El Lugar Donde Se Pone El Sol
img img El Lugar Donde Se Pone El Sol img Capítulo 1 1
1
Capítulo 6 6 img
Capítulo 7 7 img
Capítulo 8 8 img
Capítulo 9 9 img
Capítulo 10 10 img
Capítulo 11 11 img
Capítulo 12 12 img
Capítulo 13 13 img
Capítulo 14 14 img
Capítulo 15 15 img
Capítulo 16 16 img
Capítulo 17 17 img
Capítulo 18 18 img
Capítulo 19 19 img
Capítulo 20 20 img
Capítulo 21 21 img
Capítulo 22 22 img
Capítulo 23 23 img
Capítulo 24 24 img
Capítulo 25 25 img
Capítulo 26 26 img
Capítulo 27 27 img
Capítulo 28 28 img
Capítulo 29 29 img
Capítulo 30 30 img
Capítulo 31 31 img
Capítulo 32 32 img
Capítulo 33 33 img
Capítulo 34 34 img
Capítulo 35 35 img
Capítulo 36 36 img
Capítulo 37 37 img
Capítulo 38 38 img
Capítulo 39 39 img
Capítulo 40 40 img
Capítulo 41 41 img
Capítulo 42 42 img
Capítulo 43 43 img
Capítulo 44 44 img
Capítulo 45 45 img
Capítulo 46 46 img
Capítulo 47 47 img
Capítulo 48 48 img
Capítulo 49 49 img
Capítulo 50 50 img
Capítulo 51 51 img
Capítulo 52 52 img
Capítulo 53 53 img
Capítulo 54 54 img
Capítulo 55 55 img
Capítulo 56 56 img
Capítulo 57 57 img
Capítulo 58 58 img
Capítulo 59 59 img
Capítulo 60 60 img
Capítulo 61 61 img
Capítulo 62 62 img
Capítulo 63 63 img
Capítulo 64 64 img
Capítulo 65 65 img
Capítulo 66 66 img
Capítulo 67 67 img
Capítulo 68 68 img
Capítulo 69 69 img
Capítulo 70 70 img
Capítulo 71 71 img
Capítulo 72 72 img
Capítulo 73 73 img
Capítulo 74 74 img
Capítulo 75 75 img
Capítulo 76 76 img
Capítulo 77 77 img
Capítulo 78 78 img
Capítulo 79 79 img
Capítulo 80 80 img
img
  /  1
img
img

El Lugar Donde Se Pone El Sol

Schana Fockink
img img

Capítulo 1 1

La correspondencia estaba donde siempre: debajo del felpudo de la puerta, doblada como un secreto. Mila casi no la vio - habría pasado de largo, como tantas otras veces, si no fuera por el paquete marrón atado con cuerda y el sello extranjero.

Lo recogió con cuidado, como si algo pudiera explotar dentro. Tenía el nombre de su abuela impreso en una esquina: Liridona Dervishi. Y justo debajo, el suyo, con todas las letras de su apellido extendidas como un recordatorio de quién era - o de quién intentaba no ser.

Cerró la puerta del apartamento con el hombro y cruzó la sala sin quitarse los zapatos. Tiró las llaves sobre la pila de libros en la mesa de la cocina. El ruido fue seco, como un punto final.

Se sentó. Respiró. Abrió.

Adentro, una carta, tres documentos oficiales con un escudo extraño y una copia amarillenta del plano de una casa.

"Le informamos que, según testamento registrado, la señora Mila Dervishi es la única heredera de la propiedad ubicada en la calle e Qetësisë, barrio Mangalem, Berat, Albania."

"Se recomienda su comparecencia personal para inventario, identificación de bienes y firma de traspaso."

Leyó la palabra heredera tres veces.

Después, la palabra Berat.

Luego, el plano de la casa - hecho a mano, líneas temblorosas, dibujos de habitaciones que parecían no haber visto luz nunca. Una marca roja en el centro decía: Dhoma kryesore. Sala principal.

El nombre le dejó un sabor metálico en la boca. Berat. La ciudad donde nació su abuela. Donde su madre vivió hasta desaparecer. Donde todo lo feo, viejo o no dicho de la historia familiar parecía haber sido enterrado - o encerrado.

Dejó los papeles sobre la mesa y se quedó allí, inmóvil, como si su vida hubiera tropezado con algo invisible.

