El Sacrificio Supremo de una Esposa
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Capítulo 3

Unas semanas después, Diamante montó otro de sus dramáticos episodios. La noticia llegó de su médico de que su "condición" era permanente. La herida de bala había dejado cicatrices profundas e irreparables. No había ninguna posibilidad de que pudiera concebir.

Érika la encontró en el solárium, llorando en los brazos de Álex. Era una actuación perfecta de un corazón roto.

-No valgo nada, Álex -sollozó Diamante, su cuerpo temblando-. Una mujer que no puede tener un hijo no es nada.

-No digas eso -murmuró Álex, acariciando su cabello con una ternura que no le había mostrado a Érika en meses-. No eres nada. Estoy aquí. Siempre estaré aquí.

-¡Pero no es suficiente! -gritó Diamante, apartándose para mirarlo, sus ojos grandes y desesperados-. Quería una familia contigo. Quería darte un hijo. Es todo lo que siempre he querido.

Érika estaba en el umbral, una testigo silenciosa e invisible de esta obra retorcida.

-Prométeme algo, Álex -susurró Diamante, su voz cargada de manipulación-. Prométeme que harás cualquier cosa para arreglar esto. Cualquier cosa que te pida.

-Lo prometo -dijo Álex, su voz cruda por la emoción. Estaba completamente bajo su hechizo-. Cualquier cosa.

Los ojos de Diamante se desviaron hacia Érika por una fracción de segundo, un destello de triunfo puro y frío en sus profundidades.

Más tarde esa noche, Álex fue a ver a Érika. Parecía agotado, su rostro demacrado y pálido.

-Tenemos que hablar -dijo.

Le contó el plan de Diamante. Las palabras salieron en un monótono plano y ensayado. Diamante quería un hijo. No podía tener uno. Pero Érika sí.

-Ella quiere... quiere que usemos un vientre de alquiler -dijo Álex, incapaz de mirar a Érika a los ojos.

Érika sintió un escalofrío recorrerla.

-¿Un vientre de alquiler?

-No -se corrigió, respirando hondo-. No quiere que otra mujer lleve al niño. Quiere... quiere asegurarse de que tú tampoco puedas tener uno.

La habitación se inclinó. Érika no podía respirar.

-¿Qué estás diciendo?

-Cree que es justo -continuó Álex, las palabras saliendo a trompicones ahora-. Ojo por ojo. Un útero por un útero. Quiere que te sometas a un procedimiento. Una histerectomía.

-No -jadeó Érika, retrocediendo-. No. Estás loco. Ella está loca.

-Cree que le traerá paz -suplicó él, su voz quebrándose-. Érika, esta es la única manera de pagar la deuda. Una vez que esto esté hecho, se acabó. Podremos ser libres.

-¿Libres? ¿Quieres que me esterilicen para apaciguar a tu jefa psicópata y a eso lo llamas libertad? -Ahora estaba gritando, su voz cruda por la incredulidad y el horror-. ¡Eso no es una deuda, Álex! ¡Es un sacrificio! ¡Y no te estás sacrificando tú, me estás sacrificando a mí!

-¡No tengo opción! -gritó él de vuelta, su compostura finalmente rota-. ¡Le di mi palabra!

-¿Y qué hay de tu palabra para mí? ¿Los votos que hicimos? 'En la salud y en la enfermedad'. ¿Eso no significa nada?

-Ella no puede tener mis hijos -dijo él, su voz bajando a un susurro escalofriante-. Así que tú tampoco los tendrás.

La finalidad en su tono la aterrorizó. Fue entonces cuando supo que lo haría. Dejaría que esto sucediera.

Se abalanzó sobre él, sus manos arruinadas hechas puños, golpeando su pecho.

-¡Te odio! ¡Te odio!

Él simplemente se quedó allí y lo aguantó, su rostro una máscara de miseria. No se defendió. Ni siquiera se inmutó. Cuando ella se agotó, los sollozos sacudiendo su cuerpo, él la agarró de los brazos.

-Pronto terminará -prometió, su voz hueca-. Lo juro. Entonces podremos irnos. Solo nosotros dos. Podremos empezar de nuevo.

Dos días después, sus hombres vinieron por ella. No tocaron. Usaron una llave. La arrastraron del departamento, sus gritos resonando en el pasillo vacío. Álex se quedó junto a la puerta y observó. No se movió. No dijo una palabra.

La llevaron a una clínica privada, un lugar limpio y estéril que parecía más un laboratorio que un hospital. No era una clínica de verdad. Diamante era la dueña. El "médico" era un hombre de ojos fríos y con un historial de hacer favores a los ricos y poderosos, sin hacer preguntas.

Diamante estaba allí, esperando. Vestía una impecable bata blanca, interpretando el papel de cirujana.

-Hola, Érika -dijo, su sonrisa afilada y depredadora-. Qué guapa te ves hoy. Un poco pálida, quizás.

Rodeó a Érika, que estaba atada a una silla médica.

-Siempre le gustaste tanto. Tu cuerpo. La forma en que podías crear vida. Nunca pude entenderlo. Eres tan... ordinaria.

-Eres un monstruo -escupió Érika, con la voz temblorosa.

-Soy una superviviente -la corrigió Diamante-. Y simplemente estoy nivelando el campo de juego. Él no puede tener lo que quiere conmigo, así que tampoco lo tendrá contigo. Nadie que pertenezca a Álex Rivas tendrá jamás algo que yo no pueda tener.

Érika luchó contra las ataduras, un terror crudo y animal subiendo por su garganta.

-¡Álex! ¡Álex, no dejes que haga esto!

Diamante se rio.

-No está aquí, querida. No podría soportar verlo. Es un cobarde.

El "médico" se acercó con una jeringa.

-Sin anestesia -dijo Diamante, su voz ligera y casual-. Quiero que sienta todo. Quiero que recuerde lo que pasa cuando tomas algo que me pertenece.

El dolor era inimaginable. Era una agonía al rojo vivo que la desgarraba, destrozándola por dentro. Gritó hasta que su garganta quedó en carne viva, su visión se nubló, el mundo se disolvió en un vórtice de dolor y oscuridad. Se desmayó, despertó con más dolor y se desmayó de nuevo.

A través de la neblina, podía oír la voz de Diamante, tranquila y conversacional, narrando el procedimiento a la habitación vacía.

-¿Ves? Solo estamos eliminando el problema. Una extracción simple y limpia. Ahora es como yo. Rota. Incompleta.

Lo último que Érika recordó antes de que la oscuridad la envolviera por completo fue a Diamante inclinándose, su aliento caliente en el oído de Érika.

-Ahora -susurró Diamante, su voz llena de un júbilo triunfante-, finalmente es todo mío.

Cuando Érika despertó, estaba en un hospital de verdad. El dolor era una constante sorda y punzante. Álex estaba sentado en una silla junto a su cama, mirando por la ventana.

La miró, su rostro grabado con una culpa tan profunda que parecía haber tallado líneas en su piel. No podía mirarla a los ojos.

Abrió la boca para hablar, pero no salieron palabras. ¿Qué podría decir?

-¿Estás feliz ahora? -susurró Érika, su voz un sonido seco y áspero-. ¿Está pagada la deuda?

Una sola lágrima trazó un camino por su mejilla. No respondió.

            
            

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