1

El silencio en la habitación era casi opresivo, roto solo por el sonido rítmico de los aparatos y la respiración profunda del hombre acostado en la cama. Rafael entró despacio en el aposento, como si temiera perturbar la paz que envolvía el ambiente. La penumbra de la mañana se filtraba por las cortinas entreabiertas, proyectando sombras suaves sobre el rostro de su padre.

Con pasos lentos, se acercó a la cama y se sentó a su lado. Sus ojos, siempre firmes ante el mundo, ahora brillaban con la amenaza de lágrimas. Extendió la mano, entrelazando sus dedos con los de su padre, sintiendo el calor aún presente allí, la única prueba de que estaba vivo.

-Despierta, papá... -murmuró, con la voz quebrada-. Me haces tanta falta...

Por un instante, permaneció allí, observando cada detalle del rostro de su padre: las ojeras profundas, el cabello que ya sobrepasaba el largo habitual, la barba crecida que no tenía nada que ver con la imagen impecable del poderoso CEO que todos conocían. Rafael se ocupaba personalmente de llamar a un barbero cada quince días para mantener la apariencia del padre, pero nada podía borrar la ausencia que aquel hombre dejaba al permanecer inerte.

El sonido de la puerta al abrirse lo hizo parpadear rápidamente, apartando la emoción que amenazaba dominarlo. El mayordomo entró con la postura impecable de siempre, pero su voz salió baja y respetuosa:

-Señor Rafael, la enfermera ha llegado. Está esperando en el despacho.

Rafael solo asintió, sin apartar la vista de su padre. Apretó levemente su mano una última vez antes de soltarla, pasando los dedos por la piel áspera del dorso. Suspiró hondo, enderezando los hombros.

Ahora que la enfermera estaba allí, su padre tendría compañía por más tiempo. Quizás eso ayudara de alguna manera.

Con una última mirada al hombre que tanto admiraba, Rafael se levantó y se dirigió al despacho, listo para conocer a la mujer que, de algún modo, podría cambiar el rumbo de aquella historia.

Rafael fue hasta el despacho para entrevistar a la enfermera, intentando mantener la postura firme, aunque su mente aún estaba atrapada en la imagen de su padre acostado en la cama.

Entró ajustándose el traje con un gesto automático, la expresión seria y controlada. Caminó hasta la mesa, rodeándola con firmeza, y extendió la mano hacia la mujer que tenía delante.

-Rafael Avelar. -Su voz era firme; la analizó con una mirada atenta mientras esperaba su respuesta.

Ella estrechó la mano de Rafael con firmeza, manteniendo la postura profesional. Sus ojos encontraron los de él con confianza mientras decía:

-Patricia Mendes. Es un placer conocerlo, señor Avelar.

Rafael señaló la silla frente a él con un gesto discreto.

-Por favor, siéntese.

Mientras ella se acomodaba, él tomó el currículum y comenzó a hojearlo, con expresión seria. Patricia notó cuando su mirada se volvió más crítica. No dijo nada de inmediato, pero el leve fruncir del ceño revelaba su preocupación. Era más joven de lo que imaginaba, y ahora estaba seguro de que su experiencia era mínima o inexistente.

El silencio que se instaló la puso nerviosa. Tragó saliva, apretando las manos sobre el regazo antes de decidirse a explicar:

-Señor, sé que no tengo experiencia... Acabo de graduarme, pero... -respiró hondo, intentando mantener la calma-. Soy dedicada, estudiosa y prometo dar lo mejor de mí para cuidar a su padre.

Sus ojos transmitían sinceridad, pero Rafael no parecía convencido. Dejó el currículum sobre la mesa, cruzó los dedos y la miró fijamente, evaluando sus palabras.

Rafael apoyó los codos sobre la mesa, entrelazando los dedos mientras la observaba con atención. Su voz salió firme, cargada de emoción:

-Mi padre lo es todo para mí. Él es mi pilar.

Patricia sintió el peso de aquellas palabras caer sobre sus hombros. No era solo una entrevista de trabajo, era una prueba de confianza. Necesitaba demostrar que era capaz, que podía cuidar de aquel hombre que significaba tanto para Rafael. Entonces, respiró hondo y decidió luchar por aquella oportunidad.

Patricia levantó la mirada hacia Rafael, dejando a un lado cualquier inseguridad.

-Señor Avelar, sé que soy joven y no tengo años de experiencia, pero tengo dedicación y voluntad de aprender. Su padre necesita cuidados constantes, y estoy dispuesta a dar lo mejor de mí para asegurarme de que reciba toda la atención y el cariño que merece. Sé que puede ser difícil confiar en alguien nuevo, pero deme la oportunidad de demostrar que soy capaz. No lo voy a decepcionar.

Su voz transmitía firmeza, y Rafael percibió que, a pesar de la delicadeza, había una fuerza inquebrantable en aquella mujer.

Rafael, tras convencerse, la condujo con cuidado hasta la habitación de su padre en la planta baja.

Ella se acercó a la cama donde estaba el paciente y se detuvo un momento, observando con atención. Su mirada se alternaba entre Rafael y el hombre en la cama, como si intentara absorber la semejanza evidente entre ambos. Parpadeó varias veces, aún procesando la imagen, hasta que finalmente miró a Rafael.

-Nos parecemos mucho -dijo él, con una sonrisa discreta, al percibir que ella había notado la gran semejanza entre padre e hijo. Su voz tenía un tono suave, cargado de cierto orgullo.

Ella asintió, sorprendida. Nunca en su vida había visto tanta semejanza entre padre e hijo: la única diferencia era la edad.

-Sí, es impresionante -respondió ella, con una leve sonrisa, aunque su mente seguía procesando lo que tenía delante.

Por más que hubiera considerado a Rafael guapo y atractivo, no se comparaba con su padre. El hombre acostado en la cama parecía emanar una fuerza silenciosa, una presencia imponente que, incluso en la quietud, dominaba el ambiente. Sus rasgos, más marcados con la edad, eran dignos de respeto, y el simple hecho de ser el padre de Rafael lo hacía aún más impresionante a sus ojos.

Apartó esos pensamientos rápidamente, enfocándose en lo que debía hacer, pero no pudo evitar una última mirada contemplativa, admirando la dignidad del hombre que ahora tenía frente a ella.

Rafael observó su expresión, notando la fascinación que parecía sentir por su padre. Pero no le dio demasiada importancia en ese momento. Con una mirada seria, se acercó, rompiendo el silencio en la habitación.

-El trabajo es suyo -dijo con firmeza, su voz calma y autoritaria-. Si está lista para comenzar, puede hacerlo de inmediato.

Ella lo miró, sorprendida. La propuesta de Rafael era directa, sin rodeos. Era una oportunidad que sabía que no podía dejar pasar, pero la rapidez con la que todo estaba sucediendo la hizo dudar por un instante. Rafael percibió su pausa y, con una leve sonrisa, continuó.

-Sé que puede ser mucho para asimilar. ¿Qué opina? ¿Está lista para asumir la responsabilidad?

Ella tragó saliva, sintiendo la intensidad de aquel momento, pero también cierta emoción ante la oportunidad que se le presentaba. Miró de nuevo al hombre en la cama, ahora con una sensación de deber instalándose dentro de ella.

-Yo... yo acepto -respondió finalmente. Y, con una mirada decidida, agregó-: Comenzaré ahora mismo, señor.

            
            

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