-Lo siento -susurró él, las palabras sintiéndose como ceniza en su boca-. Érika, tenía que hacerlo. No había otra manera.
Intentó tomar su mano, pero ella la apartó, un pequeño y débil movimiento de rechazo absoluto.
Tragó saliva, la culpa un peso físico en su pecho.
-Diamante tiene otra petición.
Los ojos de Érika se abrieron con incredulidad, una nueva ola de horror cubriendo sus rasgos exhaustos.
-Necesita esto, Érika. Es lo último. Lo juro. Después de esto, nos dejará en paz. -Estaba suplicando, su voz quebrándose-. Necesita saber que estás... feliz. Que has seguido adelante.
-¿Feliz? -La palabra fue un jadeo ahogado.
-Necesita pruebas de que no estás rota por esto. Que sigues siendo... deseable. Es por su tranquilidad. -Estaba recitando un guion, un libreto escrito por una loca.
Al día siguiente, un hombre vino a su habitación. No era un médico. Era un fotógrafo, con una sonrisa resbaladiza y ojos fríos y evaluadores. Álex estaba con él.
-Esto es solo para unas fotos, Érika -dijo Álex, su voz tensa-. Solo sonríe a la cámara. Haremos que parezca que estás con otra persona. Alguien que te hace feliz.
-No -susurró ella, negando con la cabeza-. Por favor, Álex, no más.
-Es por Diamante -repitió, la frase su escudo y su maldición-. La calmará ver que nunca más podría sentirme tentado por ti.
La estaba entregando. Estaba tomando lo que quedaba de su dignidad y ofreciéndolo en bandeja a su torturadora.
-Soy tu esposa -gritó, las palabras saliendo de su garganta-. ¿No te acuerdas? Me amaste una vez.
-Te amo -dijo él, y la agonía en su propia voz era aterradoramente real-. Por eso tengo que hacer esto. Tengo que protegerte de ella. Es la única manera.
Era una lógica enferma y retorcida que no tenía sentido. La estaba destruyendo para salvarla.
Lo miró, al hombre que había amado tan completamente, y no sintió más que un profundo y abismal asco.
-Lárgate -siseó.
Su rostro se descompuso. Por un momento, ella vio al hombre que solía ser, perdido y ahogándose en un mar de culpa manipulada. Miró al fotógrafo de Diamante, luego de nuevo a Érika, todo su cuerpo temblando con una guerra interna. Pero su lealtad, tóxica e inquebrantable, ganó. Se dio la vuelta y salió de la habitación, dejándola con el hombre y su cámara.
Érika se arrodilló en el suelo, el frío del azulejo un shock contra su piel. Agarró el borde del pantalón de Álex.
-Por favor -suplicó, su voz rota-. No hagas esto. Me iré. Desapareceré. Solo déjame ir.
Álex se arrodilló con ella, sus propias lágrimas cayendo sobre sus manos.
-No puedo -sollozó, su voz un susurro crudo-. Es la última vez, lo prometo. Solo esta última cosa, y seremos libres.
Era la misma mentira, repetida hasta que perdió todo significado. Se levantó, apartó su pierna de su agarre y se fue.
El fotógrafo sonrió.
-Muy bien, cariño. Terminemos con esto.
La obligó a sentarse. Le puso la chaqueta de un hombre sobre los hombros, el olor de un extraño llenando sus fosas nasales y haciéndola querer vomitar. Intentó posarla, sus manos frías y clínicas sobre su piel.
Ella se estremeció ante su tacto, una ola de repulsión tan fuerte que le dio arcadas.
-Sonríe -ordenó él, su voz aguda.
No pudo. Su rostro era una máscara congelada de dolor y desesperación.
Le agarró la mandíbula, sus dedos clavándose en su carne, y forzó físicamente sus labios en una grotesca aproximación de una sonrisa. El obturador de la cámara hizo clic, un sonido que selló su humillación.
Una semana después, salió el video. No eran solo fotos. Era un *deepfake*, expertamente elaborado. Mostraba a Érika, sonriendo, riendo, en una serie de poses íntimas con un hombre guapo y desconocido. Estaba mezclado con clips de ella luciendo desaliñada y salvaje, tomados sin su conocimiento. La narrativa era clara: Érika Valdés, la esposa desquiciada y promiscua de un esposo devoto, atrapada en una sórdida aventura.
Internet explotó. Los comentarios eran un torrente de suciedad y juicio.
'Zorra.'
'Interesada.'
'Mírenla, está loca.'
Diamante le mostró el video en una tableta, sus ojos bailando con un júbilo malicioso.
-¿Ves? Ahora todos conocen a la verdadera tú. La que yo he visto todo el tiempo.
Érika temblaba, su cuerpo sacudido por sollozos silenciosos e impotentes.
-¿Qué más quieres de mí? -susurró, su voz ronca-. Ya me lo has quitado todo.
La sonrisa de Diamante se desvaneció. Deslizó la pantalla y apareció una nueva imagen. Era una transmisión en vivo desde una habitación de hospital. La habitación de hospital de Jimena. Su hermana se veía más pequeña, más frágil, perdida en el enredo de tubos y cables.
-No todo -dijo Diamante suavemente-. Todavía la tengo a ella. Y mientras la tenga a ella, te tengo a ti. Harás lo que se te diga. Te quedarás al lado de Álex, una muñequita perfecta y rota. No intentarás irte. No harás una escena. O haré que los médicos desconecten ese enchufe tan rápido que te dará vueltas la cabeza.
Érika miró la frágil figura de su hermana en la pantalla, su corazón contrayéndose con un terror tan absoluto que le robó el aliento. No le quedaba nada con qué luchar. Diamante había ganado. Era una prisionera, y la vida de su hermana era el candado de su jaula.