El Lugar Donde Se Pone El Sol
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Capítulo 5 5

En el tercer día, Mila se despertó antes de que saliera el sol. El frío parecía más intenso, como si la casa insistiera en recordarle que aún no le pertenecía.

Preparó un café fuerte en la cocina recién limpia y se sentó a la mesa con el teléfono en la mano. Durante algunos minutos, se quedó mirando el número guardado en la pantalla: Blerim Hoxha.

Podía esperar. Podía fingir que ya había decidido vender todo. Podía seguir con la vida ordenada que había llevado hasta entonces.

O podía admitir que, con cada día que pasaba, algo en esa casa - o en ella misma - echaba raíces que no serían fáciles de arrancar después.

Respiró hondo y presionó el botón de llamada.

- Mila - respondió él en el segundo timbrazo. Su voz sonaba más baja de lo que ella recordaba -. ¿Está todo bien?

- Todo bien - contestó rápido, como si necesitara convencerlo -. Solo... estuve pensando en lo que dijiste. Sobre la casa. Y sobre cómo nadie la compraría en este estado.

Silencio. Por un momento, casi colgó.

-¿Quieres que vuelva? -preguntó él, al fin.

- Quiero - dijo, y su voz salió más suave de lo que pretendia -. Necesito que me ayudes a restaurar algunas cosas. Al menos lo básico.

- ¿Cuándo?

- Hoy - respondió -. Si puedes.

Hubo otra pausa, y ella se imaginó a Blerim en su pequeña oficina, mirando el calendario, pasándose la mano por la barba antes de contestar.

- Puedo estar ahí después del mediodía.

- Gracias.

- Mila - dijo él, antes de que colgara -. ¿Estás segura?

Ella dudó. No porque no supiera la respuesta, sino porque, en ese momento, por fin la comprendía.

- Lo estoy - dijo, bajando la vista a la mesa -. Quiero hacer esto bien.

El resto de la mañana transcurrió a un ritmo lento. Aprovechó para lavar algo de ropa en el lavamanos, doblar toallas bordadas que había encontrado en un armario y limpiar parte del pasillo. Cada pequeña tarea parecía tener peso, como si cada una fuera una decisión más de quedarse - aunque todavía se repitiera que todo era solo para aumentar el valor de venta.

A las doce en punto, escuchó el motor de una camioneta estacionando frente al portón. El corazón se le aceleró con una urgencia que le molestó. Es solo el restaurador, se repitió en silencio, pero no sirvió de nada.

Abrió la puerta antes de que él tocara.

- Puntual - dijo, esforzándose por sonar casual.

- Pediste urgencia - él sonrió levemente, levantando una caja de herramientas -. Y no me gusta dejar trabajo esperando.

Ella se hizo a un lado para dejarlo entrar. El olor a madera y óxido que siempre parecía acompañarlo invadió la sala.

Blerim se detuvo en el centro del salón principal y miró alrededor. La manera en que sus ojos examinaban cada detalle - las grietas en el techo, el rodapié suelto, las manchas de humedad - hacía parecer que veía algo más allá de lo que cualquier persona podría.

- Hice una lista - dijo Mila, intentando distraerse del nerviosismo -. De lo que creo que necesita reparación mínima para que la casa parezca... habitable. O vendible.

Él arqueó una ceja al tomar el cuaderno que ella le ofrecía.

- ¿Lista? - preguntó, hojeando las páginas -. Está más organizada que muchos proyectos oficiales que he recibido.

- Trabajo con logística - dijo, levantando el mentón -. Soy buena con listas.

- Ya lo veo - él le devolvió el cuaderno con una media sonrisa -. ¿Entonces por dónde empezamos?

Ella señaló la cocina.

- Si alguien viene a ver la casa, empezará por ahí. Quiero que se restaure la encimera y que la estufa vuelva a funcionar de verdad.

- Perfecto - él dejó la caja en el suelo -. ¿Y después?

Mila respiró hondo.

- Después, el dormitorio principal. Y... - su voz bajó sin querer - tal vez el sótano.

Los ojos de él se volvieron más atentos.

- ¿Estás lista para eso?

Ella no respondió de inmediato. Solo pasó una mano por el antebrazo, como si intentara calentarse.

- No sé si estoy lista. Pero estoy cansada de no saber qué hay ahí.

Comenzaron por la cocina. Blerim abrió las puertas del armario bajo el lavaplatos, evaluó las tuberías, golpeó ligeramente la encimera agrietada. Mientras él trabajaba, Mila lavaba algunas ollas antiguas que encontró en una caja. El agua fría castigaba sus dedos, pero había algo casi reconfortante en ese esfuerzo físico.

De vez en cuando, él decía algo sobre la madera o la humedad. Otras veces, simplemente guardaba silencio, concentrado.

Cuando tuvo que salir a la camioneta a buscar un destornillador, Mila aprovechó para apoyarse en la encimera y cerrar los ojos. El aire que entraba por las ventanas tenía un olor dulce, mezclado con el polvo del pasado. Y, por extraño que fuera, se sentía menos sola allí que en cualquier otro lugar de los últimos años.

Por la tarde, pasaron al dormitorio principal. Era el cuarto más amplio, con una ventana orientada hacia el río. El suelo crujía con cada paso, y Mila tuvo la sensación de que cada pisada despertaba recuerdos antiguos.

Blerim abrió las hojas de la ventana, dejando que la luz inundara el espacio.

- Tiene una vista bonita - comentó, con una voz más suave de lo habitual.

- Sí - ella asintió, acercándose despacio -. Ni siquiera lo recordaba.

- ¿Estuviste aquí de niña?

- Pocas veces. A mi abuela no le gustaba que viniera. Decía que no era lugar para los vivos - sonrió, sin humor-. Yo pensaba que era solo una metáfora.

- Tal vez lo era. O tal vez no -él giró el rostro hacia ella, y por un momento el silencio pareció expandirse entre los dos-. Pero, sea como sea, estás aquí ahora.

Ella contuvo la respiración. No supo si aquella constatación la asustaba o la reconfortaba.

- Sí - dijo, en un susurro apenas audible -. Estoy.

Cuando el sol comenzó a caer, la luz dorada entró en haces por los cristales. Blerim guardó las herramientas y se volvió hacia ella.

- Mañana volveré temprano. Si quieres, podemos empezar a abrir el sótano.

Mila asintió, con el corazón latiendo a un ritmo que no tenía que ver solo con la curiosidad.

- Está bien.

Él se pasó la mano por la barba, dudando.

- Y si cambias de idea... si quieres desistir...

- No lo haré -lo interrumpió -. He pasado demasiado tiempo fingiendo que no me importaba. Necesito saber lo que la casa quiere mostrar.

Blerim guardó silencio. Luego simplemente asintió, con un respeto que ella no esperaba.

Cuando él se fue, Mila cerró la puerta con cuidado, apoyando la frente en la madera fría.

Por más que se repitiera que todo aquello era solo una estrategia para vender, sabía que no era solo eso.

Era también - y quizá principalmente - el comienzo de algo que aún no se atrevía a nombrar.

                         

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