Esa noche, no durmió.

Abrió la notebook. Buscó fotos de la ciudad - "Berat + casa Dervishi + Mangalem".

Nada.

Luego: "casa maldita Berat".

Demasiados resultados.

Había foros oscuros, publicaciones antiguas de vecinos contando historias de luces que se encendían solas, de un hombre que desapareció en el sótano en los años 80, de niños que evitaban pasar por esa calle de noche. Un blog decía que nadie se quedaba allí más de tres noches. Otro mencionaba la casa "blanca y torcida donde el sol no entra".

La casa de la abuela.

La casa que, ahora, era suya.

Al día siguiente, Mila reservó una habitación en una pensión del centro histórico. Dos estrellas. Desayuno incluido. Cama individual. Si todo salía como esperaba, no estaría allí más de una semana.

Berat estaba lejos, pero no era inalcanzable. Tres horas de vuelo hasta Tirana, luego dos más en coche por las montañas. Dudó al comprar el pasaje - no por el precio, sino por la incomodidad de volver a un lugar que nunca había conocido de verdad.

De niña, su abuela hablaba de la ciudad con frases cortantes y palabras escupidas como espinas:

"Nunca mires atrás."

"Quien se va, no vuelve."

"La casa se quedó con los muertos."

Ahora, todo eso sonaba menos a metáfora y más a advertencia.

El taxi se detuvo frente a la pensión al final de la tarde. El sol empezaba a bajar, reflejándose en las ventanas de las casas apiladas sobre la colina, como ojos que observaban su llegada.

La recepcionista le sonrió con una amabilidad ensayada, le entregó la llave y señaló las escaleras. Mila subió cargando la maleta pequeña, evitando las fotos antiguas en las paredes del pasillo - mujeres de ojos duros, como si la juzgaran por estar allí.

En la habitación, la colcha era de crochet y la sábana, áspera. Mila se tumbó con la ropa puesta. No durmió. Otra vez.

A la mañana siguiente, caminó hasta la calle indicada en los documentos.

La calle e Qetësisë. Calle de la Tranquilidad. Una ironía.

La casa estaba allí. Aislada, torcida, con ventanas como cicatrices. La madera de la puerta principal estaba agrietada. La pintura, gastada en tonos de gris y rojo oscuro, chorreaba como sangre seca.

Apoyó la mano en el picaporte y sintió el frío del metal atravesarle la piel hasta los huesos. Un chirrido respondió cuando empujó la puerta.

La casa olía a polvo, hierro y algo que no sabía nombrar - algo viejo, embotellado, como un recuerdo podrido.

Había muebles cubiertos por sábanas blancas, telarañas en las esquinas del techo y un espejo rajado en el pasillo.

Dio dos pasos y se detuvo.

No sabía por qué, pero estaba segura: alguien había estado allí después de su abuela.

Sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

Quizás era el viento.

Quizás no.

De regreso, se detuvo frente a una pequeña construcción al lado - parecía un anexo o taller.

Un hombre con pantalones manchados de pintura y camisa blanca arremangada estaba agachado, evaluando tablones viejos con ojos concentrados.

Levantó el rostro al oírla acercarse.

Al menos diez años mayor, piel dorada por el sol, barba corta y ojos muy claros - tan claros que no parecían combinar con el resto.

- ¿Eres Mila Dervishi? - preguntó, antes de que ella dijera nada.

Ella asintió, sorprendida.

- Soy Blerim. Me llamaron para evaluar la estructura de la casa.

Mila miró de nuevo hacia la construcción.

- ¿Y bien?

Él se encogió de hombros, apoyándose contra la pared de piedra.

- Tiene alma. Pero está casi por hundirse.

- ¿Se puede hacer habitable?

- Depende de lo que llames habitable.

- Quiero pasar unos días allí. Organizar lo necesario. Luego vendo.

Blerim la miró con una expresión difícil de leer - como quien sabe algo que no puede decir.

- Puedo limpiar dos habitaciones. Sacar los escombros más grandes. Arreglar lo básico.

Ella asintió, decidida.

- Entonces hazlo.

Él se dio la vuelta, pero antes de entrar al taller, dijo:

- No vayas sola antes de eso.

- ¿Por qué? - preguntó Mila, con una sonrisa irónica. - ¿La casa está embrujada?

- No. - respondió él, sin mirarla. - La casa está despertando.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022