Capítulo 4 Confusión y Dudas

La mañana siguiente, Camila despertó temprano, como siempre. Sin embargo, el aire en la mansión Duarte-Vega se sentía diferente. Un peso invisible se había instalado sobre sus hombros. Nicolás ya se había ido, como de costumbre, pero esta vez no fue el simple cansancio lo que la molestaba. Había algo más profundo, algo que se estaba gestando en su mente.

Se levantó de la cama con lentitud, miró su reflejo en el espejo del vestidor y, por un instante, no reconoció a la mujer que veía. Había pasado años construyendo una vida perfecta, pero ahora, en medio de ese lujo, sentía que todo comenzaba a desmoronarse.

El mensaje del día anterior seguía rondando en su cabeza, la misma sensación de inquietud que se había apoderado de ella desde que vio la notificación en el teléfono de Nicolás. ¿Quién era esa persona? ¿Por qué él ocultaba tantas cosas? Camila estaba acostumbrada a que su marido fuera distante en ciertos momentos, pero nunca había tenido razones para desconfiar. Ahora todo estaba cambiando.

Bajó las escaleras con paso firme, pero en su interior, una tormenta de pensamientos la azotaba. Decidió que, por esa mañana, no iría al trabajo. Necesitaba tiempo para procesar lo que estaba sucediendo. La casa, que siempre le había dado paz, ahora parecía un laberinto lleno de ecos extraños.

Se sentó en la sala de estar, frente a la gran ventana que daba al jardín. El sol iluminaba las flores, pero incluso esa belleza parecía distante, irreal. Sus pensamientos la llevaron nuevamente al mensaje de texto. Lo leyó una vez más, y luego, sin saber por qué, lo borró.

-¿Qué estás haciendo, Camila? -se preguntó a sí misma en voz baja.

Era raro, porque nunca se había considerado una mujer celosa, ni mucho menos insegura. Pero algo en todo esto la hacía sentir como si estuviera perdiendo el control de su propia vida.

Ese día, Nicolás volvió a llegar tarde. Pasadas las 8 de la noche, su coche entró en la cochera, y Camila, que ya estaba sentada en la mesa, no lo esperó en el vestíbulo como solía hacer. Quería ver qué haría él. Quería observar cada gesto, cada palabra. Algo le decía que la verdad se encontraba en esos pequeños detalles.

La puerta principal se abrió, y esta vez, Nicolás entró con más prisa que de costumbre. No le ofreció el saludo habitual ni le lanzó la mirada afectuosa de siempre. Al contrario, parecía casi ansioso por llegar a la cocina.

-¿Todo bien? -preguntó Camila, en tono calmado, pero su mirada lo atravesaba como un cuchillo afilado.

Nicolás apenas levantó la vista, sacó una cerveza del refrigerador y la destapó sin decir una palabra.

-¿Nicolás? -insistió Camila, con un poco más de firmeza.

-Sí, todo bien -respondió él, con voz distraída. Pero sus ojos no se encontraron con los de ella. Un detalle que no pasó desapercibido para Camila.

Camila sintió un nudo en el estómago. No era el mismo hombre que había conocido. Algo le decía que había algo más, algo que él no le estaba diciendo.

-¿Por qué sigues evitándome? -preguntó Camila, incapaz de seguir callando.

Nicolás se giró lentamente, como si no esperara esa pregunta.

-No te estoy evitando, Camila -respondió él, con una sonrisa que sonaba forzada-. Estoy cansado, eso es todo. Tienes que entender que estoy trabajando mucho. No es fácil.

-Lo sé, pero... -dijo Camila, sin poder evitar la frustración que comenzaba a hacerle cosquillas en la garganta-. Esto no es solo sobre trabajo, Nicolás. He notado que estás distante. Y no me lo puedes negar. Ayer no me miraste a los ojos, hoy no me hablas como antes. Y esas llamadas, esos mensajes... ¿Qué está pasando?

Él suspiró y se pasó la mano por el rostro, un gesto que Camila había aprendido a asociar con su incomodidad.

-Camila, por favor... -dijo Nicolás, su tono ahora más suave, pero cargado de una fatiga evidente-. No hagas esto más grande de lo que es. No hay nada raro. Todo está bien.

Pero Camila no pudo calmarse. No podía dejar de pensar en esa mujer. Sofía. Sabía que algo no cuadraba. Su intuición le decía que todo lo que Nicolás le estaba diciendo era una mentira, una mentira pequeña, pero que cada vez se hacía más grande.

-¿Nada raro? -preguntó ella, bajando la voz-. ¿De verdad? Porque, ¿sabes qué? No te creo. No te creo, Nicolás. ¿Qué pasa con Sofía? ¿Quién es ella?

Nicolás se tensó de inmediato. Su expresión se endureció y sus ojos se oscurecieron ligeramente. Camila lo vio claramente: la culpa reflejada en su mirada.

-No hagas esto, Camila -dijo él, con voz más grave-. No tenemos por qué hablar de Sofía.

-¿Por qué no? -dijo Camila, alzando la voz sin querer-. ¡Ella está en tu vida, Nicolás! Y yo no soy tonta. Te has estado escondiendo detrás de excusas y llamadas. No me digas que todo esto es normal, porque no lo es.

Él no dijo nada más. Solo la miró fijamente durante un largo minuto, antes de bajar la mirada, como si no tuviera palabras que pudieran salvarlo de ese momento.

Camila, por su parte, sintió que su mundo comenzaba a desplomarse. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no dejó que ninguna cayera. No podía. Había algo en su interior que le decía que ya no podía seguir adelante con los ojos cerrados.

Se levantó, dejando a Nicolás en silencio en la cocina, y subió las escaleras a su habitación. Cerró la puerta con suavidad, pero en su mente estallaban miles de preguntas sin respuesta.

Mientras se recostaba en la cama, mirando al techo, su corazón latía con fuerza. ¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Cómo había llegado a dudar tanto de su propio marido?

La confusión la invadió por completo. Sabía que no podía seguir así, pero al mismo tiempo, no sabía qué hacer. ¿Debería confrontarlo directamente? ¿O sería mejor seguir observando, esperando más pruebas de lo que ya sospechaba?

El dilema la desgarraba. Pero, una cosa era clara: su vida perfecta ya no lo era. Y no tenía ni idea de cómo volver atrás.